
Los nombres de los árboles más floridos de Tabasco
El nombre guayacán se usa para tres especies distintas de árboles amarillos. El macuilis lleva el rastro del número cinco náhuatl en su nombre, y es el árbol nacional de El Salvador. El framboyán llegó de Madagascar y la lluvia de oro vino de Asia. Acompáñanos en este recorrido por los árboles más vistosos en la Llanura Costera del Golfo Sur
Por: Francisco Cubas/ 18 de marzo de 2021
(Actualizado el 24 de marzo de 2021 para incluir dos especies similares al macuilis)
(Actualización del 18 de febrero de 2022. Definitivamente el árbol más florido de Tabasco es la ceiba)
Llega la primavera a Tabasco, el estado que ocupa la parte baja de las cuencas Grijalva-Usumacinta, y las calles y los campos se van llenando de árboles de colores. Aunque en realidad, referirse a la primavera es tratar de emular las cuatro estaciones de otras latitudes. En el trópico sólo hay dos grandes estaciones, la de seca y la de lluvias. A partir de marzo la temperatura promedio se eleva por arriba de los 30 grados, para no volver a bajar hasta las lluvias de octubre.
Pero eso no impide gozar a la vista de tantos árboles floridos. Aunque existen en la región de la Llanura Costera del Golfo Sur muchos árboles que dan flores muy bellas, los que más lucen, los que llenan sus copas de color y los que todo mundo nombra son principalmente cuatro: el guayacán, el macuilis, el framboyán y la lluvia de oro. Los primeros dos han estado en estos territorios desde hace muchos miles de años, los otros fueron traídos de otros continentes. El guayacán, el macuilis y la lluvia de oro florecen entre marzo y abril, el framboyán lo hace mucho más tarde.

A partir de aquí nuestra historia se complica, porque el primero de ellos, el guayacán, en realidad no es uno, sino muchos árboles. Me explico: guayacán es una palabra proveniente del taíno waiacan, que ha sido usada en muy diversos territorios de los trópicos americanos para nombrar árboles de varios géneros diferentes (Tabebuia, Caesalpinia, Guaiacum, Porlieria, etc), incluso se usa también para algunas hierbas.

En la cuenca Grijalva-Usumacinta, y en otros lugares, se usa principalmente para referirse a un árbol de madera muy dura que llena su copa de flores amarillas, en una explosión de color. Pero resulta que hay tres especies diferentes que comparten estas características, y las tres pueden encontrarse en Tabasco: el Handroanthus chrysanthus, que por cierto es el árbol nacional de Venezuela, el Roseodendron donnell-smithii, y el Handroanthus guayacan. Las tres especies pertenecen a la familia Bignoniaceae, que cuenta con 650 especies distribuidas en 110 géneros. En Tabasco se encuentran el 80% de los géneros y el 61% de las especies de Bignoniaceae de México.



Además de sus nombres científicos, a estos árboles se les aplican diferentes nombres comunes en los diferentes estados y países en que se distribuyen. Según un documento de la Comisión Nacional de la Biodiversidad en México se le llama de las siguientes maneras: amapa prieta (Sinaloa), primavera (Jalisco, Colima, Nayarit), verdecillo (Michoacán, Guerrero.), lombricillo, lotcui (Chiapas), guayacán (Tabasco, Chiapas), roble (Guerrero), ahan-ché, ahouan-ché, x-ahau-ché (maya yucateco). Pero también están estos otros nombres: amapa amarilla, amapa verde, araguaney, guayacán oreja de león, chuto, lombricillo, palo fierro, pata de león, roble amarillo, roble serrano. En la lengua yokot’an se le llama k’ënk’ën nichte’.
¿Cómo saber entonces, cuando vemos un árbol con su copa llena de flores amarillas, de qué especie se trata? Para contestar esto Nube de Monte consultó al investigador Carlos Burelo Ramos, del Herbario de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. El especialista nos explicó que, aunque existen pequeñas diferencias entre la forma en que se agrupan las flores y las hojas de las tres especies a las que se llama guayacán amarillo (Handroanthus chrysanthus, Roseodendron donnell-smithii y Handroanthus guayacan), y en las estrías de la madera del tronco, la única forma infalible de identificarlas es por los pelillos que presentan en la base de sus hojas, ya que en una especie son simples, en otra son estrellados y en otra son menos abundantes. El nombre técnico que usan los botánicos para estos pelillos es tricomas (que en griego quiere decir cabello), y sólo pueden ser observados con microscopio.


