Nube de Monte

Historias de las cuencas Grijalva-Usumacinta

María Luisa Cruz Guzmán alimentando a un manatí en Río Chico.
María Luisa Cruz Guzmán, Licha, fue la primera habitante de Los Pájaros que tuvo contacto con los manatíes, en 2019. Foto: Francisco Cubas

Jonuta, refugio de manatíes

Dos pequeños poblados de este municipio crearon el primer proyecto colectivo de conservación de esta especie en Tabasco, que fascinó a miles de visitantes antes de que la pandemia lo obligara a poner pausa 

Por: Francisco Cubas/ 2 de junio de 2021

El doloroso sol de mayo caía sin pausa sobre las aguas del Río Chico, un afluente del Usumacinta, aquella mañana en que Licha decidió meterse al agua con un manatí. Hacía ya varios días que algunas personas del poblado Los Pájaros habían comenzado a dejar mangos en la orilla del río, para que los manatíes los comieran, y los animales, hambrientos por la falta de alimento que enfrentan en los meses de seca, se habían acercado, pero nadie se había atrevido a tocarlos. 

María Luisa Cruz Guzmán, Licha, había pasado los 30 años de su vida escuchando decir que el manatí era un animal peligroso, capaz de voltear cayucos y tratar con los extraños a coletazos. “Pero yo siempre he sido aventada”, recuerda Licha, “y me tiré al agua con él, tenía miedo, claro, pero empecé a darle el mango en la boca, y mientras lo comía le iba acariciando la cabeza, hasta que los dos agarramos confianza y no podía creer lo cariñoso que era, a ese primer manatí le pusimos Juanito”. 

… yo siempre he sido aventada, y me tiré al agua con él, tenía miedo, claro, pero empecé a darle el mango en la boca, y mientras lo comía le iba acariciando la cabeza, hasta que los dos agarramos confianza y no podía creer lo cariñoso que era, a ese primer manatí le pusimos Juanito. 

María Luisa Cruz Guzmán, Licha.

Ese primer contacto significó el surgimiento de un proyecto comunitario de ecoturismo y conservación en el municipio de Jonuta que en apenas cuatro meses de 2019 cambió la percepción pública de los tabasqueños sobre estos maravillosos animales. 

Cuando en mayo del 2019 comenzaron a aparecer en las redes sociales las fotos de personas alimentando manatíes, nadie lo podía creer. La relación entre humanos y estos animales en Tabasco ha sido siempre distante, nada parecida a la fascinación que la mayoría de las personas suele sentir por los mamíferos marinos en otros lados, a pesar de que se estima que en este estado de la República vive la mitad de los manatíes del país. 

Distribución histórica del manatí en México, según el Programa de Acción Para la Conservación de la Especie en Riesgo Manatí, 2018
Distribución actual del manatí en México, según el Programa de Acción Para la Conservación de la Especie en Riesgo Manatí, 2018

Hay sólo tres especies de manatíes en el mundo: 1) el manatí del Caribe (Trichechus manatus), que habita en el sureste de Estados Unidos, México, Centroamérica, y las Antillas hasta Brasil. 2) el manatí amazónico (Trichechus inunguis), que vive en la cuenca del río Amazonas, y 3) el manatí africano (Trichechus senegalensis), que vive en la costa y ríos del oeste de África. Todos considerados en peligro de extinción.

El orden Sirenia en la actualidad.

La palabra manatí, según muestra el historiador cubano José Juan Arrom, estuvo ampliamente difundida en la familia de lenguas caribe, y en todas ellas significa teta o mama. El término parece haber sido originalmente caribe, tomado en préstamo por el taíno, de donde pasó luego al español y del español a otros idiomas. En náhuatl se llama tlacamichin (hombre pez) y en maya es teek o chiil ́bek (pez grande del mar). En yokot’an se le llama til.

Los manatís pertenecen al orden Sirenia, el cual abarca dos familias: Trichechidae (que abarca las especies de manatí) y Dugongidae, que sólo tiene una especie viviente, el dugongo (Dugong dugon), que habita a lo largo de más de 40 países del océano Pacífico. Este orden tiene un origen en común con los elefantes, ambas ramas de mamíferos se separaron hace unos 50 millones de años. 

Distribución del orden Sirenia en el mundo.

Los habitantes de las ciudades que crecimos viendo documentales sobre ballenas, orcas, delfines, morsas y focas, solemos tener sentimientos de ternura y admiración hacia este tipo de animales, y muchas personas pagan muy buen dinero en muchos sitios para verlos de cerca, pero los habitantes de las orillas de Río Chico crecieron sintiendo hostilidad y miedo. 

En las entrevistas informales con muchos habitantes del lugar siempre surgían las mismas versiones: “cuando éramos niños les tirábamos piedras, para escuchar cómo sonaba el agua cuando se hundían”; “a nosotros siempre nos dijeron que tuviéramos mucho cuidado, porque a los manatíes les gustaba voltear los cayucos”; “crecí viéndolos pasar por el río, pero la verdad no me interesaban, me decían que tuviera cuidado con esas bestias”. 

