
La dormilona, una planta que aprende y recuerda
La Mimosa pudica, originaria de las zonas tropicales de América, es la protagonista de los experimentos científicos más avanzados sobre la inteligencia vegetal y también forma parte del conocimiento herbolario más antiguo de la región
Por: Francisco Cubas / 14 de septiembre de 2020
Uno de los encuentros más fascinantes que puede tener un niño en la cuenca Grijalva-Usumacinta es con una planta dormilona (Mimosa pudica). La sensación de asombro al alargar la mano y ver como un vegetal se mueve al tocarlo, retirando sus hojas y su tallo, es tan inolvidable como inevitables las preguntas ¿Por qué se mueve? ¿Cómo puede una planta moverse? ¿Acaso puede sentir algo?
Esas preguntas infantiles, tan acertadas, son reemplazadas por el adiestramiento que supone crecer y hacerse adulto, por las convenciones sociales que nos aconsejan olvidar todas las preguntas que no tienen una respuesta fácil o establecida. Y ocurre entonces que los niños crecen y aprenden que seres como las plantas dormilonas son tan insignificantes que no vale la pena dedicarles tiempo o esfuerzo, y así dejamos de lado los misterios más apasionantes que nos encontramos.
En general, los humanos occidentales hemos menospreciado a las plantas durante mucho tiempo. En el origen de la cultura occidental, el primer gran naturalista fue Aristóteles, quien dividió a los seres según una escala de valores: los de alma vegetativa (vegetales) sólo eran aptos para la nutrición y la reproducción; los de alma sensitiva (propia de los animales) tenían percepción, movimiento y deseo; y los de alma racional (propia de humanos) tenían razonamiento.
Según esta clasificación, en la cima de los seres vivos estaríamos los humanos por el razonamiento (que se consideraba una característica semejante a los dioses) y en el fondo, como masas sin sensibilidad ni voluntad, las plantas. Esa forma de pensar perdura hasta hoy. Muchísimas personas ven a las plantas como un decorado, un escenario en el que animales y humanos actúan los papeles principales.
Pero los científicos contemporáneos están descubriendo que esto no se corresponde con la realidad, y la dormilona es una de las más claras muestras de ello.
La Mimosa pudica (sensitiva, dormilona, ten vergüenza, vergonzosa, adormidera, moríviví) pertenece a la familia Fabaceae, comúnmente llamadas leguminosas. Las leguminosas son una de las seis familias de angiospermas (plantas con flores) más diversas en el mundo (18,000 especies) y con más representantes en México. El género Mimosa tiene entre 480 y 500 especies, el 90% de las cuales son originarias de América, en México existen más de 100 especies. Una pariente notable de la dormilona es la Mimosa tenuiflora que contiene en sus raíces una droga sicodélica que se usa en el famoso ritual chamánico del ayahuasca en Sudamérica.
A pesar de ser originaria de América, ha sido distribuida por el hombre en casi todo el mundo, y está considerada una especie invasora en Australia, Tanzania y muchas islas del Pacífico. Estudios recientes han mostrado que es efectiva extrayendo de los suelos contaminados arsénico y metales pesados, que acumula en sus hojas, por lo cual podría ser útil para la remediación de suelos tóxicos.

La facinación europea
Cuando la conocieron los europeos causó sensación entre varios científicos pioneros. Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) el estudioso francés que inventó el termino biología, estaba muy interesado en ellas. Robert Hook (1635-1703), el inglés que fue el primero en ver y describir una célula, y el doctor francés René Joachim Dutrochet de Néons (1776-1847), considerado el padre de la biología celular, la estudiaron.
Esta planta fue una estrella internacional de la botánica, y fascinó también a los poetas victorianos, que veían reflejados los supuestos valores morales ingleses en la aparente modestia y castidad de una planta que se resistía a ser tocada. La segunda parte de su nombre científico, pudica, significa en latín honesta, casta, pudorosa. Entre los muchos que le dedicaron versos, mostramos como ejemplo estos de Matthew Prior en 1718:
Whence does it happen that the plant which well
We name the sensitive should move and feel?
Whence know her leaves to answer her command,
And with quick horror fly the neighb’ring hand?
¿Cómo ocurre que la planta que bien nombramos
sensitiva puede moverse y sentir?
Cómo saben sus hojas obedecer su mando,
y con presto espanto huir la mano que se acerca?
