
Los hongos maravillosos, la red oculta de la vida
Una reseña del libro del biólogo inglés Merlin Sheldrake, la mejor introducción al fantástico mundo de los hongos que se ha publicado hasta ahora
Por: Francisco Cubas/ 4 de enero de 2022
Este texto es, más que una reseña, un testimonio de la lectura de La red oculta de la vida (Merlin Sheldrake, 2020) uno de los mejores libros de divulgación que he leído, y una de las mejores y más gratas maneras de adentrarse en el increíble e incomprendido reino de los hongos.
A pesar de que hemos tenido relación con los hongos desde siempre, es apenas en las décadas recientes cuando hemos empezado a entenderlos un poco mejor. En las pinturas rupestres de Tassili (9,000-7,000 a.C.) aparece la figura de una divinidad con cabeza de animal y brotes fungiformes que salen de sus hombros y brazos. Los primeros registros sobre cultivo de setas son de hace 2,000 años, en China. Wu San Kwung, el primer cultivador de setas shiitake en China hacia el año 1000, tiene una fiesta anual y templos en todo el país dedicados a sus logros. Hasta el día de hoy China es el líder mundial, responsable del 7% de la producción de setas.
El desarrollo de nuevas tecnologías, el reciente descubrimiento de las redes subterráneas que forman con las plantas y el reinicio de las investigaciones sobre las propiedades curativas de la sustancia alucinógena que producen han propiciado que en el siglo XXI los hongos estén en el centro de la atención de científicos y personas no especializadas en todo el mundo.
Hay un sin fin de publicaciones especializadas sobre ellos y un documental muy popular en Netflix protagonizado por Paul Stamets, verdadero gurú de los hongos. Hay empresas que están elaborando desde cajas de empaques hasta sustitutos de tocino a base de ellos; Adidas y Hermés ya han presentado productos elaborados con ellos, y se espera que su capacidad para degradar sustancias tóxicas permitan soluciones baratas para filtrar el agua o remediar la contaminación de los suelos.


Los beneficios derivados de su estudio parecen ilimitados. Se estima que hay entre 2,2 y 3,8 millones de especies de hongos en el mundo (de 6 a 10 veces más que el número estimado de especies de plantas), o sea que solo se han descrito un 6% de todas las especies posibles. El tamaño de nuestra ignorancia es inmenso, y la contribución que tienen los hongos en nuestra vida lo es aún más. El 60% de las enzimas utilizadas en la industria están generadas por hongos, y el 15% de todas las vacunas están producidas por cepas manipuladas de hongos levaduriformes. Los hongos producen el ácido cítrico que se emplea en todas las bebidas gaseosas. El mercado global de hongos comestibles era de 42,000 millones de dólares en el 2018, y se espera que crezca a 69,000 millones de dólares en el 2024. Los hongos producen unos 50 millones de toneladas de esporas cada año (lo que pesan 500,000 ballenas azules), convirtiéndolas en la mayor fuente de partículas vivas en el aire. En las nubes hay esporas que influyen en el clima, por ejemplo, favoreciendo la creación de las gotitas de agua que forman la lluvia y de los cristales de hielo que forman la nieve, la aguanieve y el granizo.
Y sin embargo, hasta ahora no existía un libro que ofreciera una buena introducción a este maravilloso mundo para las personas no especializadas.

A sus escasos 34 años, el biólogo inglés Merlin Sheldrake publicó en 2020 el que seguramente será un clásico que influirá en las vocaciones de muchos estudiantes. Más allá de una gran cantidad de datos sorprendentes, lo que hace fascinante al libro es que el autor se permite compartir con nosotros sus dudas sobre el tema y sobre el mismo método científico. Desde su frustración en las investigaciones de campo en Panamá hasta su participación como voluntario en un estudio médico de consumo de hongos alucinógenos, el texto mantiene un tono más parecido al de una conversación amistosa que al de una exposición académica.
En este recorrido, Sheldrake nos muestra las principales investigaciones científicas contemporáneas, pero también a personas como Paul Stamets y otros que lideran grandes redes de entusiastas amateurs. Lo que queda después de la lectura es la certeza de que lo que sabemos hasta ahora sobre los hongos es extremadamente limitado, y de que es muy importante para nuestra supervivencia que podamos entenderlos mejor.
