Nube de Monte

Historias de las cuencas Grijalva-Usumacinta

Una abeja nativa del género Xylocopa alimentándose de flores de chipilín. Se han registrado hasta 14 especies de abejas nativas asociadas a esta planta. Foto: Francisco Cubas

El chipilín, un símbolo de resistencia ante la agroindustria

Favorito de humanos e insectos, esta especie (Crotalaria longirostrata) de quelite nos recuerda el valor de la agroecología, los policultivos y la diversidad alimenticia

Por: Francisco Cubas / 6 de marzo de 2023

El chipilín tiene un olor que abre una puerta de regreso a la infancia, a desayunos con los que las abuelas te mimaban en sábados lluviosos, entre patios llenos de flores amarillas. Por algo el principal platillo que se cocina con esta planta siempre se nombra con el doble diminutivo: “tamalito de chipilín”. Nunca tamal, siempre tamalito.

El origen exacto del nombre común de la planta es discutido, pero al menos una parte de su raíz náhuatl se refiere precisamente a la infancia. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos dice lo siguiente (nótese como incluso la RAE dice “tamalitos”): 

chipilín, na. (Del nahua tzipitl, niño destetado) . 1. m. y f. Niño pequeño. 2. m. El Salv., Guat. y Méx. Planta leguminosa, herbácea, que se mezcla con masa para hacer los llamados tamalitos de chipilín, típicos de Tabasco y Guatemala.

Fray Alfonso de Molina, en su Vocabulario en lengua mexicana (1555) lo registra como “Tzipitl. la criatura que está enferma o desgañada a causa de estar su madre preñada”.

La palabra entonces se refiere a una imagen muy concreta: un bebé cuya madre lo ha destetado por estar nuevamente embarazada, que ya no tiene para sí toda la atención del principio, y por ello se siente melancólico y triste. Tzipitl se traslada al castellano como chípil. “Está chípil”, es una frase que todavía se usa con frecuencia en México.

El intelectual y político tabasqueño Francisco J. Santamaría en su Diccionario de Mejicanismos (1959) también registra chípil, y menciona que en Guatemala se usaban otras dos variantes: chipe y chipilín. 

Se cree que a chípil se le habría añadido el diminutivo castellano -ín, probablemente influenciada por la palabra castellana chiquilín. En el lenguaje coloquial de Venezuela se usa para dirigirse a los niños pequeños: “¿Oyó, chipilín?”, “Aquiétese, chipilina”. 

En el fondo de la palabra chipilín tenemos a un bebé melancólico, pero, ¿por qué llamar así a una planta? Según el especialista Carlos Gagini en la lengua náhuat de El Salvador chipilín es grillo, y se aplicó este nombre a la planta por la forma de las flores. Por eso en Guatemala y El Salvador dicen chipilinear por “molestar”, como el grillo con su canto. 

La RAE añade aún más confusión a todo esto. En su definición del árbol guachipilín (Diphysa robinoides) se define tzipilín como “amarillento”. Si esto fuera correcto tendría sentido, ya que la planta de chipilín se caracteriza por sus llamativas flores amarillas. 

Muchas plantas para un solo nombre

También hay confusión en saber a qué especie de planta nos referimos cuando hablamos del chipilín. El nombre común (y el de chepil en Oaxaca) se aplica a por lo menos cinco especies en México: Crotalaria longirostrataCrotalaria incanaCrotalaria vitellinaCrotalaria maypurensis y Crotalaria pumila

En las cuencas Grijalva-Usumacinta le llamamos chipilín a la especie Crotalaira longirostrata. La primera palabra hace referencia al cascabeleo que producen las semillas en las vainas. Foto: Francisco Cubas

En este artículo vamos a concentrarnos en la especie Crotalaria longirostrata, que es la predominante en las cuencas Grijalva-Usumacinta, el territorio del que se ocupa Nube de Monte. La palabra Crotalaria viene de crotalus, cascabel en latín, y hace referencia a que en las especies de este género las semillas quedan sueltas dentro de la vaina, y suenan cuando se sacude ésta. 

Esta planta es nativa del territorio que actualmente ocupan México y Centroamérica, su distribución natural abarca desde el norte de nuestro país hasta Panamá, aunque en años recientes ha sido introducida en muchos otros lugares, y está señalada como especie invasiva en Hawaii y Australia. La inmigración mexicana y centroamericana ha provocado que actualmente su uso y su cultivo se esté expandiendo en Estados Unidos. 