De modo que, para quienes no somos especialistas, será muy difícil averiguar a simple vista cuál es la especie de guayacán que estamos viendo. A manera de consuelo, el especialista nos aseguró que los árboles de la ciudad de Villahermosa y los sembrados en la mayoría de los ranchos y parques son de la especie Handroanthus guayacan, y las otras dos sólo se encuentran en lugares selváticos, no cultivados, que cada día son menos. Tan es así que la especie Handroanthus chrysanthus (el guayacán amarillo que es árbol nacional de Venezuela) aparece mencionada en la Norma oficial mexicana bajo la categoría de especie amenazada. Al parecer la especie Roseodendron donnell-smithii es más abundante en Chiapas y Guatemala.
Sobre estos árboles amarillos se afirma en diversas tradiciones que la corteza es eficaz para tratar reumatismo, artritis, cáncer, infecciones, inflamaciones y ulceras, y probablemente sirva para combatir bacterias y hongos, aunque no hemos encontrado estudios científicos concluyentes al respecto.
Una nube rosa y tres especies
Después de la enorme confusión que rodea a los guayacanes, el macuilís es un poco más sencillo de identificar. Se trata de un árbol de tronco oscuro que da muy buena madera, y que llena su copa con flores de un vistosísimo color rosa. Al menos en Tabasco, el nombre común macuilís se refiere a una sola especie, cuyo nombre científico es Tabebuia rosea, y que también pertenece a la familia Bignoniaceae. Sin embargo, a lo largo de tantos siglos los habitantes de diferentes territorios lo hayan nombrado de muchas formas. Según la Conabio sus nombres comunes en México son: amapola, maculís, palo de rosa, rosa morada, maculís,macuilís (Tabasco, Chiapas), cul (lengua huasteca, San Luis Potosí), macuelis de bajo (lengua lacandona, Chiapas), hok’ab, lok’ab (maya yucateco), li-ma-ña (Chinanteca, Oaxaca); Yaxté (lengua tojolabal, Chiapas), roble, roble blanco (Oaxaca, Guerrero, San Luis Potosí), amapa rosa (Nayarit), amapola (Sinaloa), rosamorada (Campeche, Quitana Roo), maculishuate, palo blanco, tural (Chiapas), nocoque, cacahua, icotl (San Luis Potosí), paloyugo, primavera (sinaloa), roble prieto (Oaxaca), satanicua (Guerrero). Recordamos siempre que estas listas de nombres de la Conabio hay que tomarlas con un grano de sal, porque fueron hechas hace ya muchos años y no necesariamente por personas expertas en las más de 60 familias lingüísticas de nuestro país. En yokot’an se le llama te’ ajmaculis y también chëkbujen nichte’.



Quiero detenerme un momento en uno de estos muchos nombres, maculishuate, que se usa en Guatemala y Chiapas y se parece a macuilis. En el diccionario en línea de la Real Academia Española aparece un nombre muy similar, maquilishuat, con la siguiente definición: Del náhuatl macuilli ‘cinco’ e ishuat ‘hoja’, ‘pétalo’. Es sinónimo de macuelizo, como se le llama al árbol en Honduras, Nicaragua y El Salvador, donde por cierto es el árbol nacional.
Ante los dudosos conocimientos que puede tener del náhuatl la Real Academia Española, y al no encontrar confirmación en los diccionarios del náhuatl en línea, consulté en Twitter, donde varios amables usuarios conocedores de la lengua ofrecieron sus respuestas, y aparentemente esa etimología es posible.
De modo que en el nombre más común en Tabasco, macuilís, resuena el número cinco náhuatl. Curiosamente, las hojas del macuilís crecen en grupos de cinco (la explicación técnica es más complicada, e implica hablar de hojas simples y compuestas, folíolos y raquis, pero creo que basta con observar la ilustración que adjuntamos a continuación para tener una idea más clara).




En la medicina tradicional de muchos pueblos americanos, las hojas del macuilís se usan para combatir la fiebre, y la corteza se usa para problemas respiratorios, gastrointestinales, dermatológicos, dolores menstruales, diabetes y problemas de circulación. Por su parte, estudios de laboratorio indican que el macuilís muestra una importante capacidad antioxidante, antiinflamatoria y antiproliferativa (que evita el crecimiento de células cancerosas).
Sin embargo, el macuilís (Tabebuia rosea) no es el único árbol con flores rosas originario de América. Existen otros dos parientes suyos de la familia Bignoniaceae, se trata del Handroanthus heptaphyllus y del Handroanthus impetiginosus, que en Sudamérica son conocidos por el nombre común de lapachos, o lapachos rosados. El primero sólo habita en Sudamérica, mientras que el segundo se encuentra desde México hasta Argentina.