Y estos otros, nada menos que de Erasmus Darwin, el abuelo de Charles, publicados en 1791:
Weak with nice sense, this chaste Mimosa stands
From each rude touch withdraws her timid hands;
Oft as light clouds o’er-pass the Summer-glade,
And feels, alive through all her tender form,
The whisper’d murmurs of the gathering storm;
Shuts her sweet eye-lids to approaching night,
And hails with freshen’d charms the rising light.
Débil con buen sentido, se planta esta casta Mimosa
De cada rudo toque retira sus tímidas manos;
Suave como ligeras nubes sobre el feliz verano,
Y siente, viva a través de toda su delicada forma,
Los murmullos susurrados por la tormenta próxima;
Cierra sus dulces párpados a la noche cercana,
Y saluda con frescos encantos la luz naciente.
Regresando a las investigaciones, Lamarck notó que si uno tocaba una y otra vez a las dormilonas estas podían dejar de cerrar sus hojas debido a la fatiga, pero no siempre ocurría así. También notó que, en ocasiones, las plantas dejaban de reaccionar mucho antes de haber agotado su energía, lo cual lo intrigó.
Entonces encontró el registro de un experimento que había realizado el botánico francés René Desfontaines (1750-1833), quien tuvo la idea de poner varias plantas de Mimosa pudica en un carruaje y ponerlo a recorrer las calles de París. Como suele ocurrir en la academia, el experimento fue llevado a cabo por un estudiante cuyo nombre no quedó registrado. Éste puso varios tarros con plantas en un carruaje y fue tomando notas de sus reacciones. A las primeras vibraciones del vehículo (recordemos que era un carruaje tirado por caballos, que transitaba sobre calles no pavimentadas) las plantas cerraron sus hojas, pero conforme pasó el tiempo, las plantas dejaron de cerrarlas, aunque las vibraciones del vehículo continuaban igual. El estudiante desonocido tuvo un momento de inspiración y anotó en el cuaderno: “las plantas se acostumbraron”. Esa breve frase implicaba algo sorprendente: que las plantas podían aprender a distinguir entre una amenaza real y un estímulo inofensivo, y que además podían recordarlo.
Los resultados se publicaron en un artículo científico para la sociedad botánica y en un breve texto llamado Flore française, escrito por Lamarck y Agustin Pyramus de Candolle (1778-1841), pero sus hallazgos se olvidaron muy pronto. Al igual que los niños al crecer, la ciencia occidental se ocupó de cosas en apariencia más importantes y dejó de lado a la humilde dormilona.

Hoy hemos vuelto a preguntarnos, ¿cómo pudo la dormilona acostumbrarse al trote del carruaje sin tener alguna forma de guardar información?
Para entender mejor lo que implica esta pregunta hay que revisar un poco lo que sabemos del mecanismo que hace moverse a la planta. La dormilona no sólo cierra sus hojas cuando uno la toca, sino también cuando se oculta el sol, cuando algo tropieza con ellas, cuando les cae agua, o cuando el viento las agita. El movimiento de las hojas y los tallos se logra cambiando el contenido de agua en las células. Es como si se marchitara aceleradamente. Se cree que esta movilidad fue desarrollada para confundir a los animales que se alimentan de ella, aunque también podría ser una adaptación a las condiciones del clima, ya que las hojas cerradas y los tallos caídos son menos propensos a ser arrastrados por el viento. Sin embargo, ese moviento tiene un costo. La planta pierde el 40% de su capacidad de fotosíntesis (la captación de energía solar) al cerrarse, y tarda entre 15 y 20 minutos en volver a abrirse.
Está claro entonces que no le conviene cerrarse indiscriminadamente ante cualquier estímulo, sino sólo ante los que son realmente peligrosos. ¿Pero cómo puede un ser sin ojos, sin oídos, sin cerebro, distinguir qué cosa es peligrosa y qué no lo es? La repetición puede ser un clave. Si la planta recibe una y otra vez el mismo estímulo y no sufre daño podría llegar a “entender” que ese estímulo no es una amenaza. Pero además de “entenderlo”, necesita recordarlo, para que cuando vuelva a encontrar el estímulo inofensivo sepa distinguirlo. ¿Pero cómo puede un ser sin cerebro recordar algo?
Tres siglos después, se retoma el experimento
Esto fue lo que Mónica Gagliano, de la Universidad de Western Australia en Perth, y Stefano Mancuso, director del Laboratorio Internazionale di Neurobiologia Vegetale, en la Universidad de Florencia, trataron de descubrir en el 2013. Ambos habían leído el texto de Lamarck y Candolle y se propusieron reproducir el experimento del carruaje de Desfontaines de una manera más sistemática.

