Nube de Monte

Historias de las cuencas Grijalva-Usumacinta

Roberto y su madre, Juana Rueda Díaz, en su casa materna en Tectuapan. Foto cortesía del entrevistado.

Roberto Lorenzo Rueda y el orgullo de ser zoque

Originario de Tectuapán, heredero del éxodo forzado por la erupción del volcán Chichonal, Roberto es hoy el titular del programa federal Culturas Populares Indígenas y Urbanas de Chiapas

Por: Francisco Cubas / 29 de septiembre de 2021

Hace algunos años, en un aula universitaria, el joven zoque Roberto Lorenzo Rueda esperaba su turno para las típicas presentaciones de inicio de semestre con un nuevo maestro. Uno a uno los estudiantes iban diciendo de dónde eran, si hablaban alguna lengua indígena, y cuáles eran sus referentes culturales. 

Hasta ese día, Roberto nunca se había presentado como persona de origen zoque, ni había mencionado nunca su lengua materna en las aulas universitarias de Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas. Antes de que llegara su turno, Roberto vio ponerse de pie a una compañera que él conocía bien, porque vivía en Nuevo Carmen Tonapac, un pueblo zoque que él visitaba frecuentemente para ver a unos tíos. Ante todos sus compañeros, la muchacha mintió y dijo que ella era de Chiapa de Corzo, que no hablaba ninguna lengua más que el español, y que se reconocía en la danza de los parachicos y el vestido de chiapaneca. 

“Fue una sentimiento muy fuerte para mí”, recuerda Roberto ahora, mientras concede esta entrevista via zoom para Nube de Monte, “con esa respuesta se estaba negando a ella misma, estaba negando a sus papás, a sus hermanos, a sus abuelos, a su comunidad, a su entorno y su memoria. Entonces yo me di cuenta de que no podía seguirme escondiendo así, y empecé a presentarme como lo que soy, como una persona zoque. No fue fácil, sí tuve miedo, me daba miedo decir de dónde venía, pero después de que lo dije hubo como una descarga de un gran peso, a partir de entonces podía decir en cualquier parte de dónde era y quién era, se volvió mi presentación normal, ya no me sentía con el miedo de decir que era indígena”.   

Roberto Lorenzo Rueda, forma parte del éxodo de los pueblos zoques a raíz de la erupción del volcán Chichonal (Tsitsungotsöjk en zoque) en 1982. Su familia vivía en dos comunidades cercanas, divididas por el río Magdalena: Carmen Tonapac y San Pedro Yaspac. 

Sus padres se refugiaron en una comunidad llamada Nuevo Carmen Tonapac, que construyó el gobierno estatal en Chiapa de Corzo. Sus abuelos se refugiaron en Tabasco y luego en Veracruz. Con el tiempo, la familia regresó al norte de Chiapas, al poblado Tectuapan, donde su abuelo tenía un terreno. 

“Ahí nací yo, en 1990”, cuenta Roberto, “y ahí en Tectuapan mi familia era la única que hablaba zoque. Nos costó muchísimo a mí y a mis hermanos cuando fuimos a la escuela, porque en la casa siempre lo hablábamos, era super importante, pero en el pueblo y en la escuela no podíamos. Incluso tenía una tía que sólo hablaba zoque y durante mucho tiempo la gente del pueblo le decía la muda. Ahora ya se ha perdido mucho la lengua en nuestra familia, somos 11 hermanos, yo soy el de en medio y hablo la lengua pero no la hablo con fluidez, porque hubo un tiempo en que mis papás dejaron de enseñarnos, porque pensaban que nos iba a estorbar, por eso mis hermanos más chicos no saben zoque”. 

“Ahora ya se ha perdido mucho la lengua en nuestra familia, somos 11 hermanos, yo soy el de en medio y hablo la lengua pero no la hablo con fluidez, porque hubo un tiempo en que mis papás dejaron de enseñarnos, porque pensaban que nos iba a estorbar, por eso mis hermanos más chicos no saben zoque”

Roberto Lorenzo Rueda en el lugar que marcó a toda una generación de zoques, el volcán Chichonal. Foto cortesía del entrevistado, 2012.

