
La complicada vida sexual de las plantas
La polinización es mucho más compleja y variada de lo que nos enseñaron en la escuela. Esta alianza entre plantas, agua, viento y animales es esencial para la supervivencia del ser humano
Por: Francisco Cubas/ 16 de octubre de 2023
Hay palabras que usamos mucho y entendemos poco, y polinización sin duda es una de ellas. A todos nos enseñaron alguna vez en la escuela una versión muy simplificada del concepto: las flores ofrecen su dulce néctar a los insectos (generalmente esto se ilustra con la imagen de una abeja) para que a cambio ellos lleven el polen de una flor a otra, ayudando a que las plantas se fecunden.
En la vida real, la polinización es uno de los procesos más complejos que podemos observar en este mundo, y a pesar de más de cien años de investigaciones, entre ellas las realizadas por el propio Charles Darwin, aún no estamos ni cerca de entenderla.
Consideremos una escena muy común en las cuencas Grijalva-Usumacinta, una planta de chipilín (Crotalaria longirostrata) con sus atractivas flores amarillas abiertas en una mañana de sol. Uno escucha un zumbido muy fuerte y ve aproximarse a un rechoncho objeto volador de color negro, un abejorro del género Xylocopa, una especie de abeja nativa que va recorriendo como un pequeño helicóptero las flores.
Ahí está ya el polinizador, asunto resuelto. Pero a los pocos minutos vemos otra especie de abeja nativa, una pequeña Nannotrigona perilampoides, y después otra especie, y después otra, hasta distinguir unas 10 especies diferentes. ¿Cuál de todas es el polinizador del chipilín? ¿O todas esas especies contribuyen? Y solamente hemos contado las abejas, porque si nos acercamos podemos ver también escarabajos, avispas, y pequeñas mariposas y polillas.

Primera precisión al concepto de polinización: no todos los visitantes de las flores contribuyen a la polinización de una planta. Algunos visitantes pueden sólo beber el néctar sin siquiera tocar el polen. Para que la polinización funcione el animal que visite una planta debe llevar el polen de las partes masculinas de una flor (estambres) a la parte femenina (estigma) de otra.
Incluso cuando vemos que un animal se llena de polen de la flor no podemos asumir que está polinizando. Un visitante ocasional que se dirige después a una planta de otra especie no cumplirá su función de polinizador (un estudio reciente en la familia de plantas Bignoniaceae reportó que el 75% de los visitantes de las flores sólo llegaban a consumir néctar, sin polinizar). También existen flores muy especializadas, cuyas formas están adaptadas para ser polinizadas sólo por cierto tipo de cuerpo. Y también hay otras cuyos óvulos sólo están disponibles para ser fecundados durante un período breve de tiempo.


Un ejemplo de esto es la flor de la ceiba (Ceiba pentandra), que según un estudio sólo está disponible para ser fecundada entre las 6 de la tarde y las 12 de la noche (una adaptación para ser polinizada por murciélagos). A la mañana siguiente muchos insectos y aves visitan las flores que ya empiezan a cerrarse, pero ninguno de ellos participa en la polinización.



El reto de la investigación
¿Cómo saber entonces quién poliniza a quién? Los científicos han desarrollado todo un arsenal de técnicas para buscar respuestas, pero la labor es inmensamente compleja.
Por ejemplo, uno de los métodos consiste en medir el rendimiento de las visitas polinizadoras. Se vigila una planta o un conjunto de plantas de la misma especie durante la floración, se capturan todos los insectos que hayan visitado la flor para identificar su especie y se mide después de cada visita la cantidad de polen que dejaron en el estigma de cada flor. Después se registra la cantidad y calidad de frutos maduros y su contenido de semillas, y así se tiene una relación entre la cantidad de polen que depositó cada insecto y el resultado final. Supuestamente, eso nos da un indicador de la eficiencia de una u otra especie de insecto para polinizar determinada especie de planta.