Una convivencia difícil

En las dos grandes cuencas que forman Tabasco, la del Grijalva y del Usumacinta, se ha cazado al manatí por su carne desde siempre. Las excavaciones arqueológicas parecen mostrar que los olmecas, que crearon la primera gran civilización de Mesoamérica, lo comían poco, pero en los pueblos mayas sí fue un importante proveedor de proteínas. En un sitio en Belice se encontró que el manatí proveía hasta el 89% de la carne que consumía la población. 

Es fácil entender que esta especie haya sido una fuente atractiva de carne en una región como Mesoamérica, donde habían desaparecido los animales silvestres grandes y no existían grandes animales domésticos. Un manatí adulto puede llegar a medir hasta 3 metros y pesar entre 450 y 500 kg, lo cual lo convierte en una gran despensa flotante. Además, su temperamento dócil hace que su caza sea relativamente fácil. 

Ese temperamento fue la perdición de un pariente del manatí que siempre aparece en todas las historias de especies extintas por el Homo sapiens. La vaca marina de Seller (Hydrodamalis gigas) fue descubierta por los europeos en 1741, en las Islas del Comandante, entre Alaska y Rusia. 27 años después ya había sido exterminada. Fue la especie de sirenio más grande que se haya conocido, y la única que habitaba en aguas frías. Podía medir hasta 10 metros y pesar hasta 10 toneladas. Era tan dócil que no huía de los balleneros que terminaron por exterminarla. 

Estampilla de las Islas del Comandante conmemorativa de la vaca de Steller.

No podemos saber qué impacto habrán tenido olmecas y mayas en las poblaciones de manatí, pero sí podemos imaginar el que tuvieron los europeos. El famoso pirata inglés William Dampier, que visitó la región en 1675 y 1676 dejó escrito lo siguiente sobre los manatíes en la desembocadura del río Grijalva, que él llamaba río Tabasco:

“Este río, cerca de su boca, abunda en bagre, algunos robalos y manatíes en gran cantidad, al haber buen alimento para ellos en muchas de sus ensenadas, especialmente en un lugar en el lado de estribor como a dos leguas del mar, que corre en la tierra a 200 o 300 pasos, y después se abre muy ancho; es tan bajo que se pueden ver sus lomos por encima del agua cuando se alimentan, cosa tan rara, que he oído decir a nuestros hombres de mosquete que nunca lo vieron en ningún otro lugar. Al menor ruido todos ellos escapan al río, pero los hombres de mosquete casi nunca dejan de atinarles. Existe una especie de manatíes de agua dulce, no tan grandes como la clase marítima, pero por otra parte exactamente iguales en forma y sabor, y creo que más gordos”. 

Retrato de manatí en Los Pájaros, 2019. Foto: Francisco Cubas

Afortunadamente, nunca hubo grandes ciudades coloniales a lo largo del Grijalva o el Usumacinta, y tal vez eso permitió la supervivencia de los manatíes, aunque siguieron siendo cazados durante siglos. El gran naturalista tabasqueño, José Narciso Rovirosa, en su libro Apuntes para la zoología de Tabasco, Vertebrados observados en el territorio de Macuspana, publicado en 1887, nos deja la siguiente descripción de su caza: 

“Los manatíes frecuentan las orillas de los ríos en donde crecen las plantas propias para su nutrición, entre otras, el camalote de agua ó grama de agua (Oplismena: holciformis?). Es común oír en el río Chilapilla, cerca de San Román, el Mulato, la Boca del Jobillo y Santa Isabel, el ruido producido por ellos cuando en el silencio de la noche se aproximan a los sitios cubiertos por aquella gramínea. Los pescadores se dirigen a esos lugares con el mayor sigilo, porque los manatíes son animales que al menor ruido emprenden la fuga, y al efecto se embarcan en cayucos, especie de chalupas muy ligeras construidas de una pieza, y los acechan cuando están comiendo, dormidos o en el momento en que sacan fuera del agua la cabeza para respirar. Es indudable que aquella pesca es la que ofrece mayores atractivos en los ríos de Tabasco. Tan luego como el pescador tiene uno a su alcance lanza sobre él su arpón sujeto de antemano a una larga cuerda de henequén llamada tiburonera, la cual pende por la otra extremidad de una boya de madera muy ligera. El manatí, al sentirse herido, emprende la fuga con toda la rapidez de que es capaz, arrastrando el flotador que va indicando todas sus evoluciones; el cayuco, impulsado por los hábiles remeros, le sigue describiendo las mismas curvas, hasta que agotadas sus fuerzas, cuando se siente próximo a sucumbir y obligado por la necesidad de respirar, busca la orilla, adonde saltan con prontitud sus perseguidores para acabar de darle muerte. Los habitantes de las márgenes del Chilapilla, gentes pobres consagradas a la pesca, se consideran muy dichosos cuando se apoderan de un manatí, por cuanto la piel se vende siempre con estimación y recompensa a satisfacción sus fatigas. De esta piel, que suele tener hasta dos centímetros de espesor, he visto fabricar bastones que con el pulimento o cierto barniz que les aplican, adquieren el aspecto del ámbar amarillo. También explotan admirablemente los pescadores la credulidad de muchos incautos que atribuyen a los huesos del manatí propiedades maravillosas para combatir ciertas enfermedades, y mayormente para estar a cubierto de los hechizos. Si a esto se agrega el exquisito sabor de su carne, comparable según unos a la de ternera, y a la de puerco según otros, razón debemos conceder a quienes tantas muestras de regocijo dan cuando hacen semejante adquisición”. 

