
La Danza del Pochó, un reflejo de Tenosique
Lo que surgió como una apropiación y síntesis mestiza de motivos mayas es hoy la principal fuente de identidad para este pueblo a orillas de la selva y el Usumacinta
Francisco Cubas, 30 de enero de 2021
Se dice que es “El carnaval más raro del mundo”, pero el grado de rareza de algo siempre está en los ojos del espectador. Se puede decir, tal vez, que es una de las fiestas de carnaval más originales. Es la Danza del Pochó, en Tenosique, municipio tabasqueño fronterizo con el departamento del Petén, en Guatemala. Como en otras partes del mundo, aquí se llevó a cabo un mestizaje del calendario católico con un antiguo ritual local, en este caso una danza de posible origen prehispánico.
Los personajes principales de la danza son tres: cojoes, tigres y pochoveras. Los cojoes son unos peculiares hombres con máscara de madera y sombrero adornado de bugambilias, con polanias de “sojol” (tallo seco del plátano) que esgrimen el shiquish (nombre onomatopéyico), un palo hueco de guarumo (Cecropia peltata) relleno de changalá (semillas del árbol Thevetia peruviana). Los tigres son en realidad jaguares (es curioso que en nuestro territorio haya perdurado el nombre erróneo que le otorgaron los españoles a este felino, y no el maya, balam, o el internacional jaguar, que proviene de la lengua guaraní), los danzantes de este grupo portan pieles auténticas y se pintan el cuerpo con barro, marcando las supuestas manchas del felino con carbón. Los participantes actuales aseguran siempre que sus pieles son de hace muchos años, anteriores al nombramiento del jaguar como especie protegida. No hay manera independiente de verificar si esto es cierto, pero es verdad que todo el pueblo está consciente de que cazar a un jaguar actualmente es, más que un delito, algo moralmente reprobable.
Las pochoveras llevan vestidos muy similares los demás trajes regionales femeninos de México y también usan un sombrero adornado con flores, una de ellas, la llamada “capitana”, porta una bandera roja (blanca el último día). A estos danzantes se suma el portador de la caja (una especie tambor) que es quien marca la trayectoria que seguirá la comitiva por entre las calles del pueblo, y el pitero, que complementa el ritmo con su pito o flauta de carrizo.

La coreografía es circular y en ella las pochoveras usan un paso parecido al de las mazurcas. Pasado un cierto tiempo que marca el tambor, los cojoes tienden una cuerda que los tigres se turnan para saltar, después de esto, los tigres quedan sueltos y “capturan” uno por uno a los cojoes que bordean el círculo, mientras las pochoveras continúan rodeándolos con sus pasos. Cuando ya han llenado la parte central del círculo el redoble del tambor marca su disolución, y todos los cojoes son libres de nuevo para bailar en el círculo exterior. En los lugares donde hay árboles o azoteas donde se pueda trepar con relativa seguridad se lleva a cabo una variante en la que los tigres trepan y son luego capturados por los cojoes. Este ciclo se repite una y otra vez por las calles del pueblo donde va pasando la caja, y en su camino van integrándose más y más danzantes, hasta llegar a la plaza central donde se concentran en gran número para la danza final. En años recientes, retomando una parte de la tradición olvidada, se hace un baile final en el pequeño parque a la orilla del malecón, que generalmente coincide con la puesta de sol sobre el majestuoso río Usumacinta.