Pero la cosa se complica aún más, porque generalmente esos estudios suelen hacerse en lugares cultivados, no en paisajes silvestres, lo cual ya introduce un sesgo en los resultados. Peor aún, la cantidad idónea de polen que se deposita en el estigma no es simple. Podríamos pensar que mientras más polen se ponga en el estigma habrá mayores posibilidades de criar una buena fruta con muchas semillas, pero resulta que el exceso de polen también puede ser malo, al generar demasiada competencia entre los granos.
Además, tampoco hay siempre una relación directa entre una buena polinización y unos buenos frutos. Factores externos, como la calidad del suelo, el clima, o las plagas pueden estresar a la planta y hacer que destine menos recursos a las frutas.
Si después de muchísimo trabajo y de tomar todos estos factores en cuenta un investigador logra unos resultados confiables, apenas habrá avanzado un trecho, porque las condiciones y relaciones de polinización no son iguales en todos los lugares donde habita esa especie de planta, y porque también puede haber variaciones entre los individuos o las poblaciones de esa especie.
Un rompecabezas gigantesco
Consideremos, por ejemplo, tan sólo una de las muchas variables de la ecuación polinizadora: la producción de néctar. Puede variar entre flores de la misma planta individual, y también puede variar entre diferentes individuos de una población (por ejemplo, entre los individuos de una hectárea de terreno). También puede variar de acuerdo a la temporada del año, o con la hora del día, o con las condiciones ambientales. También puede cambiar si a la planta la visitan muchos polinizadores, o incluso si no la visita nadie. El patrón de producción también varía. Puede producirse una sola vez, en un volumen fijo en cada flor, o puede “rellenarse” después de cada visita de un polinizador. Puede producirse sin cesar durante toda la vida de la flor o sólo durante unas cuantas horas. Su producción puede estar ligada a las visitas de los polinizadores o a la etapa de desarrollo de la flor. Y cada especie puede tener un sólo patrón fijo o presentar una variedad de patrones.
Algo similar ocurre con la producción del polen, y no hablemos de otro factor principal: la variedad de comportamientos de las cientos de miles de especies polinizadoras, que dependen de cientos de factores como especie, etapa de vida, densidad de población, medio ambiente, clima, competencia, etc.
En comparación con toda esta complejidad, la astronomía y la mecánica cuántica son ciencias sencillas (no lo digo yo, lo han dicho científicos de esas disciplinas, como el famoso Erwin Schrödinger).
¿Cuál es entonces la relación entre el chipilín y sus visitantes? Después de observarlos con detenimiento procedí a buscar la literatura científica al respecto, y resulta que nunca se ha hecho un estudio sobre la polinización del chipilín, aunque algunos investigadores piensan que debido a la forma de sus flores es probable que las abejas del género Xylocopa y Megachile sean sus polinizadores efectivos.