Quién sabe cuántos de los nombres comunes registrados para el macuilís (Tabebuia rosea) en realidad se refieren al Handroanthus impetiginosus. Sabemos con seguridad, por las investigaciones del botánico Carlos Burelo Ramos, que en Tabasco nunca se ha reportado la presencia de H. impetiginosus, pero sí ha sido reportado ampliamente en otros estados. Hemos encontrado reportes de que los árboles rosados que pueden verse en Yucatán, cuyo nombre común es xmakulis, son Handroanthus impetiginosus y encontramos al menos un artículo científico que reporta una gran población de Handroanthus impetiginosus en Oaxaca (ver el último en la lista de bibliografía de este artículo). Al parecer el H. impetiginosus se encuentra mayormente en selva seca tropical, y el Tabebuia rosea en ambientes más húmedos.
Las dos especies son muy parecidas, salvo por una diferencia que sí es fácil de observar: el Handroanthus impetiginosus (al igual que el Handroanthus heptaphyllus) tiene el borde de sus hojas serrados, es decir, toda la orilla de sus hojas termina en pequeñas puntas, similar a una sierra. En cambio las orillas de las hojas del macuilís (Tabebuia rosea) son lisas.

Una flama roja
Continuemos ahora con un árbol muy especial, porque, además de vistoso, surgió en una isla al otro lado del mundo. El framboyán, como se le llama en muchos lugares, es originario de Madagascar, y su nombre científico es Delonix regia. En Villahermosa son muy conocidos, porque durante el siglo XX fueron sembrados en muchos parques, jardines y ranchos. El andador del Parque Tomás Garrido, a la orilla de la Laguna de las Ilusiones, está lleno de ellos. ¿Y cómo sabemos que llegaron en el siglo XX? Esto lo aclararemos más adelante.
El nombre framboyán procede del francés flamboyant (que brilla o reluce). La palabra ha pasado intacta al inglés, donde significa extravagante, vistoso, llamativo. Y es verdad que cuando se llena de flores rojas es un árbol hermoso.


Curiosamente, a pesar de haber sido plantado en parques de todo el mundo, este árbol está en peligro de extinción en su propia isla, Madagascar, por culpa de la continua deforestación.
El framboyán pertenece a la familia de las Fabaceae, que contiene 730 géneros y unas 19,400 especies, lo que la convierte en la tercera familia con mayor riqueza de especies después de las compuestas (Asteraceae) y las orquídeas (Orchidaceae).
En diversos lugares se dice que sus hojas y su corteza tienen propiedades diuréticas, desparasitantes y astringentes, pero no hay estudios de laboratorio que lo confirmen.
Ramas doradas
Nuestro último árbol en este recorrido es también amarillo, como el primero. La lluvia de oro es originaria de Asia, su nombre científico es Cassia fistula y también pertenece a la familia Fabaceae, como el framboyán.
Es un árbol grande, frondoso y muy atractivo cuando florece. Además, sus flores, frutos, semillas y hojas han sido utilizadas en la medicina tradicional de diversos lugares para el tratamiento de: diarrea, gastritis, fiebre, enfermedades de la piel, lepra, tiña, infecciones de hongos en la piel, dolor abdominal, ictericia y náuseas; además de atribuírsele propiedades cicatrizantes, hipoglucémicas, antinflamatorias, antimicrobianas y anti parásitos. Los estudios de laboratorio ofrecen buena evidencia de que las partes de este árbol tienen actividad antiinflamatoria y antimicrobiana, y también se ha estudiado su uso como antiparasitante para las ovejas.


A pesar de que el árbol no es originario de América, y de que fue introducido apenas hace un siglo, hay pueblos como los zoques de los Chimalapas, en Oaxaca, que utilizan la Cannia fistula para desparasitar y tratar la tos.
Los dos exóticos que llegaron con el siglo XX
Los árboles más vistosos de Villahermosa presentan una interesante simetría. Los guayacanes y los macuilis son originarios de América, y pertenecen a la familia Bignoniaceae. El framboyán y la lluvia de oro son de África y Asia, y pertenecen a la familia Fabaceae.
Vayamos ahora al siglo XIX, cuando el célebre naturalista tabasqueño José Narciso Rovirosa se propuso registrar cómo florecían a lo largo del año las muchas especies de plantas que podían verse en la ciudad San Juan Bautista, como se llamaba Villahermosa en ese entonces.
En 1890 publicó su libro: Calendario Botánico de San Juan Bautista y sus alrededores. Estudio consagrado a fijar el carácter de la floración en concordancia con las divisiones del tiempo. En él, Rovirosa registró al “maculiz” -con esa curiosa ortografía- como Tabebuia leucoxyla, y al guayacán como Tabebuia guayacan. Recordemos que los nombres científicos cambian conforme se tienen más conocimiento sobre las especies y los parentescos que guardan entre ellas. Rovirosa registró durante cuatro años, hasta donde le fue posible en su labor individual, 56 familias, 196 géneros y 238 especies con flores en la ciudad.