¿Y qué significa esta danza? Muchas cosas y ninguna, porque su origen se olvidó hace mucho tiempo y lo único que han quedado son conjeturas e interpretaciones. Durante dos años (2010-2011) platiqué con muchos participantes de la danza, jóvenes y viejos, ninguno coincidió en su explicación. Pero esto es lógico, finalmente es una danza bailada por mestizos, no por indígenas. El arqueólogo Tomás Pérez Suárez, en la revista Arqueología Mexicana (volumen XI, número 61) refiere que la palabra Pochó:
“aparece en el diccionario Maya Cordemex como una palabra registrada en la primera mitad del siglo XIX por Juan Pío Pérez, con la siguiente definición: un baile vedado, mitotada de indios con sus tunkules”.
Tomás Pérez Suárez
Ese sería el difuso origen, pero parece claro que la danza fue adaptada y apropiada por los mestizos. Pérez Suárez destaca las semejanzas entre el atuendo de los tigres y el personaje que aparece en una jamba del Templo de la Cruz en Palenque. En el siglo XIX, cuando el descubrimiento de Palenque era muy reciente, se vivió un período de liberalismo en las colonias españolas, es en esa época cuando los carnavales comienzan a tener gran auge, incorporando más o menos veladamente viejos rituales y ceremonias ya casi olvidadas.
Según el arquéologo, la danza del Pochó:
“simboliza coreográficamente la destrucción de un mundo anterior y la regeneración de un mundo nuevo. Por su forma y contenido, forma parte de una amplia familia de danzas guerreras, gladiatorias, y ceremonias de sacrificios humanos que después de la Conquista y de la época colonial aún se escenificaban en las celebraciones de los santos patronos de los pueblos”.
Tomás Pérez Suárez
Recordemos que durante la época de la colonia las danzas indígenas fueron prohibidas, y que los pueblos mezclaron sus rituales con motivos católicos para poder seguir realizándolos. Al llegar la Independencia el movimiento nacionalista mexicano empieza a arrebatarle símbolos a los pueblos indígenas para formar una mitología propia. Es en esas circunstancias políticas, aunadas al re-descubrimiento arqueológico Palenque, en 1787, donde posiblemente empieza a tomar forma la danza del Pochó.
No olvidemos también que durante el siglo XIX Tenosique fue escenario de las monterías, explotaciones de hule y caoba ocasionaron la llegada de personas procedentes de todo el país. Esto, junto a la política nacionalista del naciente estado mexicano, que incluía la adopción obligatoria del idioma español y el abandono de los usos y costumbres a favor de un mestizaje forzado, probablemente dio forma a un festejo de carnaval que conservó una forma indígena vestida con elementos mestizos y olvidó rápidamente sus orígenes.
Se estima que la población de la región en el momento de la invasión española eran los putunes, grupo maya ligado a los itzaes, y cuya lengua tenía una estrecha relación con el yokot’an. Pero las epidemias y la esclavitud de la Colonia, la esclavitud disfrazada de las monterías y el agresivo proceso de mestizaje impulsado por el naciente estado mexicano disolvieron aquella cultura. Parece ser que justo cuando surgía y tomaba forma la Danza del Pochó se iba desvaneciendo la población que forjó los mitos que la hicieron posible.
Actualmente el municipio de Tenosique tiene unos 62 mil habitantes, de los cuales se estima que el 1% es indígena, principalmente choles y tzeltales. Pero esta población minoritaria no es la que estuvo ahí en siglos anteriores, sino que es el resultado de diversos procesos migratorios desde Chiapas y Guatemala, principalmente a partir de los años 60 del siglo XX, lo cual ha dado lugar a asentamientos con un muy alto grado de marginación.

El documento más antiguo que se conoce sobre la Danza del Pochó es una descripción de Manuel Bartlett Bautista publicada en 1926, y esto es llamativo porque durante los siglos XVIII y XIX pasaron por la zona una gran cantidad de exploradores, arqueólogos, antropólogos y otros interesados en la cultura maya, sin embargo no hay un sola mención sobre esta danza.

Otro punto a favor del origen mestizo son las especies exóticas en la vestimenta de los danzantes. No hace falta ser especialista en botánica para distinguir los tulipanes (Hibiscus, originarios de Asia), la buganvilia (Bougainvillea sp. de Sudaméria), el plátano (Musa paradisiaca, de Asia) y las hojas del árbol de castaña (Artocarpus camansi, originario de Oceanía). Todo ello no apunta a un origen “ancestral”, sino a los siglos XVIII y XIX, cuando los imperios británico y francés trajeron plantas de Asia y Oceanía al Caribe. Aunque hay que señalar que Bartlett, en 1926, no mencionó la buganvilia ni la castaña, que deben haber sido agregadas posteriormente. ¿Cuántas modificaciones habrá tenido la danza en sus dos siglos probables de vida?
Otra pista que apunta Pérez Suárez en favor de su hipótesis son dibujos del siglo XIX realizados por Claudio Litani y Jean Frederick donde se muestra a personajes del carnaval que se celebraba en esa época en Palenque. Nadie podría negar el gran parecido con los cojoes y los tigres. Es muy probable entonces que la danza del Pochó sea una reelaboración de alguna antigua danza maya, decorada con personajes inspirados en el mundo mestizo de la colonia y las imágenes de Palenque, un remix que tuvo el gran acierto de reflejar algo central en la identidad de Tenosique.