Esta falta de información es más común de lo que uno podría pensar, pero si analizamos el contexto, tiene sentido. Existen más de 360,000 especies de plantas con semillas y potencialmente más de 1.2 millones de especies polinizadoras. No hay en el mundo suficientes biólogos (con empleo y fondos de investigación) para estudiar todas esas interacciones.
El sexo y la diversidad
La polinización es tan importante porque es la principal estrategia de reproducción sexual de las plantas que más abundan en el planeta, y que son la base alimenticia de la que depende la vida de la mayoría de los animales, incluidos nosotros.
Hasta donde sabemos, la reproducción sexual ha aparecido tres veces en la historia de la evolución, una en cada uno de los tres principales reinos de la vida: plantas, hongos y animales.
No está claro que el sexo sea una mejor estrategia de supervivencia que la reproducción asexual, después de todo, bacterias y virus han sobrevivido sin mayores problemas desde el inicio de la vida. Pero mientras más compleja es una especie, conforme acumula más células y órganos, parece beneficiarse más de cruzarse con otros individuos.
Según los especialistas, la reproducción sexual presenta tres principales ventajas. En primer lugar, al combinar en cada generación los genes de machos y hembras se obtiene una diversidad genética en la población, lo cual puede resultar clave para evitar la extinción en un mundo siempre cambiante. En segundo lugar, la reproducción sexual ayuda a minimizar mutaciones dañinas, que suelen acumularse en las poblaciones de seres asexuales. Y tercero, la reproducción sexual entre individuos no emparentados evita la depresión endogámica, que ocurre cuando se aparean continuamente individuos que son familia.
Esto ocurre también en los humanos y podría ser el origen biológico del tabú del incesto, que ha existido en prácticamente todas las culturas humanas. El caso más famoso de los efectos nocivos de la endogamia es Carlos II, que reinó en España en el siglo XVII. Su familia, la casa real de Habsburgo, llevaba 200 años de matrimonios entre parientes de primer grado que culminaron en él, una persona llena de discapacidades físicas y mentales que además era infértil, por lo que fue el punto final de la dinastía.
En las plantas, el riesgo de que un individuo se fecunde a sí mismo son altas, porque casi todas tienen flores bisexuales, lo cual hace aún más importante el proceso de polinización, para buscar que el polen llegue a individuos sin parentesco. Al igual que en los animales, el aparearse entre parientes cercanos o autofecundarse una generación no causa mayor daño, pero si eso se repite continuamente se presenta la llamada depresión endogámica, en el que las plantas reducen su vigor y su tamaño, dan menos flores, menos polen, menos semillas y frutas más pequeñas.