Pero no registró el framboyán y la lluvia de oro, y no podemos pensar que a un naturalista experto como él le hubieran pasado desapercibidos dos árboles tan vistosos. Así que podemos concluir que en 1890 estas dos especies aún no habían llegado a Villahermosa, y que muy probablemente llegaron hasta ya iniciado el siglo XX.
La importancia de los árboles nativos
¿Y qué importa si los árboles son nativos o no? ¿No que siempre es bueno sembrar árboles, cualesquiera que sean? No, no todos los árboles son iguales, ese es uno de los más grandes malentendidos sobre la ecología. En muchísimas ocasiones, en multitud de actos políticos y oficiales, se anuncia que se está “reforestando” porque se van a sembrar mil arbolitos, pero son de especies exóticas, cuyo origen está en otros continentes, y que no tienen un papel bien definido en los ecosistemas locales.
Los árboles no son máquinas autónomas. Cada árbol sirve de refugio y alimento para diferentes aves, mamíferos, reptiles, insectos, hongos, y otras plantas. Además, los árboles se comunican entre sí a través de colonias de hongos que viven en sus raíces. Un árbol es un punto en una inmensa cadena de relaciones simultáneas, lo cual constituye un ecosistema. Los árboles locales han evolucionado a través de miles y millones de años con el resto de la flora y fauna locales, han desarrollado estrategias para convivir y apoyarse, defenderse o combatirse. Un árbol llegado de otro continente no tiene todas esas relaciones milenarias, por eso puede ser dañino para los otros seres del ecosistema, o simplemente puede no ayudar en nada.
Pensemos como ejemplo, qué ocurriría si quitáramos todos los árboles nativos de un terreno, que producían el alimento del que vivían ciertas especies de aves e insectos, y ponemos en su lugar árboles exóticos, que no producen ese alimento. Esas aves e insectos tendrían que moverse a otro lado, y a su vez, los otros organismos que dependían de ellos también tendrían que moverse, y así habríamos alterado el ecosistema.
Generalmente, cuando pensamos en sembrar árboles pensamos en el beneficio inmediato que pueden darnos, por eso casi siempre se habla de sembrar árboles que produzcan madera, o frutas. Pero muchos de los beneficios que nos dan los árboles son indirectos, al ser parte integral de los ecosistemas, los árboles nativos son parte integral de la regulación del clima, la purificación del aire y los ciclos del agua dulce, todo lo cual es fundamental para la existencia humana, aunque no lo notemos.
Con todo esto no quiero decir que habría que llegar al extremo de eliminar todos los árboles exóticos (lo cual, a estas alturas de la historia, es casi imposible), porque entre ellos hay muchos que nos brindan muchos beneficios a los humanos. Lo que quiero decir es que nos convendría darle mucho más espacio a nuestros árboles nativos, conocerlos mejor y valorarlos a todos, no sólo a los que tienen vistosas flores y deliciosas frutas.
Gracias a Jorge Alejandro Cubas Jiménez, el primer lector y el revisor permanente de Nube de Monte.
Gracias al investigador Carlos Burelo Ramos, por su amable disposición a compartir sus conocimientos especializados sobre los guayacanes para este artículo.
Gracias al maestro Domingo Alejandro Luciano, por los nombres en yokot’an.
Para saber más:
Cassia fistula como tratamiento alternativo contra nematodos gastrointestinales de ovino.
Phytochemical and pharmacological review of Cassia fistula.
Antibacterial and antifungal activity of Cassia fistula L.: An ethnomedicinal plant.
¿Por qué cambian los nombres científicos de las plantas?, Jorge Carlos Trejo Torres.
Manual de semillas de árboles tropicales. E.M. Flores, James A. Vozzo.
La vida secreta de los árboles. Peter Wohlleben.
Predicting old-growth tropical forest attributes. Jonathan V. Solórzano (2013).
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