Muchas personas, orgullosas de la tradición de la Danza del Pochó, encuentran incómoda esta hipótesis. Les parece que el afirmar que no es una danza “ancestral” le resta méritos de alguna manera. Pero finalmente, ante la falta de documentos y registros, todo es una interpretación, y tal vez es coherente que una danza que representa mitos olvidados tenga también una ficción como origen.
Para mí lo más destacable de la Danza del Pochó es que sigue siendo hasta hoy un carnaval genuinamente popular, hecho por el pueblo y para el pueblo. No hay un comité ni una burocracia que establezca fechas y presupuestos, los danzantes se organizan porque así lo han hecho desde niños, y lo enseñan a sus hijos. Por las calles del pueblo desfilan disfrazadas todas sus clases sociales, y la organización no corre a cargo de las más elevadas. Como en toda tradición, hay diferencias sobre lo que debe ser o no, y dentro de la danza conviven los conservadores que quieren regresar a la época en que se danzaba en los patios arbolados de las casas más que en las calles; los moderados, que están conformes con bailar en las calles pero son muy estrictos con los detalles del atuendo; y los anarquistas, adolescentes que pintan sus máscaras con motivos de cómics o equipos de fútbol. Pero estas diferencias y discusiones también son una prueba de vitalidad, de que a la gente realmente le importa su fiesta. Es imposible imganiarse hoy en día a alguien discutiendo por el hace mucho inexistente carnaval de Villahermosa, que ha devenido en un trámite oficial del Ayuntamiento.

Participar en esta celebración es sentirse por un momento parte de un territorio fabuloso. Tenosique es un pueblo hermoso y dañado, como el mismo México. Tiene una geografía impresionante, con grandes cerros que aún conservan algunos restos de selva, y el Usumacinta, uno de los ríos más caudalosos del continente, que en este lugar corre por el Área de protección de flora y fauna del Cañón del Usumacinta, que protege legalmente 46 mil hectáreas y forma parte del Corredor Biológico Mesoamericano. Pero también por allí pasa La Bestia, el ferrocarril que corre cargado con las historias trágicas de los miles de indocumentados centroamericanos que transitan por México buscando el sueño americano. Los retenes permanentes en las entradas del pueblo son un recordatorio de la crisis de derechos humanos que se vive diariamente con la complicidad de los gobiernos de Estados Unidos, México y Centroamérica.

Pero el carnaval, la fiesta de la carne, es una celebración por estar vivo, un carpe diem sensual y desafiante. Si se quiere conocer bien la danza hay que estar ahí por la mañana, para ver en detalle cómo se visten los cojoes y se pintan los tigres. Los habitantes del pueblo están muy orgullosos de su fiesta, y reciben con mucha cortesía a los visitantes, por lo que no resulta difícil entrar a muchas de las casas donde se preparan los danzantes. Una vez listo el contingente sale la caja, y comienza el recorrido por las calles. Estar cerca como espectador requiere de nervios templados. Los cojoes, que son los vándalos de la danza, golpean a los mirones con el shiquish, arrojan harina y agua, o bromean con juguetes fálicos.
Como en toda celebración callejera amparada por máscaras y regada con alcohol, no falta quien cruza a veces la línea entre diversión y agresión, y no es raro ver riñas a golpes, pero en general el Pochó es un festejo familiar y seguro.

En los días de febrero, el aire es más transparente en el trópico, el cielo es profundamente azul y la luz parece haber sido hecha pensando en los fotógrafos. El colorido de los danzantes hace juego con las paredes de las casas, muchas de ellas de madera. Pese a ser el final del invierno, el sol quema duramente y la danza sólo se hace soportable gracias a los providenciales expendios de cerveza regados a lo largo de la ruta que va de las vías del tren hacia el centro. Tenosique es todavía un pueblo pequeño, con las ventajas y desventajas que esto supone, y casi todo el mundo se reconoce y se saluda en los alrededores de la plaza central, entre los puestos de cerveza y comida, a la espera de que llegue la caja.
El final es todo un espectáculo. Los cientos de danzantes llenan la plaza, la harina, el agua y la cerveza llueven por todos lados, el ritmo del tambor y los gritos de cojoes y tigres crean una atmósfera excitante cuyo clímax tiene lugar poco antes de que se ponga el sol.

En este segundo año de la pandemia no desfilarán cientos de cojoes, tigres y pochoveras por las calles de Tenosique. Pero seguramente la tradición seguirá más fuerte aún, cuando todo esto pase, en el antiguo puerto fluvial, donde se dice que Cortés asesinó a Cuauhtémoc camino a las Hibueras, donde nació en 1869 José María Pino Suárez, y donde durante el siglo XIX se juntaron en sus orillas incontables caobas extraídas de la Selva Lacandona, que bajaban por los rápidos del Usumacinta para luego ser remolcadas hasta el puerto de Frontera, desde donde cruzarían el Atlántico para ir a dar a los castillos y las casas nobles europeas.
Para saber más:
El Pochó: Una danza de carnaval en Tenosique, Tabasco. Tomás Pérez Suárez, Arqueología Mexicana, núm. 61, pp. 62-67.