
El sembrador, una historia
de amor a la educación
Este documental, estrenado en 2018, nos propone revalorar la enseñanza rural
a partir de una escuela primaria bilingüe ubicada en la cuenca Grijalva
Por: Francisco Cubas/ 30 de mayo de 2020
Pocas cosas se han discutido tanto en México como la educación, pocas cosas se han comprendido tan poco. Y entre los múltiples problemas que enfrenta la educación en México pocas cosas han generado mayor incomprensión que la educación rural.
De una de estas grandes discusiones, en los plantones por la reforma educativa de Enrique Peña Nieto en el 2014, nace en la cineasta Melissa Elizondo la idea de hacer un película que redimiera la imagen que el público tenía del maestro rural.
Así conoció a Bartolomé Vázquez López, maestro de la primaria bilingüe multigrado de Monte de los Olivos, una pequeña comunidad de 200 habitantes, ubicada en el municipio Venustiano Carranza, en la región de Los Llanos de Chiapas. La comunidad está en la cuenca del río Grijalva, a unos 40 kilómetros de la presa La Angostura, que se construyó en 1968.
Es un territorio que durante siglos fue compartido por los pueblos tzotziles y tzeltales, quienes a partir de la conquista sufrieron sucesivos despojos y explotaciones tanto del gobierno colonial como el mexicano, una cadena de atropellos que propició el levantamiento zapatista de 1994.
Es en este contexto en el que Melissa Elizondo nos muestra de una manera brillante e inolvidable un ejemplo extraordinario de la huella que puede dejar un maestro en nuestras vidas.

Desde la toma inicial es claro que estamos ante un profesor diferente, uno que se permite contemplar el cielo con sus niños y preguntarles ¿por qué se mueven las nubes? Es la primera de muchas preguntas que hará a lo largo del documental, donde lo vemos aplicar siempre el principio del juego como herramienta pedagógica.
Cuando habla a la cámara, con una sencillez y una concisión admirables, Bartolomé deja claro que su concepto de educación favorece la formación por encima de la información. No se puede, nos dice, enseñar sólo con palabras, son necesarias las acciones y es necesario que esas acciones forjen comunidad. Lo vemos en la manera en que delega responsabilidades a los niños mayores (“el mejor maestro de un niño es otro niño”, nos dice), en la forma en que todos trabajan de manera grupal en sus deberes, y, especialmente, en la ausencia de la competición por calificaciones y puntos. En esta escuela no se busca el desarrollo de dos o tres niños destacados, sino la formación de un grupo de personas solidarias, con habilidades que les sirvan más para enfrentarse a la vida que a un examen académico.
El mejor maestro de un niño es otro niño
Bartolomé Vázquez
Una de las escenas más fuertes se desarrolla siguiendo a dos niños egresados de la primaria trasladarse a un pueblo cercano para asistir a la telesecundaria. Al verlos sentados, inmóviles, recibiendo información a través de una televisión que muestra programas didácticos animados con títeres, el contraste entre ambas pedagogías es brutal.
No se menciona en la película pero tal vez tras la visión educativa de Bartolomé se encuentren las ideas del brasileño Paulo Freire y su pedagogía de la libertad, el planteamiento de que los alumnos no son recipientes que hay que llenar, sino sujetos con los que hay que construir un nuevo entendimiento de la realidad, en la conciencia de las circunstancias históricas que los afectan.
Una de esas circunstancias es la persecución del estado mexicano a los idiomas indígenas. Bartolomé cuenta que siendo un niño que sólo hablaba tzotzil tuvo que viajar fuera de su pueblo y quedarse en un albergue para estudiar la primaria, y cómo su profesor le dijo que ahí no podía hablar tzotzil, que en el salón sólo podía hablar el único idioma reconocido, el español. Hay que reflexionar sobre la terrible violencia que contiene ese recuerdo, que desgraciadamente resultará familiar a muchísimas personas en nuestro país. Por eso Bartolomé no impide a sus alumnos hablar en tzeltal, aunque le haya significado el esfuerzo extra de tener que aprenderlo para comunicarse con ellos.