Nótese como Rovirosa, pese a dedicar su vida al estudio de la vida silvestre, no expresa ninguna pena por el manatí. En aquella época, cuando eran tan abundantes, a nadie le habría pasado por la mente que pudieran extinguirse, y tampoco existían en esos años las preocupaciones que tenemos hoy sobre el sufrimiento de los animales. 

A principios del siglo XX, las pieles de manatí eran un producto de exportación tabasqueño, como lo muestran dos listas incluidas en sendos informes de gobierno. En 1909, en el informe del gobernador Abraham Bandala se anexa una lista de exportaciones en la que se reporta la venta al exterior de 461 kilos de pieles de manatí, a cambio de 871 pesos. En 1910, el gobernador Nicandro L. Melo anexa en su informe una lista que reporta la venta de 1,765 kilos de pieles de manatí, a cambio de 3,536 pesos. Haciendo cuentas, el precio de un kilo de piel de manatí fluctuaba entre 1.8 y 2.00 pesos. Como comparación, la piel de lagarto, que siempre ha sido más abundante, costaba 0.73 pesos el kilo. 

Fragmento del informe del gobernador de Tabasco Nicandro L. Melo en 1910, según fue publicado en la colección Tabasco a través de sus gobernantes, 1988.

Las poblaciones de manatíes son muy vulnerables a la caza porque se reproducen muy lentamente. Las hembras casi siempre tienen una sola cría, y la tienen cada tres años, porque la gestación dura de 12 a 14 meses y los críos son amamantados entre 1 o 2 años. Esa lentitud en su crecimiento coincide con una gran longevidad, pueden vivir entre 50 o 60 años. 

La disminución de las poblaciones de manatíes en México a inicios del siglo XX debe haber sido muy evidente, porque en 1921 el gobierno federal emitió un decreto para prohibir su caza y explotación. La fecha es muy notable porque apenas estaba terminando la Revolución, y faltaban aún muchas décadas para que la ecología y la protección del medio ambiente fueran conceptos comunes. Sin embargo, después de ese temprana muestra de preocupación, tuvieron que pasar 80 años para que se publicara el Proyecto de Recuperación del Manatí en México, en el 2001. 

Foto tomada de la publicación del Programa de Acción Para la Conservación de la Especie en Riesgo Manatí, 2018

¿Y cuántos manatíes hay actualmente en México? Es la pregunta más simple e importante, y no la podemos responder. Nunca se ha hecho un estudio sistemático para determinar el número de manatíes en nuestro país. Se estima que existen unos 13 mil ejemplares del manatí del Caribe (Trichechus manatus) en el continente. La mayoría de ellos, unos 7 mil, viven en Estados Unidos, que representa una gran historia de éxito en su conservación. En 1991 quedaban unos 1,200 manatíes en Florida, hoy existen más de 6,300. 

Podrían haber entre 1,000 y 2,000 ejemplares en México, la mitad de los cuales estarían en Tabasco, pero en uno de los artículos científicos más recientes sobre la población del Río San Pedro (ver bibliografía al final de este artículo) se advierte de que estas estimaciones podrían ser demasiado optimistas. 

La prohibición legal frenó su explotación comercial en Tabasco, aunque todavía a finales del siglo XX se tenían reportes de que su caza se seguía practicando en comunidades alejadas, principalmente por su carne pero también por el uso supersticioso de sus huesos, que se consideraban remedio efectivo para el reumatismo, los cólicos menstruales, y otros males, como ya apuntaba J.N. Rovirosa. 

Imagen tomada del Programa de Acción Para la Conservación de la Especie en Riesgo Manatí, 2018. La publicación no indica el lugar ni el año en que fue tomada la fotografía.

Sin embargo, el siglo XX traería para los manatíes una amenaza aún más letal que la cacería: la destrucción de su entorno. Los megaproyectos agropecuarios de los 50s y 60s, el Plan Chontalpa y el Plan Balancán, así como la construcción de las presas del Alto Grijalva y de una multitud de drenes y carreteras, modificaron sustancialmente la composición de arroyos, ríos y lagunas, y sus ciclos de inundación, lo cual fue dividiendo, fragmentando, aislando, los espacios en los que podían vivir los manatíes y el alimento disponible para ellos. 

El “boom” petrolero de los años 70s y 80s trajo como consecuencia una cantidad incontable de derrames de crudo y una explosión demográfica que llenó las aguas de residuos humanos y agrícolas. La construcción de la infraestructura petrolera siguió modificando los ríos y lagunas con un sinnúmero de canales, caminos y bordos. Existen actualmente 893 pozos petroleros activos en Tabasco, y más de 10 mil kilómetros de ductos, muchos de ellos en áreas naturales protegidas, como la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla y el Parque Estatal Laguna Mecoacán, por mencionar dos de las más notables. Por todas las causas ya mencionadas, Tabasco perdió el 60% de sus humedales en apenas la primera década del siglo XXI.   