El chipilín es un quelite. La palabra quelite viene del náhuatl quilitl que significa verdura o planta tierna comestible (y tiene su equivalente en varias lenguas indígenas). Este término no es una clasificación botánica, sino que proviene del uso tradicional, y básicamente se aplica a todas aquellas hierbas cuyas hojas, flores o tallos pueden comerse. A lo largo de miles de años, los habitantes del territorio que hoy llamamos México seleccionaron para su alimentación más de 350 especies de plantas. Recordemos que este es uno de los territorios con mayor biodiversidad en el mundo, en el que se estima que existen más de 3,000 especies de hierbas nativas.

Planta de chipilín (Crotalaria longirostrata). Foto: Francisco Cubas
El chipilín es una de las más de 350 especies de plantas comestibles que en México se agrupan con el nombre de quelites. Nótese que sus semillas tienen forma de corazón. Foto: Francisco Cubas

No todos los quelites fueron domesticados, ni todos los que fueron domesticados alcanzaron el mismo nivel de domesticación. Un planta completamente domesticada, como el trigo, depende del ser humano para reproducirse; una planta silvestre, como la dormilona, no depende en nada del ser humano para sobrevivir. Entre ambos extremos existen muchos grados intermedios en la relación entre plantas y humanos. 

El chipilín no es totalmente domesticado ni totalmente silvestre. A lo largo de miles de años los humanos fueron seleccionando y sembrando las variedades que más les convenían en sus patios y en sus milpas, o al lado de sus caminos. Actualmente todavía puede crecer de manera silvestre, o puede ser cultivado intensivamente, aunque lo más común es que sólo se siembre para autoconsumo cerca de las casas en las zonas rurales. 

Nunca ha habido grandes campos sembrados de chipilín. Al igual que los otros quelites, fue siempre parte de estrategias de agricultura basadas en la diversidad de especies: el policultivo milpa y la agroforestería. Se trata de la visión opuesta a la agroindustria occidental, basada en el cultivo intensivo de unas cuantas especies. 

Los primeros humanos que intentaron comer estas plantas deben haber tenido un aprendizaje muy duro, porque varias de sus parientes en el género Crotalaria son tóxicas. De hecho, las semillas y las raíces del chipilín son tóxicas, y estas últimas pueden utilizarse para envenenar roedores.

Sin embargo, sus hojas son muy nutritivas, y contienen niveles altos de minerales como hierro, calcio y magnesio, vitaminas del grupo B, incluyendo tiamina, niacina y riboflavina, además de vitamina C y beta caroteno, lo cual lo convierte en un suplemento alimenticio muy importante.

Su uso medicinal más común es como somnífero. La infusión de sus hojas en agua hirviendo provoca el sueño. En Centroamérica también se acostumbra poner bajo la almohada un manojo fresco de tallos y hojas. 

Hay múltiples platillos en los que se ha utilizado tradicionalmente, pero tal vez los dos más conocidos en la región que nos ocupa sean los ya mencionados tamalitos y el caldo de chipilín con bolitas de masa y queso. 

Caldo de chipilín con bolitas de masa. Foto: Francisco Cubas
Tamalitos de chipilín como se comen en el norte de Chiapas, con salsa de tomate y queso doble crema. Foto: Francisco Cubas

Un festín para los insectos

Conozco el chipilín desde niño, pero hasta que me interesé en las abejas nativas (ver artículo en Nube de Monte) no supe que era una planta tan atractiva para ellas. En noviembre del 2022, en una visita a la Hacienda Napaná de cacao orgánico en Pichucalco, Chiapas, me acerqué a un pequeño sembradío de unos 20 metros de largo al lado de un camino. En apenas dos horas distinguí 12 especies de abejas nativas, de las cuales pude fotografiar 8. 

Pequeño sembrado de chipilín en la Hacienda Napaná, Pichucalco, Chiapas. Foto: Francisco Cubas

De regreso en casa hice una búsqueda en los artículos científicos y encontré uno recién publicado por investigadores tabasqueños, en el que estudiaron los insectos asociados al chipilín (puedes encontrar el link al final de este texto). Con el uso de trampas, ellos lograron recolectar 45 especies en seis diferentes huertos familiares de la región de La Chontalpa. Entre esas 45 especies había 14 de abejas nativas, casi el mismo número que yo había observado en un sólo día. 