Esto hace que la polinización sea esencial para los cultivos comerciales; la ausencia de polinizadores reduce la cantidad y calidad de las cosechas.
La sorprendente evolución de las flores
Hace más de 500 millones de años apareció la reproducción sexual en las plantas, y apareció en el agua, porque aún no habían colonizado la tierra. Las primeras plantas terrestres fueron los musgos, que todavía sobreviven hoy, y fueron ellos los primeros en interactuar con los insectos para su reproducción. Los musgos no producen semillas (eso apareció millones de años después), sino esporas, y hay pequeños ácaros que transportan el esperma hacia los óvulos. Los helechos, que surgieron después, no tienen asociación con los animales, y requieren siempre del agua para que su esperma llegue a los óvulos.
Es decir, los insectos ayudaron a la reproducción sexual de las plantas muchos millones de años antes de que surgieran primero las semillas y luego las flores. No era estrictamente polinización, pero era (y es) una asociación similar con los animales.
El siguiente gran paso en la evolución de las plantas (obviamente contado aquí de una manera enormemente simplificada) fueron las plantas con polen y semillas, hace unos 350 millones de años. Las primeras en aparecer fueron las llamadas gimnospermas, que no producen flores ni frutos, y actualmente incluyen a las cícadas, los ginkgos, las coníferas (pinos) y los gnetales. Aún hoy en día son la vegetación dominante en las regiones frías y árticas, y los individuos más longevos y altos de plantas se encuentran entre ellas. Los pinos son tal vez las especies más conocidas de gimnospermas. Casi todas utilizan el viento para su polinización, casi todas, menos las cícadas.
Las cícadas, esas plantas parecidas a palmas, al parecer fueron las únicas plantas gimnospermas que reclutaron a insectos para que llevaran el polen a sus óvulos. Se han encontrado insectos llamados trips (del orden de los tisanópteros) con polen de cícadas en pedazos de ámbar de más de 100 millones de años de antigüedad, y se estima que esta relación debe haber comenzado mucho antes, por lo que todo parece indicar que las primeras relaciones de polinización comenzaron antes de que aparecieran las flores.
Finalmente, se estima que hace unos 140 millones de años surgieron las plantas con semillas más modernas, las angiospermas, aunque su origen y la época exacta en que surgieron continúa siendo un misterio. Con ellas cambió de manera radical la superficie terrestre del planeta. No solamente surgieron las flores y los frutos, sino que además este grupo de plantas evolucionó en una inmensa diversidad de formas que nunca había tenido el reino vegetal.
Esta evolución tan rápida (en términos geológicos) desconcertó a Charles Darwin. En una carta de 1879 escribió que “El aparente rápido desarrollo de todas las plantas superiores en los últimos tiempos geológicos es un misterio abominable”. Hasta la fecha lo sigue siendo.
Hoy no reconoceríamos nuestro planeta sin las plantas con flores, y es casi seguro que las flores no seguirían existiendo sin la polinización. El 87% de las plantas angiospermas, de las plantas con flores involucra a un animal en su reproducción.
Un proceso arduo
¿Pero cuál es el proceso de polinización? Esto varía según los especialistas, dependiendo de dónde se considere el principio y el fin. Según Timothy Walker, autor del libro en el que me baso para escribir este artículo, el proceso tiene siete etapas:
1. Liberación del polen por el cono (en las gimnospermas) o el estambre (en las plantas con flores.
2. Presentación del polen por la flor.
3. Recolección del polen por el vector (agua, viento, animales).
4. Transporte del polen.
5. Navegación del vector (agua, viento, animales).
6. Colocación del polen en un cono fememino (gimnospermas) o la superficie del estigma (plantas con flor).
7. Germinación exitosa del grano de polen y crecimiento hacia el óvulo.
Como podemos imaginar, hay muchas cosas que pueden fallar a lo largo de estos pasos, mencionaré sólo algunas. El polen puede ser liberado a destiempo, cuando no haya polinizadores alrededor, o no sople el viento. A los animales disponibles puede no llamarles la atención la presentación del polen que hace la flor. El animal que intenta recolectar el polen puede no tener las características físicas necesarias para hacerlo bien. El animal puede no visitar constantemente otras flores de la misma especie, el viento puede soplar hacia donde no hay otras plantas. El animal que transporta el polen puede no colocarlo bien sobre el estigma al llegar a la siguiente flor. Finalmente, los granos de polen depositados en el estigma pueden ser muy pocos o demasiados para una fecundación exitosa.
Son tantas las cosas que pueden fallar que es sorprendente que el proceso funcione con tanta regularidad.
El polen viajero
Un concepto que muchas veces se ha malentendido desde nuestra educación básica en las escuelas es el mismísimo polen. Muchas personas se quedan con la idea de que el polen es el equivalente del esperma, y que el grano debe llegar al óvulo para fecundarlo.
Pero el polen es en realidad una minúscula fábrica de esperma. Generalmente está compuesto por dos células, una que mantiene vivo al grano y otra que está especializada precisamente en generar el esperma. Cuando el polen aterriza o es depositado en el estigma de una flor, comienza a germinar el llamado tubo polínico, que como su nombre lo indica es una estructura muy delgada y larga que va recorrer por dentro el estilo de la flor para alcanzar el óvulo y depositar el esperma en él.

El polen puede ser muy frágil y vivir apenas unas pocas horas en el medio ambiente, pero paradójicamente, una vez muerto puede persistir como fósil durante miles de años, y es uno de los indicadores que más se utilizan para saber cómo eran los paisajes vegetales de épocas pasadas (paleopalinología).
El filtro del estigma
En el proceso de la polinización, el estigma de la flor enfrenta un problema, ¿qué pasa si algún animal o el viento deposita polen de otra especie? Para conservar su propia especie, el estigma debe ser capaz de discriminar entre los diferentes granos de polen y rechazar los que sean extraños. Todavía no se entiende exactamente cómo lo logra, pero lo hace.
Como ya mencionamos anteriormente, la autopolinización en las plantas puede hacer que a la larga los individuos de una especie sufran un fuerte deterioro. Y sin embargo, la autopolinización es también un recurso que puede salvar a una planta durante un cambio fuerte de medio ambiente, por ejemplo, si sus polinizadores de costumbre desaparecen.