La mortandad de 2018

Todas estas transformaciones, más el cambio de la población de rural a urbana, con la consiguiente pérdida de contacto con la vida silvestre, orillaron al manatí a los rincones más ocultos de los ríos, y al anonimato en la conciencia colectiva de los tabasqueños. Este olvido terminó abruptamente en el 2018, cuando entre 40 y 60 manatíes murieron en cuestión de unas semanas en la zona de los Bitzales, en el límite de la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla, convirtiéndose en noticia nacional e internacional. De repente, el público tabasqueño pareció empezar a tomar conciencia de que algo valioso se estaba perdiendo en su tierra. 

El informe final de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) dio como número oficial 48 manatíes muertos, y luego de los estudios realizados al agua de la zona y los cadáveres (la mayoría demasiado descompuestos para poder realizar estudios confiables) la conclusión fue que: “la causa probable de la mortandad de los manatíes fue un proceso donde concurrieron la presencia de patógenos diversos en los manatíes, la toxicidad de metales pesados, plaguicidas, hidrocarburos, condiciones ambientales (época de estiaje, altas temperaturas, retraso de la época de lluvias), condiciones físico químicas del agua (temperatura, alcalinidad y eutrofización), que detonaron el florecimiento de algas nocivas generadoras de cianotoxinas, provocando la morbilidad y mortalidad de los sirénidos y otras especies”.

Durante la mortandad de 2018 se pudieron realizar apenas 8 necropsias, por el alto grado de descomposición en que fueron encontrados los cadáveres. Foto tomada del Reporte Final Atención de Contingencia de Manatíes en Tabasco, Semarnat.

Es impresionante la cantidad de amenazas que enumera ese pequeño párrafo oficial, producto, entre otras cosas, de la contaminación petrolera, agroindustrial (palma de aceite, plátano), ganadera y humana. La emergencia también hizo evidente la terrible marginación en que viven los habitantes humanos de la zona, que reportaron diversas lesiones en la piel, y recibieron por primera vez plantas portátiles potabilizadoras de agua por parte del gobierno. 

El documento de Semarnat también detallaba acciones preventivas que a tres años aún siguen sin cumplirse. La mortandad de manatíes tuvo el mal tino de ocurrir en el último año del sexenio, por lo que cualquier compromiso de la administración anterior quedó olvidado por la actual. 

Un fenómeno sin precedentes

El lugar donde se ubica Jonuteek había estado tan olvidado o más que los manatíes. Alrededor del antiguo puerto del pueblo yokot’an sobre el Usumacinta se encuentra hoy Jonuta, un pequeño municipio colindante con Campeche y Chiapas, lleno de ríos y lagunas. Los dos poblados que participan en el proyecto, Los Pájaros y Los Buchecos, apenas juntan menos de mil personas entre ambos, y el promedio de escolaridad es de seis años. Hasta antes de este año muy pocas personas en Villahermosa habían escuchado hablar de estos lugares, que en el 2019 recibió visitantes de todo el país e incluso de otros países. 

Lo que ha ocurrido a orillas de Río Chico es un fenómeno sin precedentes en la literatura científica sobre esta especie. Existen manatíes confinados en albercas que conviven con visitantes en la Riviera Maya, y existen tours de buceo con snorkel en el Crystal River en Florida, donde los turistas son llevados en lancha hasta donde se reúnen los manatíes, y se meten a bucear en su espacio. Algo similar ocurre en la Reserva de la Biósfera de Sian Ka’an, en Quintana Roo, donde los turistas son transportados en lanchas para buscar a los manatíes, con riesgo de golpearlos en el recorrido.  

En Río Chico los humanos no entran a los espacios que normalmente ocupan los manatíes, sino que éstos empezaron en el 2019 a acercarse a la orilla del río, prácticamente a orillas de las casas, atraídos por los mangos que les ofrecían. Posteriormente se acostumbraron a tocar y ser tocados por los habitantes del lugar, y luego por los turistas. 

Manatí en el punto de avistamiento a orillas de la cocina tradicional, en Los Pájaros, 2019. Foto: Francisco Cubas

El hecho de que unos animales que siempre han sido descritos como tímidos y huidizos en toda la literatura científica fraternicen de buena gana con los mismos seres que siempre los han cazado y hostigado es algo que desafía la lógica, por más que el hambre sea una razón poderosa para ello. El Río Chico baja su nivel entre 6 y 8 metros durante la sequía, lo cual ocasiona que los manatíes no puedan alcanzar las plantas de las que se alimentan normalmente. El nivel bajo del agua también les impide entrar a una serie de lagunas que conecta el río, por lo que sus posibilidades de alimentación se reducen drásticamente. 

Un lugar cómodo a la sombra de los árboles en Los Buchecos, el Río Chico sube entre 3 y 6 metros al llegar la temporada de lluvias. Foto: Francisco Cubas.