Diseñaron una estructura para dejar caer los tarros con plantas desde unos 10 cm de altura. Después de 7 u 8 repeticiones, las plantas actuaron como en el experimento de Desfontaines, manteniendo abiertas sus hojas, ignorando las caídas subsquentes. Ahora había que demostrar que no habían dejado de cerrarse por fatiga, sino por memoria. La única forma de probarlo era enfrentarlas con un estímulo diferente. Así que se agitaron los tarros horizontalmente, y las plantas reaccionaron inmediatamente cerrando sus hojas.
Se había establecido que las plantas pueden aprender que ciertos estímulos son inofensivos y distinguirlos de otros potencialmente peligrosos, y que son capaces de recordar experiencias pasadas. ¿Pero cuánto tiempo duraría esa memoria?
Para averiguarlo, dejaron a más de 100 plantas que habían pasado el experimento y las siguieron dejando caer regularmente para ver si seguían recordando. La Mimosa pudica recordó por más de 40 días, un tiempo muy largo comparado con el promedio de duración de la memoria de muchos insectos, y muy cercano al promedio de los llamados “animales superiores”.
Hasta hoy, no existe ninguna explicación para entender cómo funciona la memoria en un organismo como las plantas, que no tienen cerebro.
En la última frase del artículo científico que se publicó para informar del experimento, los autores nos dicen: “El proceso de recordar puede no requerir las redes neuronales de los animales; los cerebros y las neuronas, innegablemente sofisticados, son sólo una de las posibles soluciones, y puede que no sean un requisito necesario para aprender”.
Hasta ahí llega hoy en día la ciencia occidental, a la orilla de lo desconocido. Pero experimentos como el descrito, y muchos otros que exploran otras vertientes nos permiten reconsiderar la imagen que hemos tenido hasta hoy de las plantas y su supuesta insensibilidad.
Un herbario único en el mundo
¿Y qué relación tuvieron y han tenido los pueblos habitantes de América con la Mimosa pudica? Como sabemos, las civilizaciones americanas no tuvieron tiempo de conceptualizar ciencias experimentales, porque su desarrollo fue interrumpido brutalmente por la colonización europea.
Sin embargo, desarrollaron y atesoraron por medio de la tradición oral y escrita una gran cantidad de conocimientos sobre las plantas medicinales, entre ellas, la dormilona.
En 1552 se publicó en la Ciudad de México el primer texto ilustrado de medicina y botánica mexica, que además es un hito en la historia de la botánica y la medicina en el mundo. Conocido como el Códice De la Cruz Badiano, se titulaba Libellus de medicinalibus indorum herbis (Libro sobre las plantas medicinales de los indígenas).

Fue escrito por el médico indígena Martín de la Cruz, oriundo de Tlatelolco (heredero de la centenaria tradición herbolaria asentada en el célebre mercado), y traducido del náhuatl al latín por Juan Badiano, de Xochimilco. Martín estaba ya cerca de la tercera edad, y probablemente había sido testigo de la caída de Tenochtitlan. Juan era un joven que se había educado en la escritura y el latín en el Imperial Colegio de la Santa Cruz, fundado en 1536, una iniciativa para evangelizar a los indígenas y darles una educación europea.
Ese colegio desagradaba a muchos españoles, como el consejero del Virrey, quien expresó: “No contentos con que los indios supiesen leer y escribir, puntar libros, tañer flautas, chirimías, trompetas e teclas e ser músicos, pusiéronlos a aprender gramática. Diéronse tanto a ello […] que hablan tan elegante latín como Tulio […] yo dije el yerro que era y los daños que se podía seguir en estudiar los indios ciencias […] A venido esto en tanto crecimiento que es cosa para admirar ver lo que escriben en latín […]. Esto me parece que no lleva ya remedio, sino cesar con lo hecho hasta aquí […] sino, esta tierra se volverá la cueva de las Sibilas, y todos los naturales de ella, espíritus que lean las ciencias”.
Las quejas tuvieron éxito, y en pocos años el Imperial Colegio de la Santa Cruz cerró sus puertas. Desde entonces hasta hoy, la educación superior quedó prácticamente cerrada para los pueblos indígenas. Hoy en día sólo el 3% de los universitarios en México son indígenas, a pesar de que representan el 20% de la población del país. Y es que el 90% de quienes hablan alguna de las 68 lenguas indígenas en México se encuentra en situación de pobreza.