Existen plantas que abortan sus semillas si han sido polinizadas por polen de ellas mismas, y existen plantas que ya sólo se reproducen autopolinizándose, sin aceptar polen otros individuos. Entre ambos extremos hay una enorme diversidad de estrategias que han adoptado las plantas para resolver uno de sus principales problemas, cómo tener reproducción sexual sin poder moverse de lugar. A final de cuentas, la capacidad de autopolinizarse puede salvar a toda una generación en caso de tener que enfrentar un evento catastrófico, y es tal vez por esa ventaja que la mayoría de las plantas tienen la capacidad de hacerlo, pese al riesgo de la depresión endogámica.
Tres vehículos para el polen
Los tres medios para la polinización son el agua, el viento y los animales. Poquísimas plantas utilizan el agua como medio para mover su polen.
Durante mucho tiempo se consideró que la polinización por el viento era un recurso primitivo y poco eficiente de las primeras plantas, y que el dominio de las plantas con flores en el mundo se debía principalmente a la polinización por animales, que supuestamente les permitiría tener mayor diversidad.
La cuestión no está tan clara actualmente. En primer lugar, hay millones de hectáreas de bosques en las zonas frías del planeta que son polinizadas por el viento, lo cual nos habla de una alta eficiencia. En segundo lugar, cada año se reportan más y más especies de plantas con flores que son capaces de ser polinizadas por el viento y por animales.

La polinización por animales es la más famosa, la primera que viene siempre a nuestra mente, y hay buenos motivos para ello. Se estima que existen 315,000 especies de plantas polinizadas por animales, y que casi 350,000 especies de animales participan en la polinización, es decir, un 10% de las especies terrestres.
Como nota curiosa, en 2016 investigadores de la UNAM descubrieron en acuarios de laboratorio que una especie de pasto marino con flores, el Thalassia testudinum, es polinizado por pequeños crustáceos y poliquetos. Es la primera evidencia de que existen polinizadores submarinos, aunque aún falta corroborarlo en la vida silvestre.
Variedad de polinizadores
Los animales polinizadores pueden dividirse en vertebrados e invertebrados. Los vertebrados son los animales con esqueleto interno como nosotros, y los implicados en el proceso de polinización son reptiles, aves y mamíferos.
Los reptiles son unas pocas especies de lagartijas en islas remotas. Los mamíferos no voladores son hasta 108 especies, incluidos roedores, marsupiales y primates, entre otros. Pero las estrellas polinizadoras entre los mamíferos son sin duda los murciélagos, cuya habilidad para volar los coloca en primera fila para esta labor. Existen 236 especies de murciélagos polinizadores, y se han encontrado evidencias de que sus servicios son más eficientes que los de los insectos (ver El romance de la ceiba y los murciélagos).

Hay unas 1,000 especies de aves, el 10% del total, que son polinizadoras, y al igual que los murciélagos son muy eficientes al hacerlo. De entre ellas seguramente las más famosas son los colibríes.

Si te parece que lo que mencionamos en líneas anteriores es una gran diversidad de animales lee esto: el 99.6% de las especies polinizadoras son invertebrados, y el 99.9% de estos invertebrados son insectos. El tamaño y la habilidad de volar son posiblemente las dos características principales que han favorecido a los insectos para llevar a cabo ese papel.
La mayoría de los insectos que visitan flores pertenece a sólo cuatro grupos: polillas y mariposas (Lepidoptera), con 141,000 especies visitantes; escarabajos (Coleoptera), con 77,300 especies visitantes; abejas, avispas y hormigas (Hymenoptera), con 70,000 especies visitantes; y las moscas verdaderas (Diptera) con 55,000 especies visitantes.
A pesar de que las abejas son los insectos polinizadores más famosos, en realidad las polillas y mariposas tienen la mayor diversidad de especies asociadas a las flores. El 90% de sus especies viven entre ellas, y son polinizadores muy efectivos.