La sensación de estar en el agua del mitológico Usumacinta conviviendo con manatíes es indescriptible. Hay tres puntos de avistamiento, y en ocasiones se juntaban hasta siete manatíes en un solo punto. Sus personalidades varían, algunos se retiran en cuanto terminan su comida, otros permanecen cerca y tocan con su hocico a las personas que están en el agua, o les abrazan las piernas con ambas aletas, como si estuvieran pidiendo más comida. El hecho de que algunos ejemplares se acerquen a personas que no tienen comida en las manos y les abracen las piernas con sus aletas y saquen su cabeza del agua parecería indicar una intención de comunicarse, una conducta que habrían aprendido rápidamente. 

En una de las ocasiones en que visité el lugar me encontré sumergido en el río, con mi espalda contra el lodo de una orilla empinada, y cuatro manatíes buscando con sus hocicos mis manos en busca de comida, recargando parte de su peso en mis piernas. Durante un instante recordé que frente a mí estaban cuatro animales silvestres de más de 300 kilos cada uno, pero me tranquilizó ver la forma tan gentil con que se movían cerca de mí.

Juan Carlos Peralta, fundador de Jonuteek, en el punto de avistamiento en Los Buchecos, en 2019. Foto: Francisco Cubas

Aún más impresionante fue ver a los manatíes apareándose. Existen vídeos y fotografías de apareamientos en Florida o las playas del caribe, donde las aguas son transparentes y los animales pueden grabarse desde lejos. No ocurre lo mismo en los ríos de la llanura costera, donde las aguas, cargadas de sedimentos, son turbias. No se ha publicado ningún artículo científico sobre el apareamiento de los manatíes en los ríos de Tabasco, sólo existía hasta ahora, de manera pública, una foto en el número julio-septiembre de la revista Ciencia, del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (CONACYT), atribuida al Archivo Proyecto Manatí de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), pero la publicación no indica ni la fecha ni el lugar en que fue tomada.

Fotografía aparecida en el número julio-septiembre 2019 de la revista Ciencia, del CONACYT En el pie se lee que era hasta ese momento la única evidencia fotográfica de manatíes apareándose en vida libre en México, pero no se indica en qué lugar ni en qué fecha fue tomada.

Los manatíes no forman parejas fijas, y las hembras, que suelen tener mayor volumen, se aparean indistintamente con grupos de machos. Al parecer lo más común es ver a una hembra en un acto de cortejo con varios machos, que se intercalan para unirse a ella. 

Apareamiento en Los Buchecos, 16 de agosto de 2019, 18:00 horas. Foto: Francisco Cubas

Durante finales de septiembre y principios de agosto, estos animales, famosos por su timidez y su recelo, fueron grabados en vídeo apareándose prácticamente a la orilla del río, a menos de un metro de las personas presentes. Las tres ocasiones, coincidentemente, tuvieron lugar en la tarde, y en las tres ocasiones el cortejo se extendió por más de media hora.  

Niños observando el apareamiento de manatíes en el punto de avistamiento Los Buchecos, 16 de agosto de 2019, 18:00 horas. Foto: Francisco Cubas

La primera ocasión, el 7 de agosto de 2019 a las 18:37 horas, fue grabada precisamente por Licha, en un teléfono celular, en el primer punto de observación en Los Pájaros. Las otras dos ocasiones tuve la fortuna de grabarlos yo, el 16 de agosto a las 18:00 horas en Los Buchecos, y el 1 de septiembre a las 16:20 horas en Los Pájaros. Como no se trataba de un monitoreo formal, en ninguna de las dos ocasiones pude ver el cortejo completo, sin embargo en la segunda sí pude grabar durante al menos media hora. 

Apareamiento en Los Buchecos, 16 de agosto de 2019, 18:00 horas. Foto: Francisco Cubas

En el segundo cortejo que grabé estaban reunidas a la orilla del río más de 20 personas observando. La tierna torpeza de ese ballet sexual acuático, el sonido de sus movimientos al romper el agua, el silencio del público contemplando absortos el espectáculo, forman una escena inolvidable en mi memoria. Presenciarla me hizo sentirme inmensamente afortunado. 

En nuestro canal de YouTube puedes ver las imágenes de los tres apareamientos de la temporada 2019.

En total, Licha y los niños encargados de alimentar diariamente a los manatíes calculan haber identificado a unos 50 individuos, con nombres como Pánfila, Pancha, Tina y Juanito, pero es probable que hayan llegado muchos más (un muestreo de sonar realizado por la Procuraduría Federal de Protección Ambiental, Profepa, en junio del 2019 encontró 68 animales). Se observó que los manatíes se ausentaban de los lugares de observación durante dos semanas, más o menos, lo cual concuerda con lo registrado en la literatura científica, que caracteriza al manatí como un viajero de grandes recorridos. 

