
Chipe amarillo con nance de fondo
La contemplación de un ave migratoria (Setophaga petechia)en el centro histórico de Villahermosa
Por: Francisco Cubas / 9 de mayo de 2020
Nadie nota nunca al chipe amarillo (Setophaga petechia) en las calles del centro de Villahermosa, como una joya invisible en plena luz del día. Es lo primero que me viene a la mente en esta mañana de principios de mayo, en el primer año de la pandemia, cuando me detengo a contemplarlo en la esquina de Lerdo y Aldama. Brincando sin parar entre las ramas, su amarillo intenso brilla y se desvanece en el alternar de luces y sombras de las copas de dos árboles.
El primero es un framboyán (Delonix regia), una especie tan utilizada como ornato que ya pocos recuerdan que es originaria de Madagascar, de donde fue llevada a todo el mundo. Su nombre en español proviene de flamboyant, que el inglés tomó del francés, y que en ambos idiomas significa extravagante, o muy colorido.
El segundo es un nance (Byrsonima crassifolia), que sí es originario de este suelo, y puede encontrarse desde el norte de nuestro país hasta Paraguay. Su nombre en español viene del náhuatl nantzi, que posiblemente venga de nantzin, que significa madrecita, como en el nombre de la diosa Tonantzin. En algunos de los idiomas que se hablan en las cuencas Grijalva-Usumacinta se le llama: chi’ (tzeltal/ tzotzil); lantzin te’, nantzi’ (tzotzil); natzin (tzeltal); chí (yokot’an); y nandzin (zoque). Justo en estas fechas sus pequeños frutos amarillos comienzan a caer maduros en los adoquines.

Probablemente ambos árboles fueron plantados en sus jardineras en 1973, en el inicio del auge petrolero, cuando el gobernador Mario Trujillo, imitando a otras ciudades del país, decidió convertir en peatonales seis calles del centro histórico. En 1977, mediante un concurso radiofónico, el público eligió el nombre de Zona Luz para esta área que se pretendía fuera un imán para el turismo y el esparcimiento, y que simbolizaba la entrada de Tabasco a una nueva era en la que, según el presidente López Portillo, tendríamos que “aprender a administrar la abundancia”.
Ya sabemos como terminaron todos esos sueños petroleros, con fortunas en manos de unos cuantos, y con graves daños ecológicos y descomposición social para el resto. Hoy, en plena pandemia, casi todos los comercios de la zona permanecen cerrados por orden gubernamental, menos las casas de empeño y el Elektra, propiedad este último del segundo hombre más rico de México, que no permite que sus trabajadores dejen de producir ni un día.
Sobre los adoquines rotos y sucios transitan esta mañana personas enmascaradas que no parecen escuchar el sonoro “chip, chip” que lanza el chipe amarillo (Setophaga petechia) en su permanente búqueda de insectos entre las ramas. Lo más asombroso de esta pequeña ave, que mide apenas unos 11 cm y pesa entre 10 y 12 gramos, es que cada año realiza viajes de entre 3 mil y 8 mil kilómetros por un área que se extiende desde Alaska hasta Colombia y de regreso. Desde septiembre hasta mayo vive en los trópicos, y de mayo a agosto se reproduce y cría a sus polluelos en Estados Unidos y Canadá. Para el día en que me siento a escribir esto, el 4 de mayo, una búsqueda en Twitter revela muchas fotos de ellos en el norte de Estados Unidos.
En el 2017, científicos en Nueva York capturaron uno con un anillo en su pata. Revisaron la clave y encontraron que había sido anillado en la finca Las Palmeras, al norte de Colombia. Lo habían liberado el 13 de abril y los neoyorquinos lo habían capturado el 24 de junio. En dos meses y medio recorrió 3,764 kilómetros y perdió el 20% de su masa corporal en el viaje.
En años recientes, a algunos les pusieron geolocalizadores, lo cual permitió registrar con mayor precisión su ruta. Gracias a esto sabemos que viajan unos 88 kilómetros diarios en promedio, pero algunos días pueden recorrer hasta 482. Su viaje entre Norteamérica y Sudamérica no es en línea recta, sino que van siguiendo la costa, como si trataran de volar lo más que pudieran sobre tierra firme. Los ejemplares de la investigación viajaron desde Wisconsin hasta Venezuela y Colombia, pasando por las costas de Florida, Cuba, Tabasco y la península de Yucatán. Los geolocalizadores también revelaron que el viaje de vuelta al norte es más rápido, y no es improbable que muchos chipes regresen siguiendo una línea recta, volando justo sobre el Golfo de México.