Una abeja nativa del subgénero Tylomegachile se posa en una flor de chipilín mientras una chinche cazadora de abejas (género Apiomerus) acecha en el tallo. Foto: Francisco Cubas
Dos abejas nativas alimentándose del chipilín. Al fondo un chicopipe (Nannotrigona perilampoides) y al frente una abeja de la especia Megachile otomita. Foto: Francisco Cubas
Una pareja del escarabajo Disonycha teapensis. Según la tradición oral esta especie siempre ha estado asociada al chipilín. Foto: Francisco Cubas

Si una sola especie de planta sirve de alimento para todas esas especies podemos imaginarnos la importancia que tiene conservar la gran diversidad vegetal que hemos heredado. Recordemos que las plantas y los hongos son la base de la cadena alimenticia de los ecosistemas terrestres. 

El modelo agroindustrial y la colonización cultural

Para quienes crecimos en las cuencas Grijalva-Usumacinta el chipilín es un entrañable recuerdo de la infancia, pero es también un símbolo de resistencia ante la agroindustria y el modelo de consumo occidental. 

El desarrollo industrial de la agricultura puso énfasis en la tecnificación del campo a través del uso de agroquímicos en monocultivos, y durante la mayor parte del siglo XX se creyó que todas las técnicas de cultivo anteriores eran obsoletas y atrasadas, vestigios de un pasado bárbaro que había que dejar atrás. 

Por otro lado, la medicina y las grandes empresas de alimentos proclamaban que la dieta occidental moderna era mejor y más nutritiva que los antiguos platillos de las cocinas tradicionales. 

Colonizados culturalmente por el cine, la televisión y la omnipresente publicidad, millones de personas en todo el mundo crecimos sintiendo que teníamos que aspirar a comer cornflakes, hamburguesas, pizzas y hotdogs para alcanzar el grado de desarrollo de Estados Unidos, el mayor poder militar del mundo. 

Hoy en día en los pueblos más pequeños y alejados del sureste de México es más fácil comprar una hamburguesa o una pizza que un platillo tradicional, a pesar de que la cocina mexicana ha sido proclamada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. 

Abeja nativa llamada culo de vaca (Trigona fulviventris). Foto: Francisco Cubas

Los quelites, pese a su gran valor nutricional, fueron despreciados durante muchas décadas como parte de ese pasado que se quería superar para integrarnos a occidente y a la modernidad. Es irónico pensar que durante décadas se nos vendió la espinaca (originaria de Persia) como una superplanta en un país que tiene para escoger entre una variedad tan amplia de especies nutritivas.

¿Cuántos niños mexicanos leímos por primera vez la palabra nutrición en la gráfica de las cajas de los cereales de una empresa trasnacional, que nos ha vendido durante décadas a los mexicanos hojuelas hechas con maíz, la planta que nuestros antepasados desarrollaron durante milenios? 

¿Cuántos de nosotros podríamos nombrar hoy al menos 10 de las 350 especies de quelites? 

Por otro lado, durante gran parte del siglo XX gran parte de los agrónomos, educados de acuerdo al paradigma occidental, despreciaron los saberes y las prácticas tradicionales del campo, y orientaron las políticas públicas hacia el modelo de la agroindustria. 

El modelo agroindustrial que se ha impuesto en todo el mundo se ha basado en la reducción de la diversidad de alimentos cultivados y en la concentración de la riqueza y la tierra en unas pocas manos.

Alimentos cada vez menos diversos

Desde el inicio de la agricultura, hace unos 12 mil años, los humanos hemos domesticado alrededor de 6,000 especies de plantas, pero ahora la mayoría de las personas en el mundo sólo come nueve, y cuatro de ellas (trigo, maíz, arroz y soya) representan dos tercios de todo el consumo.

La tendencia ha sido eliminar la diversidad, tanto en la variedad de plantas como en las empresas que controlan el mercado. Y esa falta de diversidad nos hace altamente vulnerables a los efectos de la crisis climática. Mientras menos variedades de cultivos tengamos a nuestra disposición menor será nuestra capacidad de respuesta a medida que el clima continue cambiando en las siguientes décadas. 