Al igual que tantos niños de pueblos indígenas en México, Roberto se enteró en la escuela que no debía hablar en su lengua materna. “Los maestros nos regañaban, nos decían: no hablen esto porque no les entendemos. Recuerdo también que no teníamos dinero para la escuela, en el recreo los compañeros compraban sus empanadas y a nosotros nos llevaba mi mamá un caldo con huevo, frijol, un chayote hervido, un pozol. Nuestra casa era de caña, de teja de cartón, nuestro piso de tierra, hasta muchos años después tuvimos nuestro piso de material con un programa del gobierno”. 

Sus días en el pueblo pasaban ayudando a su papá en la carpintería, y caminando tres o cuatro horas en el cerro buscando provisiones: leña, hojas para tamal, castaña, cacaté, caracol.

El camino de los libros

Su madre no sabe leer ni escribir, y su padre aprendió ya grande, en la preparatoria para adultos, así que durante toda su niñez nunca vio en su casa otros libros más que los escolares. “Hasta que entré a la telesecundaria”, recuerda, “ahí había un librero al que le decíamos biblioteca y yo me acercaba a limpiarla y ahí encontré mis primeros libros. El primero que leí y que siempre recuerdo fue Y su corazón escapó para convertirse en pájaro, de Edna Iturralde, un poema en prosa sobre los esclavos africanos en Latinoamérica, luego leí a García Márquez, a Carlos Fuentes, a los escritores del boom, aunque yo ni sabía que lo eran, a Rulfo, a Neruda, a Paz, a los escritores que la SEP había decidido que estuvieran ahí”. 

“Después me dejaban llevarme un libro a casa, pero mi papá era muy estricto, no teníamos televisión pero a las 9 de la noche se apagaba todo y nos dormíamos. Yo iba por la vela que teníamos para cuando se iba la luz, que era muy seguido, y seguía leyendo. Mi papá me decía: guarda ese libro que no te va a servir para nada, los libros son de flojos”. 

“Mi papá me decía: guarda ese libro que no te va a servir para nada, los libros son de flojos”

La familia Lorenzo Rueda en Tectuapan. Foto cortesía del entrevistado.

Por supuesto, no había internet, ni computadora. Roberto pasó todos sus estudios trabajando en los cibercafés o las salas de cómputo de la universidad, y sólo cuando comenzó a trabajar pudo tener su primera laptop. 

“Estudié en Tectuapan hasta el telebachillerato, y fue entonces cuando comencé a visitar Pichucalco, la cabecera municipal, porque me enteré de que había una casa de la cultura. Nosotros nunca visitábamos Pichucalco, que era un pueblo grande, sólo íbamos por necesidad  y rápido, a comprar algo y de regreso. Pero entonces yo empecé a llegar a la casa de la cultura y a interesarme en el folclor y los talleres de artes y oficios. Ahí conocí a Lucero Cano Caballero y su esposo Alvaro Cruz, director de la radio en Pichucalco, él me prestaba libros de temas que tenían que ver con los zoques”.  

La oportunidad del CONAFE

En el 2008 Roberto entró al Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE), que otorga una beca de tres años de estudio por cada año de trabajo. “Tuve la oportunidad de estar en un programa llamado caravanas culturales, éramos un grupo de 3 o 4 chavos que recorríamos las comunidades del norte de Chiapas: Chapultenango, Ostuacán, Juárez, Reforma, Tapilula, íbamos con una gran bolsa llena de ropa, libros, bolsa de dormir, trabajábamos una semana y al final hacíamos un festival muy pequeño. Yo había estudiado danza folclórica en la casa de la cultura y eso me dio la oportunidad de entrar al programa”. 