El individuo que brinca sin cesar allá arriba es uno de los últimos que se verán en Villahermosa, hasta que vuelvan con el otoño. ¿Dónde irá a reproducirse? ¿Qué ruta seguirá? ¿Habrá pasado todo el invierno aquí, o tal vez viene subiendo desde Colombia o Panamá? Sabemos que pueden vivir hasta 11 años ¿Cuántas veces ha ido y venido entre los dos subcontinentes?

Sabemos tanto y tan poco. El chipe amarillo es una de las aves más estudiadas, porque es muy común. Se calcula que existen unos 90 millones, pero su población descendió un 25% en los últimos 50 años, principalmente por la pérdida de su medio ambiente.
Creemos, por el estudio de su genoma, que esta especie puede haber aparecido hace unos 7 o 5 millones de años. Antes de eso, hace 11 millones de años se elevaron las montañas que forman las cuencas Grijalva-Usumacinta, y la llanura del Golfo, que incluye Tabasco, empezó a surgir del oceáno que la cubría. No se elevó demasiado, porque aún hoy, parado en esta esquina, estoy apenas a unos 10 metros sobre el nivel del mar, y tal vez a unos 5 o 6 metros sobre el nivel del río Grijalva, que pasa apenas a cuatro cuadras de aquí.
Se calcula que existen unos 90 millones,
pero su población descendió
un 25% en los últimos 50 años
Creemos saber cuándo surgió la especie, ¿pero cuándo inició este interminable ir y venir entre el norte y el sur del continente? Hoy no hay forma de contestar esa pregunta. Pero es fascinante pensar en ello. Los humanos hemos cambiado tanto y tan rápido que la regularidad milenaria nos asombra. Hace unos 300 mil años, mucho tiempo después de que hubieran aparecido los chipes, surgió una nueva especie de homínido en las llanuras africanas, al que nuestra infinita modestia ha denominado Homo sapiens. Hace unos 60 mil años está especie salió de África para esparcirse por el mundo, y hace unos 17 mil, cruzó el estrecho de Bering para poblar todo lo que hoy llamamos América.
Hace 500 años, una invasión de otra variedad de sapiens llegó por el Atlántico, y casi eliminó a los primeros. Los pocos que quedaron todavía sufren la marginación, la explotación y el desprecio de los recién llegados.
Durante todo ese tiempo, mientras los chipes iban y venían, constantes como un péndulo entre norte y sur, el Homo sapiens eliminó progresivamente al 85% de las especies de mamíferos y al 50% de las especies de plantas sobre la Tierra. El 63% de los individuos mamíferos que existen hoy en el planeta son ganado, principalmente cerdos y vacas, el 36% son humanos y sólo el 4% son animales silvestres.
Ya he dicho que hay unos 90 millones de chipes amarillos, pero hoy, o cualquier otro día, existen vivos en el mundo unos 23 mil millones de pollos, cuya masa combinada es mayor que todo el resto de las aves juntas. Consumimos unos 65 mil millones de pollos cada año.
El homo sapiens eliminó progresivamente al 85%
de las especies de mamíferos y al 50% de las especies de plantas sobre la Tierra.
La vida de la mayoría de esos pollos es increíblemente cruel. Imagino qué sería de este pequeño chipe saltarín naciendo en una inmensa carpa junto a otros cientos de miles, sin ver nunca la luz natural ni poder moverse de su sitio, sentado en sus propios excrementos, engordado al extremo de no poder caminar. Cada vez que compramos un pollo crecido en granjas industriales somos cómplices de todo ese sufrimiento.
Afortunadamente para él, nada en el chipe tiene un valor monetario. No sirve para comer, ni tiene plumas valiosas, ni puede ser enjaulado y vendido, como tantos periquitos. Eso le permite pasearse impunemente en pleno centro de la ciudad sin ser notado, sin que a nadie le importe.
Mientras lo observo pienso en la pandemia. El Homo sapiens, que ha eliminado a tantas especies hoy está a merced del más simple de los seres que conocemos: un virus. ¿Cuántos virus llevará dentro este chipe? Se calcula que los humanos tenemos 100 veces más virus que células en el cuerpo, algunos de ellos pasados directamente por nuestra madre en la placenta. El chipe y yo somos dos pequeños ecosistemas, llenos de virus, bacterias, hongos, protozoarios, helmintos, ácaros y otros más, en un delicado equilibrio con nuestro sistema inmunitario y el medio ambiente, un equilibrio que esta mañana nos mantiene saludables y algún día nos matará al romperse.