Mencionaré sólo algunos de los temas y datos principales que se incluyen en el libro, como una invitación a su lectura, o a investigar por nuestra propia cuenta.
El reino Fungi
Empecemos por aclarar algo que muchas personas no saben, los hongos no son plantas, en la clasificación científica occidental son un reino aparte, el Fungi, al lado del reino Vegetal y el reino Animal. De hecho, los hongos están más emparentados con los animales que con las plantas. Por ejemplo, los hongos tienen opsinas, pigmentos sensibles a la luz presentes en los bastoncillos y conos de los ojos animales.
Continuemos por el nombre. La mayoría de nosotros cuando piensa en hongos piensa en las setas, esas estructuras en forma de paraguas que en realidad vienen a ser un equivalente a las frutas de las plantas. Así como las frutas surgieron para dispersar mejor las semillas, la función principal de las setas es dispersar las esporas para criar nuevos hongos. Pero la parte principal de los hongos es el micelio
Aclaremos que hay, a grandes rasgos, hongos macroscópicos, que normalmente podemos ver a simple vista, y hongos microscópicos, formados por una sola célula, entre los que se incluyen las levaduras, tan importantes para la transformación de alimentos, y de las que ya hemos hablado en Nube de Monte, en relación con la fermentación del cacao. Los hongos macroscópicos están formados por hifas, la hifa es una estructura básica celular exclusiva de los hongos (podemos imaginarlas como los ladrillos básicos con los que se construyen). La parte principal de los hongos macroscópicos es una red llamada micelio, que generalmente está bajo tierra, oculta a nuestra vista. Según algunas estimaciones, si alguien desenmarañara el micelio hallado en un gramo de tierra y lo extendiera de punta a punta, se podría estirar de 100m a 10 km.


El micelio es una de las estructuras más importantes del planeta, porque está ligado de manera esencial al mundo vegetal. El 90% de las especies de plantas que viven hoy en día dependen de los llamados hongos micorrícicos (una forma técnica de decir hongos de las raíces), hongos cuyo micelio está mezclado con las raíces de las plantas en una asociación de mutuo beneficio (que los biólogos llaman simbiosis). Los hongos captan nutrientes del suelo que las raíces no podrían captar solas y a cambio usan la energía que produce la fotosíntesis de la planta (la transformación de energía solar en nutrientes). Ambos, la planta y el hongo, salen beneficiados.
Esta es una de las relaciones más antiguas del mundo. Las primeras plantas, las algas, surgieron en el mar, y salieron hace más de 480 millones de años a la tierra firme. Pero sólo pudieron establecerse en la tierra porque los hongos ya estaban ahí (han estado desde hace al menos 1,000 millones de años), listos para ofrecer los minerales del suelo a esas primeras plantas que no tenían raíces. Pasaron otros 50 años para que las plantas desarrollaran raíces, pero hasta el día de hoy no se ha encontrado una sola planta cuyas raíces no estén ligadas a algún hongo. “Lo que llamamos plantas son, en realidad, hongos que han evolucionado para cultivar algas, y algas que han evolucionado para cultivar hongos”, nos dice Sheldrake.
Lo que llamamos plantas son, en realidad, hongos que han evolucionado para cultivar algas, y algas que han evolucionado para cultivar hongos.
Merlin Sheldrake
Algunos de los cálculos que los biólogos hacen sobre la cantidad de micelio que existe dan vértigo. El micelio de los hongos de las raíces constituye casi la mitad de la biomasa del suelo. Se calcula que la longitud total de las hifas que hay en los primeros 10 cm de la superficie del suelo del planeta equivale a la mitad de la anchura de nuestra galaxia. El micelio de los hongos de las raíces permite que el suelo almacene más agua y absorbe carbono que sirve como base para todo un ecosistema subterráneo. En una cucharadita de suelo saludable, además de los cientos o miles de metros de micelio fúngico, hay más bacterias, protistas, insectos y artrópodos que seres humanos han vivido en la Tierra.
