
Domingo Alejandro Luciano, sembrador de la lengua yokot’an
El poeta, traductor, profesor y locutor bilingüe, nos habla de las dificultades de conservar las lenguas indígenas en un país que sigue siendo hostil a ellas
Por: Francisco Cubas
Corrían los primeros años de la década de los 80s del siglo pasado cuando un par de niños acudieron por primera vez a la escuela primaria en Mazateupa, uno de los siete poblados más antiguos del corazón de la zona yokot’an, el municipio de Nacajuca, en Tabasco. En esa época, en pleno auge petrolero, vivían en el pueblo menos de 1,000 personas.
Mazateupa significa “templo del venado” en náhuatl y su nombre yokot’an es Chëkpach, “lugar del pital rojo”.
Domingo Alejandro Luciano y su hermano Vicente entraron al pequeño edificio de ladrillos con el nerviosismo normal de cualquier niño en su primer día de clases, pero no estaban preparados para lo que iban a encontrar ahí. Nadie hablaba su lengua, el yokot’an, los alumnos y el maestro hablaban español, a pesar de que supuestamente se trataba de una primaria bilingüe en una zona indígena.
“Nuestros compañeros eran hijos de maestros o de otras personas con recursos, y sólo hablaban español, el maestro sólo hablaba español”, recuerda Domingo. Había libros bilingües pero no se utilizaban, y el maestro no atendía a los alumnos que hablaban otro idioma.
Él y su hermano Vicente se sentaron juntos en los mesabancos dobles de madera, y siguieron juntos durante toda la jornada escolar, sin entender nada. A la hora del recreo se fueron juntos a un rincón, rodeados por los gritos y juegos en una lengua que no entendían, y bebieron en silencio el pozol (buk’a) que su madre les había preparado desde muy temprano.
Sus abuelos eran campesinos que sólo hablaban yokot’an y cultivaban la cañita (Cyperus canus) una planta usada para la fabricación de artesanías. Su madre elaboraba petates y su padre era jornalero en el campo. Ninguno de ellos hablaba español.
Durante los siguientes dos años, Domingo fue aprendiendo como pudo: “Hasta el tercer año pude empezar a comunicarme en español, no sé cómo me aprobaron el primer y segundo año, a lo mejor porque el maestro veía que yo trataba de hacer las tareas”.
“Sentí que era una necesidad urgente aprender el español” recuerda, “pero de niño sólo lo usaba en la escuela, en mi casa era el yokot’an, había dos caminos, dos vertientes, el español era para la sociedad y el yokot’an era para la familia”. Hablaba el español en un edificio de ladrillos, y el yokot’an en una casa tradicional de guano, donde no había electricidad ni juguetes, porque tampoco había tiempo para jugar. Después de la escuela y la comida ayudaban a su madre a tejer los petates, y al final del día hacían su tarea, a la luz de un quinqué.
“… había dos caminos, dos vertientes, el español era para la sociedad y el yokot’an era para la familia”.
A los 10 años la familia se cambió a vivir a Tapotzingo, un pueblo vecino, de donde era originaria su madre y donde hasta la fecha reside Domingo. El nombre del pueblo viene del náhuatl tzapotl= zapote, tzin: diminutivo de pequeño o chico y co (go) es la toponimia. Tapotzingo significa “Lugar de los chicozapotes”, en referencia al árbol frutal cuyo nombre científico es Manilkara zapota.
Más adelante, las inquietudes adolescentes propiciaron que considerara dejar atrás su lengua natal. “Cuando tenía 15 o 16 años yo quería usar nada más el español para hablarlo bien y poder entrar en el círculo, quería interactuar con las muchachas, estar en el círculo y no estar aislado. En la prepa cuando alguien me preguntaba si yo sabía hablar chontal les contestaba que no” (en esos tiempos aún se le llamaba chontal, para una explicación sobre ambos nombres checa nuestro artículo sobre el tema).
Literatura y reconciliación
Fue su interés por la literatura lo que lo hizo reencontrarse con la lengua de sus ancestros: “Nos dejaron de tarea en la prepa escribir un poema o un cuento, y me puse a leer y a escribir y me gustó mucho. Cuando entregué la tarea me enteré de que iba a haber un taller literario en la biblioteca de Nacajuca (la capital del municipio, a unos minutos de Tapotzingo) y decidí llevar mis escritos, para que dieran una opinión. El coordinador del taller, el maestro Antonio Solís Calvillo, me preguntó que si yo hablaba chontal, y que sí había escritura en chontal, y yo le contesté que sí -Bueno, ¿y por qué no escribes en tu lengua?- me preguntó. Yo le contesté que no sabía si me iba a funcionar, y me dijo: -Escribe, escribe en tu lengua y vas a ver la diferencia, en la literatura indígena hay muchas metáforas que son propias de sus lenguas”.