Niños observando el apareamiento de manatíes en el punto de avistamiento Los Buchecos, 16 de agosto de 2019, 18:00 horas. Foto: Francisco Cubas

Queda en el aire la pregunta. ¿Por qué los manatíes de Río Chico desarrollaron tan rápidamente esa confianza en las personas? La comida por sí sola no parece suficiente explicación. En la Laguna de las Ilusiones, en Villahermosa, desde hace muchos años los vecinos de la colonia Heriberto Kehoe tiran mangos a los manatíes durante la temporada de seca, y también se ha reportado lo mismo en al menos dos pequeñas comunidades dentro de la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla, pero en ninguno de esos tres lugares los animales han desarrollado una interacción así con los animales humanos (En Nube de Monte puedes leer sobre los manatíes de la Laguna de las Ilusiones dando click sobre estas letras, y puedes ver dos vídeos sobre ellos dando click aquí y aquí.)  

Los artículos científicos siempre mencionan al manatí como esquivo y huidizo, pero tal vez no siempre fue así. Los manatíes actuales evolucionaron hace unos dos millones de años, después de que el Istmo de Panamá comunicó Norteamérica y Sudamérica, separando al Pacífico y al Atlántico, después de que se elevaran las grandes sierras de Chiapas y Guatemala, y la Llanura Costera del Golfo surgiera del mar. Aquellos primeros manatíes habrían penetrado desde la costa por estas dos inmensas cuencas, ocupando lagunas y ríos a su gusto, sin ningún depredador que los amenazara (hasta hoy, ningún animal aparte del humano los caza, ni siquiera los cocodrilos). ¿Por qué no habrían de ser amistosas y confiadas aquellas grandes bestias comedoras de plantas? 

Punto de observación Los Buchecos, 2019. Foto: Francisco Cubas

Luego, hace unos 7 mil años, el Homo sapiens llegó hasta sus ríos y sus lagunas, y comenzó a cazarlos, primero para sobrevivir, y luego, cuando llegaron los europeos, para hacer dinero. Es lógico que el manatí haya aprendido durante esos siglos a ocultarse y huir del animal humano, pero tal vez aún pueda desaprenderlo. Tal vez los manatíes futuros podrían volver a confiar en las personas, como esos animales de las islas remotas e inexploradas que se acercaban confiados, sin tener idea de todo el daño que podía hacerles nuestra especie. Tal vez todavía podríamos llegar a ser mejores personas. 

Un éxito comunitario

Se estima que entre 8 mil y 10 mil turistas visitaron Jonuteek durante las 18 semanas que duró la temporada de seca de 2019. Juan Carlos Peralta, el fundador del proyecto, está seguro de que Jonuteek ayudó a salvar a muchos animales: “En el 2018 se reportaron 17 animales muertos en el río, en el 2019, con la peor sequía en 60 años no hubo uno solo, pero hay que tomar en cuenta que no paramos de darles alimento durante las 18 semanas”. Los mangos se acabaron al mes y fueron sustituidos por papayas, combinadas con forraje. Un manatí necesita consumir diariamente un 9% de su peso, unos 50 kilos. 

Imagen del amanecer en Los Buchecos, 2019. Foto: Francisco Cubas

Hijo de un ganadero de Jonuta, Peralta estudió Comunicación en la UJAT y se ha dedicado a la asesoría política en Jalisco. Hace dos años, cuando regresó a vivir a su pueblo, se planteó establecer un proyecto comunitario ecoturístico para aprovechar la riqueza de aves, cocodrilos y manatíes que tienen el Río Chico y sus lagunas. “La idea original era empezar con los tours de avistamiento de aves”, cuenta, “porque yo creía que los manatíes se irían acercando poco a poco, y tal vez al cabo de un año podríamos empezar a acercar a los visitantes, pero ellos se acomodaron tan rápido que todo se aceleró”. 

Actualmente hay 48 personas involucradas en el proyecto, 18 alimentadores de manatíes, 16 cocineras tradicionales, seis guías de turistas y 8 ayudantes. Micaela Herrera Gómez, la jefa de la cocina tradicional instalada en el segundo punto, a la sombra de tres enormes mangos, nos dice que este proyecto le ha cambiado la vida: “Aquí en Buchecos y Pájaros siempre ha habido trabajo para los hombres, pero no para las mujeres, que siempre nos hemos quedado en la casa, pero ahora gracias a que nos invitaron a participar en esto ya somos parte de un proyecto, ya podemos contribuir al gasto de nuestra familia y estamos conociendo a personas de culturas y lugares muy diferentes a nosotros, aprendiendo con respeto de todos”. 

Aquí en Buchecos y Pájaros siempre ha habido trabajo para los hombres, pero no para las mujeres, que siempre nos hemos quedado en la casa, pero ahora gracias a que nos invitaron a participar en esto ya somos parte de un proyecto, ya podemos contribuir al gasto de nuestra familia y estamos conociendo a personas de culturas y lugares muy diferentes a nosotros, aprendiendo con respeto de todos

Micaela Herrera Gómez, jefa de la cocina tradicional de Jonuteek.
En medio, con blusa floreada, Micaela Herrera Gómez, jefa de la cocina tradicional, rodeada de las colaboradoras. Foto: Francisco Cubas
Comedor de la cocina tradicional. Foto: Francisco Cubas

La polémica con los investigadores 

No todo el mundo, sin embargo, está a favor del proyecto. Los dos investigadores en manatíes de la UJAT, David Olivera y Darwin Jiménez, han manifestado en diversos foros públicos su desacuerdo, ya que consideran que tocar a los manatíes conlleva el riesgo de contraer enfermedades como la leptospira y la salmonella (o que los humanos transmitan nuevas enfermedades a los manatíes); que los animales son tan pesados que podrían lastimar a algún visitante sin querer; y que alimentarlos podría propiciar que se volvieran dependientes de esos lugares y ya no quisieran moverse por sus rutas habituales. 