En cuanto a las abejas, ya hemos hablado ampliamente de ellas en varios artículos de Nube de Monte (ver artículos), y si bien su número de especies es inferior al de polillas y mariposas, probablemente eso se ve compensado por el número de individuos que viven en las colmenas de las especies que son sociales (aunque sólo el 10% de las especies de abejas son sociales). En cuanto a las avispas y hormigas, son muy pocas las especies que participan en el proceso, principalmente porque ambos grupos son predominantemente carnívoros.
Los escarabajos son el grupo de insectos con más especies, se han registrado 400,000, con lo cual representan el 40% de las especies de insectos y el 25% de las especies de animales. Es decir, la forma más común de ser un animal en este planeta es ser un escarabajo. Su relación con las plantas es de amor-odio, porque algunos son buenos polinizadores mientras que otros que sólo se alimentan del polen pueden convertirse en plagas.

Finalmente, las moscas, pese a ser tan poco queridas por el ser humano, tienen decenas de miles de especies asociadas a las flores.

Las señales de las plantas
¿Cómo haces para atraer animales que transporten tu polen? En primer lugar el polen es un alimento muy nutritivo, a lo cual muchas flores añaden el ofrecimiento de néctar, azúcar que puede quemarse rápidamente para brindar energía a un animal volador. Algunas plantas también ofrecen aceites, y hay ciertas especies de abejas especializadas en alimentarse de ellos.
Pero para que los animales lleguen a esos tesoros es necesario que sepan dónde están, y no sólo eso, es aún más importante que la planta sea lo suficientemente reconocible como para que el polinizador vuelva una y otra vez, y aumenten las posibilidades de éxito. En las plantas con flores han aparecido a lo largo del tiempo toda una serie de señales para guiar a sus polinizadores entre los enmarañados paisajes vegetales.
Estas señales pueden ser acústicas, olfativas, visuales (colores, contraste, forma y movimiento) o físicas. Se han registrado alrededor de 1,700 moléculas involucradas en los olores florales y muchas más que esperan ser descubiertas.


Dos ejemplos destacados de señales olfativas: 1) Hay algunas orquídeas que producen un aroma idéntico al que emiten las abejas cuando sufren un ataque, este olor atrae a los avispones que cazan abejas, que así polinizan la orquídea sin recibir recompensa. 2) Los miembros de otro género de orquídeas emiten durante el día un olor que atrae a las mariposas, y durante la noche un olor diferente, que atrae a las polillas, así se aseguran en caso de que alguna de las dos no se presente.
En cuanto a las señales acústicas, algunas de las plantas polinizadas por murciélagos tienen hojas cóncavas que actúan como reflectores parabólicos para ayudar a que la ecolocalización de estos mamíferos voladores sea más precisa para encontrar las flores. También recientemente se ha encontrado que algunas especies de plantas producen sonidos ultrasónicos, pero aún no se ha encontrado alguna relación con la polinización.
En las señales físicas está, sorprendentemente, el calor. Muchas especies calientan sus flores deliberadamente, ya sea orientándolas siempre hacia el sol o quemando lípidos. Esto puede ser una invitación o una recompensa para el polinizador, especialmente en lugares templados o fríos (es difícil imaginar el calor como una recompensa cuando uno escribe desde el trópico húmedo).