“Le hice caso y empecé a ver mi lengua con otros ojos. Por ejemplo, en español se dice ventana, pero en yokot’an decimos ujut otot, que literalmente quiere decir el ojo de la casa. Y en lugar de decir puerta nosotros decimos u ti’ otot, la boca de la casa. En la cosmovisión yokot’an la casa es un universo donde todos entran y tiene que ver con la vida, con la protección, nosotros entramos por la boca de la casa para protegernos, es toda una simbología propia de nuestra lengua, la casa se relaciona con el cuerpo humano. Otra metáfora muy bella es la forma de decir ramas, k’ëb te’, literalmente son los brazos del árbol”.
“Así es como empecé a escribir mis textos, como se dice vulgarmente “a la pelavaca” (en la región significa hecho como Dios te dé a entender, la estudiosa Rosario Gutiérrez Eskildsen citaba este y otros ejemplos de palabras compuestas para evidenciar la influencia del yokot’an en el habla tabasqueña), yo no tuve maestros en lengua yokot’an que me explicaran la gramática o la ortografía, yo escribía como yo lo pronunciaba, y le pedía ayuda a mis abuelos y mis padres con las palabras que desconocía. Eso me hizo voltear la mirada y descubrir que estaba dejando atrás algo muy importante para mí, algo que formaba parte de mi infancia de mi familia, y ese algo era la lengua. La estaba dejando y estaba tomando otro camino que sólo me servía para ver el otro mundo que está del otro lado y no mi propio mundo”.
“Eso me hizo voltear la mirada y descubrir que estaba dejando atrás algo muy importante para mí, algo que formaba parte de mi infancia de mi familia, y ese algo era la lengua. La estaba dejando y estaba tomando otro camino que sólo me servía para ver el otro mundo que está del otro lado y no mi propio mundo”.
“Después mi abuelo me prestó unas cartillas que hicieron los del Instituto Lingüístico de Verano (Summer Institute of Linguistics, Inc, una institución cristiana estadounidense que promueve el estudio de las lenguas indígenas para acercarles la biblia), y con esa ortografía hice mis primeros textos”.


En esa época ya habían dos personas que habían escrito literatura en yokot’an, Auldárico Hernández (que después se dedicó a la política) y el escritor Isaías Hernández, pero Domingo aún no los conocía.
“Posteriormente el maestro Solís Calvillo me invitó a un encuentro de escritores tabasqueños y recuerdo que me daba escalofríos presentarme en yokot’an a leer mis textos porque habían frente a mí escritores grandes, como Ramón Bolívar, Jorge Priego, Vicente Gómez Montero, Ciprián Cabrera, Luis Alonso Fernández, Norma Domínguez. Al final me felicitaron y eso fue para mí una confirmación de que mi camino era escribir, y hasta hoy, aquí sigo”.
Tras terminar su preparatoria Domingo inició un recorrido por diversos trabajos, como vendedor en diversas tiendas, en la Bimbo, como peón de albañil, y también ayudando en el campo y sembrando milpa. Estuvo un sexenio en Culturas Populares del entonces Instituto de Cultura de Tabasco, y fue docente en la Universidad Intercultural de Tabasco. Durante todos esos años tomó diferentes talleres, cursos y diplomados en lugares como la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y la SOGEM. Ha trabajado como traductor y es intérprete certificado para asuntos de justicia por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas.
Los cerros no son lo suyo
Sobre su trabajo como maestro en la Universidad Intercultural, Domingo señala un detalle significativo. Sólo duró un año en el puesto, porque la universidad se encuentra en Oxolotán, en el municipio de Tacotalpa, a unas dos horas y media de Nacajuca, y sin un servicio de transporte directo, pero para él el principal obstáculo fue el paisaje: “Uno a veces ve la situación del espacio, del ambiente, allá es más cerro y yo nací en lo plano y pues acá decimos que donde naciste ahí te vas a quedar. Allá es muy bonito, pero me siento más a gusto aquí”.
Aunque ambas localidades son parte de la cuenca Grijalva, una se encuentra en el nacimiento de las Sierras de Chiapas y Guatemala, y la otra en la llanura costera del Golfo Sur, ese territorio plano y pantanoso surcado por enormes ríos, donde los antiguos yokot’an fueron grandes navegantes y comerciantes, y donde su descendiente, Domingo, se siente en casa.
Como escritor, ha publicado el poemario Ni najá t’ok chämo (El sueño y la muerte), y fue Secretario de Formación Profesional de la organización Escritores en Lenguas Indígenas (ELIAC). Se ha presentado leyendo su poesía en Veracruz, Chiapas, Campeche, Yucatán, Quintana Roo y la Ciudad de México. Es presidente de Escritores en Lenguas Originarias de Tabasco AC, cuyo objetivo es promover y difundir las lenguas yokot’an, chol, tzotzil, tzeltal, náhuatl de Cupilco y zoque ayapaneco.