Entrevistado vía correo electrónico, Benjamín Morales, investigador del Colegio de la Frontera Sur Chetumal, añade a esas preocupaciones la falta de validez legal del proyecto, ya que no cuenta con los permisos necesarios de la Semarnat y no está dirigido por especialistas, en apego a la normatividad para el manejo de fauna silvestre expresada en la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente (LEGEPA).

En contraste, el gobernador de Tabasco, Adán Augusto Hernández, ha anunciado ante los medios en varias ocasiones que Jonuteek va a recibir próximamente el estatuto de santuario, y la Secretaría de Turismo también ha manifestado públicamente su apoyo. 

Punto de observación en la cocina comunitaria, 2019. Foto: Francisco Cubas

Juan Carlos Peralta responde que no está en contra de la ciencia y las leyes, pero que el proyecto tenía que empezar ya: “la gente de la comunidad era muy escéptica, me tachaba de loco, y necesitaba que vieran que ayudar a los manatíes, que limpiar las orillas del río llenas de basura, que luchar para que los pescadores no usen mal sus redes, que hacer todo eso le podía traer beneficios a la comunidad, y para eso necesitábamos las cuotas de los visitantes, se necesitaba que vieran lo que podía lograr el proyecto”. 

Asegura que desde un principio se reunieron con la Secretaría de Turismo, la Profepa, la Semarnat y la Secretaría de Bienestar Sustentabilidad y Cambio Climático para hacer las cosas de manera correcta, “pero creo que la actitud hacia nosotros tal vez no fue la mejor, y los escenarios que mencionaron los expertos no se han cumplido, ninguna persona se ha contagiado de nada, no ha habido ningún incidente, y cuando vuelve a crecer el río los manatíes se van, vuelven a su rimo habitual, no se han hecho dependientes”. 

Dice que entiende las preocupaciones de los investigadores, pero le gustaría que estudiaran más la situación antes de rechazar tan tajantemente el proyecto: “Porque el proyecto no es sólo cobrarle a los visitantes y venderles comida, incluye promover la instalación de una planta tratadora de aguas negras, de redoblar la vigilancia de los pescadores para que el mal uso de las redes no mate a los manatíes, incluye jornadas de educación ambiental para la comunidad, el desarrollo de actividades artesanales y huertos para tener ingresos al terminar la temporada de avistamiento, e incluye también la donación de una hectárea para instalar un campamento de investigación. No es un proyecto comercial, es un proyecto de conservación de los manatíes y de vida digna para las personas, pero necesitamos los ingresos para poder ejecutar las acciones. No estamos peleados con la ciencia ni mucho menos con la ley, sólo pedimos que tomen en cuenta las circunstancias y podamos llegar a un justo medio que permita la conservación de la especie y el desarrollo de la comunidad”. 

Punto de observación en Los Buchecos. Foto: Francisco Cubas

Como ejemplo de la buena voluntad de la comunidad, pone de muestra lo ocurrido en el 2020 y lo que va del 2021: “La pandemia nos obligó a cancelar por completo las actividades ecoturísticas, este año y medio ha sido terrible económicamente para estas localidades, porque además padecimos una inundación histórica a finales del 2020 y sin embargo no hemos dejado de realizar acciones como la limpieza de las orillas, el alimentar a los manatíes y el seguir peleando contra los pescadores ilegales. Este año, por primera vez,  con ayuda de la Marina, conseguimos quitar un tape (una red que bloquea todo el ancho del río) que toda la vida habían puesto en el río ya casi llegando a Chiapas, ahí siempre se atoraban los manatíes y este año se logró quitar, y tendremos que seguir insistiendo en la vigilancia para que no lo vuelvan a poner”. 

Conservar tiene muy pocos estímulos

Esta es otra de las muchas historias que ilustran la dificultad y la complejidad de la conservación en México. Desgraciadamente, los estímulos para que las poblaciones del campo perjudiquen al medio ambiente son muy grandes, e inmediatos, y los estímulos para conservar son muy pocos y se exigen demasiados trámites para hacerlos efectivos. El comercio de especies, la agroindustria y los programas agropecuarios de gobierno mal diseñados ofrecen dinero a la mano, mientras que los esfuerzos ciudadanos de conservación siempre son recibidos con excepticismo, sospecha y recelo por parte de académicos y autoridades ambientales (las mismas autoridades que han pasado décadas sin atender problemas urgentes). 