Se ha demostrado en experimentos que los hongos de las raíces pueden mejorar el sabor y la consistencia de plantas como la albahaca, las fresas, los tomates y el trigo. También pueden aumentar la capacidad de los cultivos para combatir las malas hierbas y realzar su resistencia a enfermedades. Pueden hacer que los cultivos sean menos vulnerables a la sequía y el calor, y más resistentes a la salinidad y a los metales pesados, y estimulan la capacidad de las plantas para defenderse de los insectos estimulando la producción de sustancias químicas defensivas. Pero llevar estos conocimientos a la práctica no es fácil, es mucho lo que todavía desconocemos, y la mayor parte de nuestros conocimientos sobre los hongos se basa en experimentos de laboratorio, en situaciones controladas, no en observaciones de campo, donde los procesos son mucho más complejos e imprevisibles.
La agricultura mecanizada contra la diversidad
La agricultura industrial, que se basa en una visión mecánica, no ecológica, de las plantas, logró duplicar la producción de cultivos durante la segunda mitad del siglo XX, pero a costa de la destrucción generalizada del medio ambiente y de una gran emisión de gases de invernadero. Pese al uso desmedido de pesticidas, que envenenan el aire, el agua y el suelo, se pierde hasta el 40% de las cosechas cada año debido a plagas y enfermedades, y los rendimientos agrícolas se han estancado, pese a que en los últimos 50 años se ha multiplicado por 700 el empleo de fertilizantes que han creado una gran cantidad de zonas muertas para la vida marítima en las desembocaduras de los grandes ríos del mundo. Cada minuto en el mundo se pierde el mantillo del suelo equivalente a 30 campos de futbol.
Al considerar los suelos como un simple acumulado de material, y no como ecosistemas complejos llenos de vida, las prácticas agrícolas modernas han arrasado a las comunidades subterráneas que sustentan la vida que comemos. Estudios comparados realizados en campos de cultivo agroecológicos detectaron una gran abundancia de hongos de las raíces, con hasta 27 especies clave, mientras que en los campos de cultivo industrial no se halló ninguno.
Nuestra perspectiva está cambiando. A finales del siglo XX, el descubrimiento de la llamada “Wood Wide Web” (Red Amplia de la Madera, en alusión a la World Wide Web, como se conoce al internet en inglés), la inmensa red subterránea de micelio que comunica a los árboles entre sí, nos hizo tomar consciencia de la gran importancia de la vida en el suelo. Hace un mes, la Sociedad para la Protección de las Redes Subterráneas (un grupo de científicos de Holanda, Canadá, E.U., Francia, Alemania y Reino Unido) anunció un nuevo proyecto que recolectará 10 mil muestras de suelo alrededor del mundo para crear, por primera vez, mapas de los hongos de las raíces que puedan ser usados para detectar amenazas y señalar corredores de conservación para los ecosistemas subterráneos.
Nuestra relación con los hongos siempre nos ha llevado a grandes cambios de perspectiva. Hay quienes sostienen que la gran explosión cultural del Homo sapiens hace 50 mil años (las pinturas rupestres, las primeras esculturas, los primeros entierros adornados, etc) se debió al consumo de hongos alucinógenos. Es algo que probablemente nunca podrá comprobarse, pero lo que sí se ha demostrado en experimentos recientes es que el tratamiento con psilocibina (la sustancia que producen los hongos alucinógenos) puede aliviar de manera rápida la depresión.
El apoyo mutuo
Otro gran cambio de perspectiva se lo debemos a los en apariencia humildes líquenes. Esa alfombra verde que se forma sobre las piedras, producto de la asociación de un hongo y un alga o una cianobacteria, inspiró un concepto básico para la biología actual: la simbiosis.
En 1869, el botánico suizo Simon Schwendener publicó un artículo sobre la “hipótesis de la naturaleza dual de los líquenes”. Schwendener proponía que el hongo del liquen ofrecía protección física y adquiría nutrientes para sí mismo y para las células de las algas. El socio alga recogía luz y dióxido de carbono para producir el azúcar que proporcionaba energía. La comunidad científica de su tiempo desdeñó por completo la hipótesis de Schwendener. En esa época se entendía la evolución como un conflicto, una competencia permanente entre especies para sobrevivir, y la idea de que dos especies se asociaran de por vida para beneficio mutuo era impensable. El tiempo le dio la razón al suizo, y en 1877 el botánico alemán Albert Frank acuñó la palabra “simbiosis” para describir la asociación convivencial de hongos y algas.