Recorriendo los pueblos del territorio zoque, se reencontró con sus orígenes. “Había algo muy rico que sucedía todas las tardes. Después de trabajar con los niños nos íbamos a las casas y platicábamos con los señores, y en estos diálogos con los abuelos y señoras que nos platicaban su historia recogíamos leyendas que luego compartíamos con otras comunidades, en esos ejercicios el volcán era un recuerdo muy presente, había un dolor, un miedo, y empecé a reflexionar sobre dónde estaba y en las historias me encontraba apellidos conocidos como Lorenzo, Rueda, Mondragón, y recordaba que esos apellidos salían en pláticas de mi abuela y me preguntaba por qué no teníamos más familiares. Ahí tuve un primer reconocimiento muy pequeño de mis orígenes, pero me seguía dando pena hablar de eso”. 

Roberto en las montañas zoques, 2012. Foto cortesía del entrevistado.

“Terminando de trabajar mis dos años en CONAFE tenía seis años de beca disponibles para la universidad y no sabía qué hacer, una de mis primeras opciones fue una ingeniería en sistemas computacionales en la Universidad Tecnológica de la Sierra, en Tacotalpa, pero me encontré con que la UNICACH en Tuxtla tenía una licenciatura que se llamaba Gestión y promoción de las artes, revisé el perfil y vi que había muchas cosas que coincidían con lo que a mí me gustaba hacer, así que me inscribí y afortunadamente pasé y entré a la carrera en el 2010”. 

“Llegué a Tuxtla Gutiérrez solo con mi mochila, sin conocer a nadie. Y empecé a conocer gente y a aprender, pero me seguía dando pena decir de dónde era, y no hablaba de mi comunidad. Fue entonces cuando me contactó un investigador. Enrique Eduardo Mellanes estaba haciendo un estudio sobre el personaje de la señora del volcán, y buscando en Facebook vio mi apellido y pensó que yo podía ser de la zona, y me contactó. Me reuní con él y platicamos, y me contó que él conocía a varios jóvenes que tenían un grupo llamado Centro de Lengua y Cultura Zoque, y que sería muy bueno que yo los conociera”.

El reencuentro con su origen

“Fue ahí donde ya me empecé a reconocer más. En el Centro todos eran jóvenes zoques como yo, que estaban estudiando o habían terminado de estudiar y dialogaban mucho sobre el quehacer que ya tenían, eran de antropología, historia, pedagogía, y algo que reflexionábamos y nos preguntábamos era qué tendríamos que regresarle a nuestras comunidades. También pensábamos mucho en lo que nos unía, porque éramos de diferentes municipios, y algunos no hablaban la lengua, otros la hablábamos mal, o teníamos diferentes variantes, y concluimos que lo que nos unía era la memoria, la memoria de regreso al terruño, porque salimos a estudiar pero siempre estábamos pensando en qué regresarle a nuestra comunidad, y además nos unía la memoria histórica, el pueblo, lo que somos, lo que comemos. Fue ahí donde leí por primera vez un libro en zoque, de la compañera Mikeas Sánchez que para ese entonces ya había publicado muchos libros y ya era muy conocida. El libro se llamaba Todos somos cimarrones, que ella escribió durante su estancia en Barcelona”.

“… pensábamos mucho en lo que nos unía, porque éramos de diferentes municipios, y algunos no hablaban la lengua, otros la hablábamos mal, o teníamos diferentes variantes, y concluimos que lo que nos unía era la memoria, la memoria de regreso al terruño, porque salimos a estudiar pero siempre estábamos pensando en qué regresarle a nuestra comunidad, y además nos unía la memoria histórica, el pueblo, lo que somos, lo que comemos”

Roberto durante su actividad en el Centro de Lengua y Cultura Zoque, 2015. Foto cortesía del entrevistado.

“Fue después de esos diálogos que me atreví a hablar en la universidad y presentarme como una persona de origen zoque, porque hasta antes de eso a mí me daba pena, pánico, terror, decirlo. A partir de expresarlo se fueron abriendo muchas puertas, fui haciendo muchas cosas, gestión, ensayos, hasta un poco de poesía. Nos propusimos también en el Centro organizar el primer congreso en territorio zoque, para que las comunidades dialogaran, y de ahí surgió el primer Festival de la Resistencia y la Rebeldía de los Pueblos Zoques, en 2017.