Actualmente trabaja como locutor bilingüe en la estación de radio XHCPBS, 98.7 FM, La voz de los chontales. Una estación que fue fundada originalmente en 1982, luego cerrada en 1990 y refundada en 2020. El pasado 24 de julio, en la rueda de prensa diaria de la Secretaría de Salud por la pandemia, que se transmitió en esa ocasión desde Villahermosa, Tabasco, Domingo se presentó en yokot’an y a continuación hizo dos preguntas al subsecretario Hugo López-Gatell, sobre la información de salud en lenguas indígenas y sobre la necesidad de incorporar el conocimiento herbolario de los pueblos indígenas a las estrategias nacionales de salud.
Posiblemente haya sido la primera vez que la lengua yokot’an se escuchó en una transmisión televisiva nacional en horario estelar. Hay que repetirnos esta frase y tomar conciencia de la enorme injusticia de que en 70 años de televisión en México las lenguas indígenas sigan estando ausentes.
Y no sólo ausentes de la televisión, sino desatendidos en un derecho constitucional, el de recibir educación, atención médica y jurídica en su lengua materna. “En la asociación tenemos a 30 traductores certificados en tema de justicia por el INALI”, expone Domingo, “pero no hay trabajo para ellos, muchas veces nos hablan de algún juzgado y quieren que uno vaya a traducir y nada más te ofrecen el pasaje. Se necesitan puestos de trabajo en el sistema judicial para que estas personas capacitadas puedan atender a los hablantes de lenguas indígenas”.
También hacen falta intérpretes en los hospitales: “De toda la vida muchas personas indígenas no quieren ir con un médico o a un hospital porque no entienden o no saben explicarse en español. Ahorita, con la pandemia, hay muchas comunidades indígenas que todavía no entienden bien de qué se trata. Se han hecho vídeos y anuncios en lenguas indígenas, pero muchas de estas comunidades no tienen internet, así que no les llega el mensaje”.
La justicia está en la palabra
Pese a todas las dificultades y discriminaciones que ha enfrentado desde niño, Domingo es siempre optimista: “El enojo es un sentimiento que tiene que ir abonándose con otras cosas, hay que conocer el pasado para entender, nosotros como pueblos quizá hubo algo ahí que nos tenía aplastados, arrinconados, amarrados, hoy creo que la forma de hacer revolución es con la palabra, con lo que escribimos, con lo que pensamos, la justificación es sacar lo que uno siente y plasmarlo en una hoja blanca, la forma de que se dé a entender el sentimiento de un ser humano es con el pensamiento, que fluya como el agua sobre una hoja blanca”.
Y siente que la forma de hacerles justicia a los pueblos indígenas está en la palabra: “Lo que hace falta es entenderlos, para hacerle justicia hay que entenderlos, escucharlos y sobre todo comprometerse para ellos, en muchas ocasiones se ha utilizado a los indígenas como un botín, pero ahora queremos que nos escuchen y que las instituciones nos escuchen de verdad, no por protocolo, por que lo que necesitan los pueblos indígenas es ser tomados en cuenta y que la palabra de ellos valga”.
“… en muchas ocasiones se ha utilizado a los indígenas como un botín, pero ahora queremos que nos escuchen y que las instituciones nos escuchen de verdad, no por protocolo, por que lo que necesitan los pueblos indígenas es ser tomados en cuenta y que la palabra de ellos valga”.
Es consciente de que la modernización acelerada del territorio yokot’an por el establecimiento de la industria petrolera en su territorio desde la década de los 70s ha traído consigo muchos cambios negativos para su gente: “En un 60% ya nuestra gente es más mestiza que originaria, entendemos nos expresamos, vestimos tal y como lo hace alguien de la ciudad, es una calca. En el consumo, en la alimentación, ya no ves el pozol, sino la coca cola, ya no el puchero o la manea con uliche, ya no ves la jícara, sino vasos de plástico. Por su parte Pemex trajo un círculo de destrucción con la contaminación del agua, del aire, de la tierra, con las explosiones de pozos, son muchos cambios en los que hemos ganado muy poco y hemos perdido mucho, ha cambiado la forma de pensar de la gente, es el cambio de una vida a otra”.
Mucho ha cambiado y seguirá cambiando en estos territorios. Por el momento, Domingo Alejandro Luciano, padre de cuatro hijos, continúa trabajando y resguardando las palabras de su lengua materna, y ayudando a su padre en la milpa rodeada por árboles de mango, carambola, cedro y naranja, en el corazón del territorio ancestral yokot’an.
Päk’ t’an
Wida
chumú
tu ti’ iximkab
tu yaba u bo’oy Ixzoklomte’
kä pitän top’ík ni t’anjob
ke ni ik’
u yäktí yälik izapanto
t’ok u ju’ju’né Xoch’
k’a kä ch’ujnan
tan p’uj
tuba k’ajti’yá
Sembrando palabras
Aquí
sentado
a la orilla de un maizal
bajo el cobijo de una ceiba
espero brotar las palabras
que el viento
deja caer
en la madrugada
con el ulular de los tecolotes
para guardarlos
en el cántaro
de la memoria
Poema publicado en el libro de Domingo Alejandro: Ni najá t’ok chämo, 2007 INALI. La versión en español puede descargarse aquí.
Para saber más consulta nuestro artículo:
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