A medida que ha cambiado nuestro punto de vista hemos descubierto que la simbiosis no es un caso extraño, sino que quizá sea la estrategia más común de la vida. Pensemos por ejemplo en nuestro cuerpo, que no podría digerir los alimentos sin la ayuda de los microbios que viven permanentemente en nuestros intestinos. El estudio del liquen cambió nuestra forma de ver las relaciones entre especies, y todavía plantea una gran interrogante sobre nuestro concepto de individuo.
La disolución del individuo
Durante siglos hemos usado la categoría de individuo para entender y medir mejor el mundo, pero una criatura como el liquen la pone en crisis. ¿Cómo podemos hablar de árboles individuales cuando ahora sabemos que todos están conectados bajo tierra por el micelio, e intercambian nutrientes y microorganismos a través de esa red subterránea? ¿Cómo podemos hablar de individuos cuando nuestro cuerpo tiene más microbios que células propias, y cuando ahora sabemos que el tipo de microbios y la cantidad relativa que tengamos influye sobre nuestras enfermedades e incluso sobre nuestras emociones? Para decirlo en palabras aún más sorprendentes: si yo tuviera microbios diferentes sería una persona diferente. ¿Dónde queda entonces nuestra vieja noción de individuo? Tal vez es más preciso decir que somos siempre redes, ecosistemas interconectados a distintos niveles, dependientes los unos de los otros (algo que ya habíamos mencionado aquí en relación a nuestro encuentro con un chipe amarillo).
Otro de nuestros conceptos en reciente revisión es la inteligencia. Desde siempre hemos definido la inteligencia en términos humanos, basada en la existencia de un cerebro y en el uso del lenguaje y las matemáticas. Es una cualidad que siempre hemos considerado exclusiva del Homo sapiens ¿y cómo no iba a serlo si la hemos definido nosotros? Pero si ampliamos el concepto, si consideramos como inteligencia la capacidad de un organismo de reaccionar de manera eficiente y oportuna a los cambios de su medio ambiente, hay muchísimos seres que pueden ser calificados como inteligentes, entre ellos las plantas, como ha señalado Stefano Mancuso (a quien citamos aquí en relación con la planta dormilona).
Consideremos nuevamente el micelio. Investigadores japoneses liberaron moho mucilaginoso en placas de Petri (una herramienta de laboratorio) que representaban el área metropolitana de Tokio en miniatura. Los copos de avena representaban importantes centros urbanos, y las luces, obstáculos como montañas (a los mohos mucilaginosos no les gusta la luz). Al día siguiente, los mohos mucilaginosos habían encontrado la ruta más conveniente entre los copos de avena, tejiendo una red prácticamente idéntica a la actual red ferroviaria de Tokio. En experimentos similares, los mohos mucilaginosos han recreado el sistema de autopistas de Estados Unidos y la red de calzadas romanas en Europa central, también han resuelto laberintos. Ahora los investigadores están incorporando el comportamiento de los hongos en el diseño de redes de transporte urbano, y para calcular rutas eficaces de evacuación en edificios.
O consideremos uno de los ejemplos más espeluznantes de todo el planeta: el hongo Ophiocordyceps unilateralis, que convierte en verdaderos zombies a las hormigas carpinteras tropicales Camponotus Leonardi. Este hongo se introduce en el cuerpo de la hormiga y lo va devorando poco a poco por dentro, y genera sustancias que controlan el cerebro de la hormiga. La hace colocarse a una altura de 25 centímetros por encima del suelo de la selva, en las condiciones perfectas de humedad y temperatura para que el hongo libere sus esporas (si el clima es más seco el hongo “espera”) y le “ordena” aferrarse a una hoja, y luego abre los músculos de su mandíbula para que la hormiga quede perfectamente trabada en el lugar escogido (ni muerta se desprende de la hoja) y procede a invadir su cerebro, matándola por fin (la muerte siempre ocurre al mediodía). Unos días después partes del hongo salen por la cabeza de la hormiga, esparciendo sus esporas para caer en otras hormigas y empezar el ciclo de nuevo. Además de horrible, todo este proceso es increíblemente complejo y misterioso. ¿Cómo “sabe” el hongo qué sustancia y en qué cantidad liberar para manejar el cerebro de la hormiga? ¿Cómo “sabe” el hongo su orientación, a qué altura está y cuáles son las condiciones atmosféricas? ¿Cómo “mide” el tiempo para que la hormiga siempre muera al mediodía? No tenemos ni la más remota idea de este proceso, que ocurre, según los registros fósiles, desde hace más de 40 millones de años.