Participamos todos, la compañera Mikeas Sánchez recitó poesía, el compañero Saúl Kak, pintor y cineasta hizo un mural, otros compañeros explicaron el proceso de migración o las problemáticas sobre la tenencia de la tierra. En ese congreso hicimos mesas de trabajo, habían nueve temas y cada quien iba al tema que les interesaba, había una mesa de diálogo por cada tema, pero también un relator y se transcribían las preguntas. De ahí salió muchísima información y se generó un diagnóstico que nos permitió cuestionar a todos aquellos que habían escrito sobre los zoques desde fuera, para recalcar que teníamos que reconstruir nuestro pasado desde nuestra visión, no desde la visión foránea”.

Roberto se tituló de la licenciatura en 2015 y enfrentó el reto de buscar trabajo. Tuvo un proyecto PACMYC para hacer la primera revista en zoque y español, llamada Ore, que significa: la palabra; trabajó en el diseño de proyectos en el Centro de Lengua y Cultura Zoque; dio clases en la UNICACH, capacitó a directores de COBACH, dio clases en el Centro de Estudio para el Arte y la Cultura de la UNACH, coordinó un proyecto de fomento musical infantil maya-chuj México-Guatemala. 

En 2017 Roberto apareció en medios de comunicación de diversos estados. Durante una visita de Margarita Zavala a Chiapas fue invitado a un desayuno en el que la política quería escuchar a los jóvenes. “Me contactaron para invitarme, lo consulté con los compañeros del Centro de Lengua y Cultura Zoque y me dijeron que había que aprovechar la oportunidad para hacernos escuchar. Preparé un pequeño discurso denunciando los megaproyectos en la región zoque, las concesiones mineras a 40 o 50 años de 84,500 hectáreas, que equivalen a 9 municipios zoques, los proyectos de geotermia en el Chichonal y el fracking en pozos petroleros. Le dije que si realmente le interesaban los temas de los jóvenes que nos ayudara a revertir todas las concesiones que se aprobaron en el sexenio de su esposo y otros presidentes. Al día siguiente salió una nota en la revista Proceso, y otras en medios estatales”. 

En el 2018 se separó del Centro de Lengua y Cultura Zoque, “porque ya tenía yo muchas actividades y proyectos personales y no me daba tiempo para todo, así que mejor les dije que tenía que seguir por mi cuenta”. 

Su entrada al gobierno federal

En el 2019 fue propuesto para ser el titular del programa federal Culturas Populares e Indígenas en Chiapas. “Cuando me contactó quien ahora es mi jefe, Mardonio Carballo (director general de Culturas Populares Indígenas y Urbanas) para decirme que había quedado en el puesto me dijo que qué bueno que las personas de los pueblos indígenas podíamos estar en estos espacios de toma de decisiones. Yo tenía 28 años y acepté, era una experiencia importantísima para mí porque nunca había estado en la administración pública cultural desde esa perspectiva, investigué mucho antes de entrar para saber qué era lo que podía aportar”.  

“Yo lo que digo es que esto que soy no es porque Roberto lo ha hecho, porque Roberto se haya esforzado, sino que es el resultado de todos los compañeros y compañeras que han estado en mi camino. Entonces yo me puse un compromiso conmigo mismo al asumir, creo que soy el primer zoque en ocupar un espacio público cultural donde uno puede tomar decisiones, porque muchos de los espacios han sido ocupados por compañeros que no hablan una lengua, que no conocen desde abajo esa realidad, ese no es mi triunfo, es un triunfo de todos”. 