Hay que recordar que México invierte apenas el 0.6% de su Producto Interno Bruto (PIB) en protección ambiental. Contemplando esa cifra, es claro que las soluciones para las múltiples amenazas ambientales que enfrentan los distintos territorios del país no van a llegar desde la oficialidad, ni desde la academia, sino desde las comunidades interesadas en defenderlos. 

Las nuevas generaciones de estas comunidades tendrán una relación muy diferente con el medio ambiente cuando crezcan. Foto: Francisco Cubas

Desde nuestros escritorios en las ciudades, parecemos exigir que las comunidades rurales sean perfectas, que sigan nuestras indicaciones y nuestras reglas mientras nuestro estilo de vida urbano contamina y depreda más y más recursos. No es posible lograr una mejor relación con el medio ambiente mientras las poblaciones rurales no puedan tener una vida digna y una participación activa en la conservación, con proyectos que sean consensuados desde el terreno, no dictados desde arriba. 

El proyecto de Jonuteek no es perfecto, pero apenas ha operado durante una temporada. Sin haber hecho ningún daño apreciable hasta la fecha, ha conseguido muchas cosas positivas, además de las ya mencionadas por Peralta. El simple hecho de haber cambiado la percepción de miles de tabasqueños con respecto a los manatíes del estado es un logro mucho mayor que los que han obtenido las limitadísimas campañas de difusión oficiales. 

El proyecto enfrenta grandes retos en el futuro inmediato. El reinicio después de una pandemia no será nada fácil, y habrá que solventar las cuestiones legales y ajustar su accionar a evidencias científicas. Pero también tiene frente a sí grandes horizontes, ya ha hecho historia como el primer proyecto colectivo de conservación del manatí en Tabasco, y ahora tiene la oportunidad de ser un símbolo y un ejemplo para la conservación en el Sureste. 

Panorámica sobre Los Buchecos. En medio la laguna Los Mesías, a la derecha el Río Chico. Foto: Francisco Cubas

Conflicto de interés: 

En 2019 visité Jonuteek en tres ocasiones, y tuve extensas conversaciones con los habitantes de Los Pájaros y Los Buchecos. En una de esas ocasiones dormí en una hamaca a orillas del Río Chico, hospedado en la casa de la señora Marta Morales. Desperté en la mañana, con guano de murciélago en la ropa: “ese es el murciélago que siempre entra a dormir”, dijo riendo doña Marta, “por el guano se ve que estuvo comiendo capulín”. Me asombró esa familiaridad con un animal que suele ser temido y odiado por los humanos. Sin embargo, a pesar de las anécdotas pintorescas y lo bello del territorio, no se puede romantizar la marginación en la que viven sus habitantes, su baja escolaridad, la escasez de servicios (doña Marta tiene que viajar 130 km hasta la capital Villahermosa para atenderse su diabetes), las pocas opciones para ganarse la vida y su vulnerabilidad ante las inundaciones. Es por eso que mi postura en este artículo está a favor de estas personas y su futuro. De todas formas, a lo largo del texto están expuestos muchos datos, y en la bibliografía están publicaciones de referencia para que los lectores de Nube de Monte, que son personas inteligentes y críticas, puedan sacar sus propias conclusiones. 

Foto: Francisco Cubas

Para saber más:

Programa de Acción Para la Conservación de la Especie en Riesgo Manatí, 2018

Reporte Final Atención de Contingencia de Manatíes en Tabasco, Semarnat, 2018.

The archaeology of mesoamerican animals, por Kitty F. Emery.

Etimología de manatí, por el historiador José Juan Arrom (página 63).

Estudio de poblaciones de manatíes en Río San Pedro sugiere grandes errores en la estimación de la abundancia de manatíes en México, 2017. 

El manatí, una especie en peligro de extinción.

Riesgo de los mamíferos marinos para la salud pública.

El manatí en Tabasco, 1993.

Evolución y adaptación de los mamíferos a la vida en el mar.


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6 respuestas a «Jonuta, refugio de manatíes»

  1. Avatar de Karina Pérez
    Karina Pérez

    Muy buen artículo. Ojalá el proyecto de conservación del manatí siga prosperando por el bien de la especie y las comunidades humanas involucradas. Me parece que un punto en el que habría que poner atención, es en la capacidad de carga, esto es, cuántos visitantes se pueden recibir sin dañar el ecosistema. Saludos

    1. Avatar de Nube de Monte
      Nube de Monte

      Muchas gracias por su lectura. Sin duda hay muchos aspectos que se tienen que afinar para que el proyecto dure, ojalá se logre.

  2. Avatar de Giuseppe
    Giuseppe

    Siempre es un placer leerte.

    Tengo una pregunta, mas que comentario-

    ¿Cómo podemos apoyarte en tu proyecto?

    1. Avatar de Nube de Monte
      Nube de Monte

      Muchas gracias por su amable lectura. Y con respecto a la pregunta, se refiere al proyecto de Jonuteek?

  3. Avatar de Rosa Elena Cortés Magaña
    Rosa Elena Cortés Magaña

    Qué buen texto. Felicitaciones 😀

    1. Avatar de Nube de Monte
      Nube de Monte

      Muchas gracias 🙂