De alguna manera que nos resulta casi imposible de visualizar, las plantas y los hongos se orientan, recuerdan y reaccionan sin necesidad de un cerebro central. Tal vez tenemos mucho que aprender de ellas para organizar nuestra vida pública. Nuestros gobiernos e instituciones actuales están modeladas de acuerdo al esquema de nuestros cuerpos, un cerebro central que gira instrucciones al resto. Tal vez el modelo descentralizado, vegetal o fúngico, pudiera permitir organizaciones más equitativas y democráticas.
En las cuencas Grijalva-Usumacinta
En México se estima que existen unas 200,000 especies de hongos, de las cuales se han descrito apenas unas 7,000. En Tabasco están registradas 464 especies, y se considera que deben existir al menos 3,000. En Chiapas se estima que deben existir unas 20,000 especies de hongos. Sobre la región de Guatemala que está dentro de la cuenca Usumacinta no hemos encontrado datos. En toda la región los estudios sobre los hongos apenas empiezan, y se han enfocado más al laboratorio y la investigación etnográfica, al uso de los hongos en las comunidades humanas. Este es un problema general, los estudios de los hongos tropicales son incipientes en todo el mundo y basta señalar que en la universidad donde estudió Merlin Sheldrake, Oxford, los hongos todavía se estudian en la facultad de botánica.


Da pena pensar en la diversidad de hongos que habrá tenido Tabasco antes ser deforestado casi totalmente en el siglo XX, y en la variedad de especies que seguramente se están perdiendo cada año conforme se reducen las selvas de Chiapas y Guatemala.
En el contexto de la crisis climática planetaria, los hongos cobran un gran protagonismo. La capacidad de ellos y las plantas para adaptarse a cambios ambientales puede ser lo que determine la supervivencia humana. Los hongos han sobrevivido a cinco extinciones masivas, cada una de las cuales eliminó a entre el 75% y el 95% de especies del planeta. Frente a ellos, nuestros apenas 300,000 años de existencia no son más que una breve aventura que está terminando muy mal.
Termino con un cambio final de perspectiva. Como somos animales relativamente grandes, hemos visto siempre al mundo en relación a nuestra escala, dominado por nosotros y el resto de los animales de tamaño similar. Pero en realidad, para un observador imparcial de otra galaxia que considerara los números y los procesos vitales, los organismos más notables estarían en la escala más pequeña: hongos, microbios, insectos y plantas que han estado aquí mucho antes que nosotros, y que muy probablemente persistirán mucho después de que nosotros hayamos desaparecido.
Tenemos mucho que aprenderles, dependemos de ellos mucho más de lo que hasta ahora habíamos podido imaginar. Quién sabe qué otras maravillas nos esperan todavía en esas fronteras.
Para saber más:
La red oculta de la vida, Merlin Sheldrake (2020).
La biodiversidad de Chiapas, estudio de estado, volumen 1, Conabio (2013)
La biodiversidad en Tabasco, estudio de estado. Volumen 2, Conabio (2019)
Guía de hongos macroscópicos del Parque Estatal Agua Blanca
La página web de Paul Stamets, protagonista del documental Los hongos fantásticos.
Nota sobre las “hormigas zombies”.
Mohos mucilaginosos creando redes de tráfico (en inglés).
Página de Mylo, empresa que fabrica sustitutos de piel a partir de hongos.
Página de Ecovative, empresa que desarrolla todo tipo de materiales a partir de hongos.
Sociedad para la Protección de las Redes Subterráneas (SPUN, por sus siglas en inglés).
Estudio revela que la terapia psicodélica con psilocibina alivia la depresión mayor.
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