El herbario fue un encargo de Francisco de Mendoza, hijo del virrey, que pretendía regalarlo al emperador Carlos V para obtener concesiones para comerciar con especies y plantas medicinales, las que produciría en Nueva España y enviaría de allí a Europa. Es decir, la iniciativa del hijo del virrey no era científica o medicinal, lo que él quería era un catálogo de mercancías. Sus intenciones son una muestra temprana de la extracción del conocimiento originario y la depredación y el comercio de la biodiversidad por parte de los dueños del mundo, que continúa hasta nuestros días.
Sin embargo, lo que hicieron con ese pedido De la Cruz, Badiano y los tlacuilos encargados de las pinturas fue admirable. El herbario se hizo en apenas tres meses (mayo a julio de 1552), un tiempo brevísimo para la realización de una obra que perdura hasta nuestros días.
Este fragmento de la dedicatoria es elocuente: “Opúsculo acerca de las hierbas medicinales de los Indios. Lo compuso un indio médico del Colegio de Santa Cruz, que no tiene aprendizaje teórico, pero está bien enseñado por su propia experiencia. En el Año de nuestro Señor Cristo Salvador de 1552”.
En el folio 16 del herbario puede verse la ilustración de la Mimosa pudica, con el nombre náhuatl Yztacpahtli (medicina blanca) y las instrucciones: “Medicina que ha de insertarse en la nariz. Quien tenga dolor de cabeza ponga en la nariz gotas del jugo de la raíz de la hierba yztacpathtli, bien remolida, en agua muy limpia y muy poca”.

Los botánicos Edelmira Linares y Robert Bye, publicaron en 2013 dos números especiales de la revista Arqueología Mexicana dedicados al comentario moderno del códice. Allí identificaron, hasta donde es posible, las 224 especies que menciona (de las cuales contiene 185 ilustraciones) y apuntaron los usos actuales. En la ficha de la Mimosa pudica, anotaron lo siguiente: “Su uso consignado en el códice como medicina que se destila en la nariz para el dolor de cabeza se ha perdido, actualmente varias mimosas se emplean para dolores de estómago”.

Tal vez Linares y Bye, habitantes del altiplano, no tenían mucho contacto con el sureste del país cuando escribieron esto, lo cual nos lleva a reflexionar también hasta qué punto Martín de la Cruz habrá conocido los usos medicinales de los pueblos mayas y zoques, habitantes de la cuenca Grijalva-Usumacinta, que es el territorio al que está dedicado Nube de Monte.
Los muchos usos en la cuenca y en otras partes del mundo
Lo cierto es que en la cuenca están registrados muchos otros usos medicinales para la esta planta que surgió en las zonas tropicales de México y Centroamérica. En Tabasco, los pueblos hablantes de yokot’an, que le dan como nombre awjäye, se usa como remedio para el asma y para el insomnio. También se ha reportado su uso contra la mordedura de serpientes.
La infusión de sus hojas secas se usa en varios lugares contra la depresión. En Oaxaca, Quintana Roo y Veracruz se inhalan las hojas y las flores contra el insomnio, y se usa también para darse baños. El nombre náhuatl actual es pinahuihuixtle, en maya yucateco es muuts, y en la lengua tének es choben.
En los pueblos zoques también se usa contra el insomnio. En los Chimalapas le dan los nombres de mo’ay sake masyi, o bien, tasye kuy ay, mientras que en Chiapas le llaman ok yäwi, o bien, pik awit. Una decocción de las raíces se toma contra las piedras de riñón o el mal de orín.


En la parte de la cuenca Grijalva-Usumacinta que queda dentro del estado guatemalteco (Petén e Izabal) se usa principalmente la hoja cocida para combatir la diarrea (patógenos comunes como Shigella, Salmonella y E. coli), gastritis y estreñimiento. En el municipio de Livingston ubicado en el departamento de Izabal, los mayas quekchí la usan para combatir problemas de insomnio. En el departamento de Petén, la infusión ayuda a disminuir la calentura (o fiebre) y combate la influenza o resfriados comunes.
Por otro lado, como ya mencionábamos, la Mimosa pudica ha sido llevada por todo el mundo. Y en muy poco tiempo se ha hecho parte de las medicinas tradicionales de India y algunos países africanos. En el Ayurveda se le llama lajjalu, y se usa contra el asma, como afrodisíaca, analgésica y antidepresiva. También se ha usado para tratar la pérdida de cabello, la diarrea, la disentería, y varias infecciones urinarias. Las raíces masticadas se usan contra la mordedura de serpiente y para calmar el dolor de muelas. Los tallos y las hojas en pasta son usados contra la picadura de alacrán, y las hojas hervidas tienen propiedades antibacterianas.