Las señales visuales son las más evidentes para nosotros, aunque es prudente recordar que la forma en que ven los otros animales puede ser muy diferente a la nuestra. Los ojos compuestos de los insectos, aunque muy eficientes en otros aspectos, no producen una resolución como la de los nuestros. Por eso los insectos no pueden ver las formas internas de las flores hasta que están prácticamente encima de ellas. Por otro lado, ellos pueden distinguir las ondas ultravioleta, por lo que los paisajes que ellos ven son muy diferentes a los que vemos.
Todas estas señales se combinan para crear un todo. Una abeja, para usar el ejemplo más común, va a encontrarse en su camino con una multitud de flores diferentes, cada una con un conjunto de señales. Por ejemplo, las visuales incluyen el tamaño de la flor; la forma en que están ordenadas; la forma y estructura tridimensional de la flor; y el color en términos de matiz, tono y sombras. Se sabe que las abejas pueden combinar todo esto en señales complejas y pueden priorizar entre señales, lo cual hace evidente que requieren un alto grado de inteligencia para sobrevivir.
Anteriormente se pensaba que las relaciones entre plantas y polinizadores tendían a ser exclusivas. Hoy se sabe que las señales que emiten las plantas son recibidas por una gran audiencia de distintos seres que interactúan en redes complejas de relaciones que apenas estamos empezando a entender.
Un equilibrio roto
Como hemos visto, la polinización es un proceso muy complejo que se ha ido ajustando a lo largo de millones de años hasta alcanzar cierto equilibrio, equilibrio que comenzamos a romper hace un siglo con la industrialización de la agricultura y la destrucción acelerada de los ecosistemas, y que hoy es parte de los muchos factores de una crisis ambiental planetaria que amenaza el bienestar de futuras generaciones.
Según datos del 2015, la polinización animal en nuestras cosechas tenía un valor de unos 577 mil millones de dólares anuales. Esos cultivos nos proveen de semillas, nueces, frutas, aceites y vegetales que nos brindan la mayoría de las vitaminas y minerales que requerimos. El valor de los cultivos que dependen de la polinización animal es cinco veces mayor que el de los polinizados por el viento, como el trigo y el maíz. Un 75% de nuestros cultivos es polinizado por animales.
Pero pese a la importancia de la polinización para nuestra economía, nuestro bienestar y para los ecosistemas que hacen posible la vida, estamos acabando con los polinizadores. En Estados Unidos y Europa todos los estudios de población de insectos realizados en los últimos años han mostrado un serio declive. Un estudio en Illinois en el 2013 mostró que más del 50% de las especies de abejas nativas desaparecieron de la región en los últimos 120 años. En la mayoría de los países, como México, no se realizan estudios de poblaciones de insectos, y aunque se hicieran no habrían estudios de décadas anteriores para poder comparar y saber a qué ritmo están disminuyendo.
En 2016 la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de las Naciones Unidas publicó su Informe de evaluación sobre Polinizadores, Polinización y Producción de Alimentos, en el que alertaba a los gobiernos del mundo sobre la gravedad de la crisis.
Todo aquel que viaja por carretera puede comprobar por sí mismo el llamado “efecto parabrisas”. Hace décadas el viajar en carro suponía tener que limpiar cada cierto tiempo el parabrisas, por la cantidad de insectos que morían aplastados en él; hoy los parabrisas permanecen limpios, los insectos se han desvanecido.

Hay evidencias de que la principal causa de esta desaparición es la agricultura intensiva, con el uso de grandes cantidades de insecticidas, que matan directamente a los polinizadores, y herbicidas, que los privan de fuentes de alimento. Estamos ante una encrucijada en la historia de la humanidad, de nuestras acciones dependerá el aspecto futuro del planeta.
Hay pequeñas acciones individuales que podemos llevar a cabo (sembrar plantas nativas, evitar el uso de insecticidas, dejar crecer las llamadas “malas hierbas”), pero las acciones macro requieren que nos involucremos más activamente en la política de nuestros territorios, y tratemos de tener voz y voto en las decisiones que afectan directamente al medio ambiente.
Invitación al viaje
Te agradecemos la paciencia y el interés por haber llegado hasta aquí. Este ha sido un artículo muy largo, y sin embargo es apenas una muy breve introducción a un tema enormemente complejo y de vital importancia para todos.
Hablar en mayor profundidad de este tema implicaría el uso de un vocabulario técnico que alejaría a los lectores no especialistas a quienes está dedicada Nube de Monte. Nuestros artículos siempre pretenden ser sólo una puerta de entrada, una puerta que te de acceso a otras muchas puertas.
Esperamos que después de haber leído esto puedas asomarte con nuevos ojos a tu jardín, tu patio o tu parque más cercano, y puedas descubrir nuevas interacciones y detalles que antes no notabas.
Cuando hayas observado con más detenimiento, estamos seguros de que tendrás otra perspectiva sobre la belleza e importancia de la inmensa y diminuta red que sostiene la vida en nuestro planeta.
Hay múltiples maravillas esperando a que abramos los ojos, y sólo tenemos una breve vida para admirarlas.
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