Unas cuantas corporaciones dominan las cadenas alimenticias de todo el mundo. Tan sólo dos empresas controlan el 40% del mercado global de semillas. Esto tiene como consecuencia toda una serie de problemas sociales, principalmente la desaparición progresiva de los pequeños agricultores. Pero además este modelo de agricultura es uno de los principales responsables de las dos principales amenazas que enfrenta la humanidad: la crisis climática y la extinción masiva de especies.

Un estudio publicado en 2021 por el Programa para el Medio Ambiente de la ONU informa que el sistema global de alimentación produce el 30% de las emisiones de carbono que están acelerando el calentamiento global. Y la agricultura actual está identificada como la principal amenaza de 24,000 de las 28,000 especies en peligro de extinción en el mundo.

Aún más, los agroquímicos usados por el modelo occidental de agricultura han contaminado la mayoría de los acuíferos del mundo. Se han identificado 415 zonas muertas en las costas del planeta. Una zona muerta es una parte de la costa en la que el exceso de nutrientes (como el fósforo y el nitrógeno que se usa en los fertilizantes y que llevan los ríos hacia el mar) elimina el oxígeno del agua y hace que prácticamente no pueda haber vida allí. 

Diagrama de las principales zonas muertas por la contaminación en las costas del planeta.

Por todo lo anterior, una gran cantidad de reportes científicos internacionales piden la transformación del actual sistema global de alimentación hacia una agricultura que limite al máximo el uso de agroquímicos y que se base en sistemas de policultivos y agroforestería que favorezcan el aprovechamiento de la gran diversidad de plantas que existen. 

El policultivo de la milpa y la agroforestería fueron desarrollados por los pueblos mayas hace siglos. Hoy, después de la arrogancia con que se les menospreció, sus prácticas y conocimientos siguen siendo relevantes. 

El valor de una humilde hierba

Regresemos al chipilín. Mientras contemplaba asombrado al lado del camino la multitud de vida que puede albergar esta planta pensaba en todos los fallidos planes agrícolas que ha visto esta región desde hace tantas décadas. Cuántos cambios de políticas agrarias, cuántos nuevos cultivos de moda cada sexenio, cuántos patrimonios arruinados, cuántos ejidos vendidos a empresas, cuánta deforestación, cuántos venenos vertidos en la tierra y en los ríos. 

Y a pesar de toda esa locura, a través de todos estos años el humilde chipilín sigue aquí con nosotros, sin necesidad de agroquímicos, proveyendo comida a los insectos y nutrientes a los humanos, igual que hace miles de años. A nadie en esta región le han faltado nunca sus tamalitos de chipilín, a pesar de que nunca se ha vendido en los supermercados.

Vale la pena detenernos a pensar en ello.

Abeja nativa del subgénero Tylomegachile. Foto: Francisco Cubas

El cambio del sistema global de alimentación requiere grandes cambios políticos y económicos, pero cada quien puede empezar por sí mismo. 

Comencemos por entender de dónde viene lo que comemos a diario, dónde se cultiva, quién me lo vende. ¿Cuáles son los quelites de mi localidad o de mi región? ¿De qué manera se producen mis alimentos? ¿Cómo puedo tener una alimentación más diversa, saludable y sustentable? 

Saber que lo que comemos está directamente ligado a la conservación o a la destrucción del medio ambiente es el primer paso para una toma de consciencia individual, de la que tal vez podrán surgir las acciones colectivas que necesitaremos para hacer frente a las grandes crisis que amenazan la vida de las siguientes generaciones. 


Para saber más:

Etimología de chipilín, por Esther Hernández (2008)

La importancia de los quelites

Etnobotánica de los quelites mexicanos (2016, en inglés)

Insectos asociados a Crotalaria longirostrata Hook. & Arn. (Fabales: fabaceae) en La Chontalpa, Tabasco, México (2022)

Comunicado del Programa para el Medio Ambiente de la ONU sobre la pérdida de biodiversidad por la agricultura (2021)

Soluciones locales para sistemas de comida sostenibles (2020, en inglés)

Hierba mora, chipilín, jícama y bledo. Para alimentarse con calidad y economía. Aníbal B. Martínez (2012)

Reporte sobre el monopolio del sistema alimenticio global (2022)

La necesidad de revivir la diversidad de nuestros alimentos (2022, en inglés)

Qué es una zona muerta en las costas (2022, en inglés)


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