El chipe y yo somos dos pequeños ecosistemas, llenos de virus, bacterias, hongos, protozoairos, helmintos y ácaros.
Este espacio entre él y yo, entre rama y suelo, que parece tan vacío, está lleno a rebosar. Tan sólo el oceáno contiene 10 millones de veces más virus que estrellas hay en todo el universo. Cada día caen desde la atmósfera 700 millones de virus por cada metro cuadrado de tierra, más o menos el espacio que ocupo aquí, parado sobre los adoquines, recibiendo mi dosis cotidiana de microbios.
Hemos llamado “animales superiores” a los organismos más complejos, como jirafas y ballenas, y por supuesto, nos hemos considerado a nosotros mismos la cumbre de la vida en la tierra, la única inteligencia superior en el mundo, el animal más dominante del planeta. Pero, si bien la vida de un individuo microscópico puede ser muy breve e insignificante, las acciones de millones de millones de estos seres son tal vez la fuerzas más poderosas que existen en el mundo.
Las bacterias del suelo y las cianobacterias en el agua forman la base de la cadena alimenticia de todos los animales. Sin las moléculas de nitrógeno que ellas forman las plantas no podrían vivir, y sin las plantas nosotros no podríamos sobrevivir. Y no podríamos digerir las plantas y animales que comemos si no fuera por las bacterias que viven en nuestro intestino, bacterias que, según estudios recientes, pueden incluso influir en nuestra vida emocional.
¿Cómo se integran estos vastísimos mundos, el micro y el macro? No tenemos ni idea. Los números nos dan confort en nuestra ignorancia. Hacemos algunas medidas directas, creamos modelos matemáticos, hacemos estimaciones, y así podemos decir que debe haber 90 millones de chipes, aunque sabemos bien que nunca podremos contarlos a todos. Pero esos números no nos acercan a comprender cómo funciona y cambia el incontable tejido que forma la vida en el mundo real, fuera de nuestras proyecciones teóricas. Nos falta tanto por entender sobre la vida, que es trágico que la destrucción que propiciamos corra mucho más rápido que nuestro entendimiento.
Mientras la temperatura del planeta aumenta, en buena medida por nuestro abuso de combustibles fósiles, toda lo que hemos conocido está cambiando más rápido que nunca, y los desiquilibrios que esto traerá consigo afectarán drásticamente la vida de los humanos. ¿Qué pasaría si el chipe amarillo se extinguiera? ¿Qué delicadísimas y complejas cadenas se interrumpirían? ¿Cómo afectaría a todos los organismos que interactúan con esta especie? No tenemos ni idea.

Veo de nuevo a este pequeño emplumado amarillo. Hasta donde sabemos hoy, la vida es algo extremadamente raro en la parte del universo que conocemos, y sin embargo, nos hemos empeñado en destruirla.
¿Qué verá él en mí? Tal vez ni siquiera me distingue, como no distinguía yo a las aves antes de interesarme en ellas. Tal vez para él soy sólo una forma más, una sombra. Lo que pasa por su mente es un misterio, sabemos mucho más sobre lo que ocurre en galaxias lejanas.
Pienso en todos los millones de causas y azares que tuvieron que sincronizarse para que hoy exista él, brincando entre las ramas, para que exista yo, pensando en él, tratando de poner en palabras su presencia.
No sé si estaré aquí cuando los chipes regresen en otoño, no sé si los humanos cambiaremos realmente después de esta crisis, si detendremos nuestra ciega carrera hacia el abismo. En esta mañana del primer año de la pandemia, en medio de nuestra pero crisis climática, la incertidumbre sólo deja lugar a la nostalgia por tanta vida que se aleja.
Para saber más de las aves en Villahermosa
Fuentes:
Migración:
The evolution of bird migration
Chipe amarillo:
Tiny Warbler Leaves South America, Turns Up Outside The Cornell Lab Weeks Later
Yellow Warbler general information
Evolución de los chipes:
Whole-genome analyses resolve early branches in the tree of life of modern birds
The Pliocene-Pleistocene transition had dual effects on North American migratory bird speciation
Biogeography of boreal passerine range dynamics in western North America: past, present, and future
The Pliocene-Pleistocene transition had dual effects on north American migratory bird speciation
Cerebro de las aves y sus sentidos:
Los pollos y su impacto ambiental:
The broiler chicken as a signal of a human reconfigured biosphere
Sobre la distribución de animales en la Tierra:
The biomass distribution on Earth
Sobre los virus y microbios:
Deposition rates of viruses and bacteria above the atmospheric boundary layer
Viruses: unlocking the greatest biodiversity on Earth
Sobre la etimología de la palabra nance:
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