Vale la pena una pequeña digresión. En el documental es notorio que el español que hablan sus protagonistas es diferente al que hablamos en las regiones urbanas del país. Ese acento y esa sintaxis han provocado siempre en muchas personas, educadas en el racismo, la falsa creencia de que quien se expresa así “habla mal” y que eso es señal de una inteligencia menor al promedio. Son las mismas personas que encuentran encantador el acento de un francés masticando el español. Lo que ese racismo olvida, o no quiere ver, es que para el profesor y sus alumnos el español es una segunda lengua. Millones de mexicanos llevan clases de inglés desde la primaria hasta la universidad e incluso el doctorado, sin poder hablarlo medianamente, a pesar de que el inglés es probablemente el idioma más fácil de aprender, y nadie piensa que sean menos inteligentes por ello. El español, en cambio, es mucho más difícil de aprender, sobre todo cuando uno parte desde un idioma natal que pertenece a una familia lingüística muy alejada de la indoeuropea. ¿Cuánto trabajo le costaría a un hablante del español aprender a expresarse medianamente bien en tzeltal o en tzotzil?. Finalmente, no hay una forma “correcta” de hablar un idioma. Cada persona, grupo, comunidad, región o país lo habla de acuerdo a sus muy especiales circunstancias, y los únicos límites son que sus interlocutores puedan entenderles.
La pedagogía que aplica Bartolomé permite que los niños de Monte de los Olivos disfruten de actividades escolares que muchísimos niños urbanos no tienen. Los vemos aprender música para integrar un conjunto musical, aprender a nadar en una acequia, aprender a prender un fogón y hacer tortillas, aprender a sembrar, salir de excursión a los cerros vecinos, jugar ajedrez, futbol, y organizar carreras de carritos que ellos mismos construyen. A pesar de la marginación y las carencias, en un pueblo sin computadoras, teléfono, celulares o internet, su vida en la escuela transcurre feliz.
Pero la película no omite mostrar, aunque de una manera muy delicada, las sombras que pesan sobre ellos. El alcoholismo y la drogadicción, el abandono infantil y el machismo rodean la existencia inmaculada de la escuela. Tal vez la escena más descorazonadora es la de la niña que mira a la cámara para contarnos como ella y sus hermanos fueron abandonados por su padre cuando su mamá murió, y nos hace una lista de todas las tareas que tiene que realizar muy temprano, antes de poder ir a la escuela que, nos dice, “es como mi hogar”. Más adelante, cuando cuente su sueño de ser maestra, su abuela la interrumpirá para decir que cómo va a hacerlo si no tienen dinero.
¿Qué serán de grandes?
El final deja en el aire muchas interrogantes. Después de haber conocido a estos niños, de habernos sorprendido ante su inteligencia, su vivacidad, incluso su crítica a los problemas de su pueblo; después de escucharlos decir qué quieren ser de grandes, recordamos que las posibilidades de continuar con sus estudios son terriblemente escasas.
Y queda planteada la gran paradoja de las comunidades y pueblos pequeños. Son el mejor lugar para ser niño, pero el peor para ser joven. ¿Cómo reconciliar esa contradicción entre la educación superior y los pueblos? ¿Cómo evitar que sigamos concentrándonos todos en las ciudades? ¿Cómo hacer para reducir la desigualdad de oportunidades educativas? ¿Cómo hacer para que el español no sea la única vía hacia una educación profesional?
Por lo menos, sean cualesquiera que sean sus futuras circunstancias, creo que los alumnos del maestro Bartolomé tendrán siempre una gran reserva de dignidad y confianza en sí mismos para enfrentar la vida.
Hasta aquí dejo mis impresiones, que no hacen justicia a esa pequeña e inolvidable joya que nos ha regalado Melissa Elizondo. Es una verdadera lástima que la distribución del cine hecho en nuestro país sea tan precaria. Esta es una película que debería estar a disposición de cualquier mexicano que quisiera verla, una película que habría que recordar siempre que vuelva a discutirse una reforma educativa.
Para saber más de los idiomas de la cuenca Grijalva:
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