Como nota curiosa, existe un artículo científico cubano del 2015 en donde se reporta su uso en infusiones con alcohol o fumada junto con restos de marihuana. Según el reporte, las personas atendidas en Cuba la usaron ante la escasez de otras drogas, pero los efectos fueron mucho más fuertes que los de la marihuana y no fueron para nada agradables.
La lista de todos los usos medicinales (unos más estudiados que otros) de la planta nos llevaría muchas páginas. Hasta ahora, de acuerdo con los usos tradicionales de varios pueblos, y con los pocos estudios científicos que se han realizado, hay evidencia preliminar de que las hojas tienen un efecto antidepresivo y contra la ansiedad. También hay evidencias de que la raíz puede ser benéfica en enfermedades de los riñones, y no se ha registrado ningún daño asociado a su uso. Todo lo demás falta estudiarlo a fondo.
La salud no es prioridad
¿Por qué entonces no se ha usado la ciencia para obtener medicinas naturales más efectivas a partir de esta planta? Para contestar a esta pregunta, tenemos que entender que existen en el mundo 25 empresas farmaceúticas que controlan el 50% del mercado mundial de las medicinas. Estas empresas están acostumbradas a obtener 1,000 dólares de ganancia por cada dólar invertido en investigación. Sólo un pequeño grupo de países (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) dominan la producción, investigación y venta de los fármacos en el mundo.
Para estos grandes poderes la prioridad no son la salud y el bienestar de las personas, sino la mayor cantidad posible de ganancias, para lo cual se requiere de la exclusividad. El factor más importante para ganar dinero es tener la patente sobre una sustancia que los competidores no puedan fabricar legalmente. El ser el fabricante exclusivo de un medicamento es lo que les permite cobrar el precio que quieran por él, sin restricciones. Descubrir y desarrollar propiedades curativas en plantas que están al alcance de todo mundo no es negocio, y las grandes empresas no van a invertir ni un dólar en ello.






Hace 500 años los pueblos indígenas tenían conocimientos médicos que podían competir con los de los países europeos. Hoy ni el estado mexicano ni el estado guatemalteco generan conocimiento farmaceútico propio.
¿Cuántas plantas en la cuenca Grijalva-Usumacinta guardarán todavía sorpresas y beneficios para nosotros? ¿Cuántas se están perdiendo por la acelerada deforestación?
Como hemos visto en este recorrido, las plantas son mucho más de lo que hemos imaginado hasta ahora. Uno de los legados más negativos de Aristóteles fue el de la jerarquía de valores en los seres vivos. Hoy la ecología nos ha mostrado que cada ser, ya sea humano, planta, insecto, bacteria, hongo o virus, juega un papel en el inmenso tapiz de los ecosistemas. No hay seres insignificantes, es nuestra ignorancia la que nos hace considerarlos así.
La próxima vez que encuentres en el campo una dormilona extiende tu mano, mírala moverse y considera que esa pequeña planta guarda en sí uno de los más grandes misterios que nos ofrece este mundo.
Agradecimiento especial a la botánica Elena Siekavizza @elesikac, quien generosamente contribuyó a este texto con la documentación de los nombres y usos de la planta en el Petén e Izabal (Guatemala) y con el apunte de un artículo sobre los usos en otros lugares del mundo.
Para saber más, fuentes seleccionadas para este artículo:
Sobre los últimos descubrimientos de la inteligencia de las plantas y los experimentos de Lamarck y Desfontaines:
The Revolutionary Genius of Plants: A New Understanding of Plant Intelligence and Behavior. Libro de Stefano Mancuso, 2018, editorial Simon & Schuster Audio and Blackstone Audio.
Sobre el experimento de Mónica Gagliano con la Mimosa pudica:
Experience teaches plants to learn faster and forget slower in environments where it matters, 2014.
Sobre el Códice De la Cruz Badiano:
Sobre los poemas victorianos e ilustraciones de la época:
The New York Botanical Garden.
Sobre los usos medicinales por yokot’anob, zoques y otros pueblos en México y Guatemala.
El uso de las plantas medicinales en las comunidades maya-chontales de Nacajuca, Tabasco, México.
Sobre los usos medicinales en otras partes del mundo:
Mimosa pudica L., a High‐Value Medicinal Plant as a Source of Bioactives for Pharmaceuticals.
Sobre su uso como droga ocasional en Cuba:
Mimosa pudica: una modalidad local de sustancia de abuso.
Discusiones sobre las farmaceúticas y las plantas medicinales:
Deja una respuesta