Aún dentro de una institución creada para la atención a las culturas indígenas no se está libre de la discriminación, como cuenta Roberto: “Cuando eres joven e indígena de piel morena no te libras de eso, yo caminaba por los pasillos y escuchaba que decían: ya viene el recomendado, el negro, el indígena, el que no sabe, y eso me desanimaba mucho, pero después me animaba yo mismo. Ha sido todo un tema combatir la discriminación racial y lingüística, y aunado a eso, uno de los principales ejes de mi administración es replantearnos para qué y para quién se hacen los eventos y programas”. 

“Cuando eres joven e indígena de piel morena no te libras de eso, yo caminaba por los pasillos y escuchaba que decían: ya viene el recomendado, el negro, el indígena, el que no sabe, y eso me desanimaba mucho, pero después me animaba yo mismo”

Fotografía actual de Roberto durante una visita a CDMX. Foto cortesía del entrevistado.

Nube de Monte: Hay muchas personas de pueblos indígenas que rechazan participar en el estado, en la administración pública, ¿qué opinas al respecto?

Roberto Lorenzo Rueda: “Yo creo que es respetable por lo que implica la vida política. Pero yo creo que es importante hacerlo, estar en la vida política, a lo mejor no dentro de un partido, pero estar en estos escenarios te permite cuestionar, tomar decisiones, conocer más de lo que hay en otros contextos, yo creo que es importante.  Si estás en un espacio dentro de un color o un grupo es también reconocer las realidades, no estar sólo por ocupar, en Chiapas ya hay compañeros y compañeras indígenas que son diputados, y el reto es cómo nos ayudamos pero sin perder esa visión de las realidades que hay en la vida diaria. Respeto a los compañeros que no quieren figurar, pero sí es importante estar en la toma de decisiones, que muy pocas veces se nos ha permitido, de una u otra forma mi espacio es un espacio político público”.  

NdM: ¿Cuál crees que sería el camino viable para comenzar a resarcir toda la violencia que se ha ejercido contra los pueblos indígenas? 

RLR: “Yo lo que he visto es que se ha implementado una especie de perdón del estado nación hacia el pueblo. Lo que he visto es que se busca el perdón, un discurso de la descolonización, pero habría que preguntarse hasta qué punto las comunidades quieren ese perdón, y ¿perdón de qué?. No sé si sea el primer paso, no creo, porque llevamos 500 años de daños, yo lo que sí creo que podría funcionar es permitir escuchar a los pueblos, como lo que está pasando en Cherán, donde no quieren partidos políticos, empezar a aprender a respetar esas tomas de decisiones internas en las comunidades, empezar a escuchar y respetar tomas de decisiones, a lo mejor si se hubiera hecho desde el 94 otra cosa sería. Estuve dos años en el Congreso Nacional Indígena y nuestros diálogos iban en ese sentido, que el gobierno respete las tomas de decisiones, aunque fuera se vea como grupos de rebeldía, pero hay una forma organizativa muy interesante en el zapatismo, ya hay claros ejemplos de control autónomo del territorio. Creo que de alguna u otra forma está sucediendo, están costando estas luchas y creo que lo necesario es escuchar, que los pueblos sean escuchados, y para eso hay que cambiar muchas estructuras”. 

NdM: ¿Cómo combatir el racismo, tan arraigado en México? 

RLR: “El racismo ha sido una política del estado mexicano desde 1821, empezando por la imposición de que todos tenemos que hablar español, llevamos 200 años en una política discriminatoria, lo que menciona Bonfil Batalla en México Profundo. Es un tema histórico, que no sólo lo vivimos los pueblos indígenas, sino también los compañeros afrodescendientes, los migrantes. En el tema de la lengua y el racismo ha habido una preocupación por el estado, a partir de muchas denuncias, tanto que ahora la ONU lo ha tomado y ha declarado que esta es la década de las lenguas indígenas, pero a veces las comunidades ni siquiera saben que fue el año internacional o que en agosto es el día de los pueblos, etc, o que viene el decenio de las lenguas indígenas, son decisiones ajenas a ellos. Habría que pensar en programas desde la escuela, pensar cómo se genera la estrategia, desde el ámbito cultural la lengua como una herramienta que te permite dialogar y comprender otros universos otras formas de ver el mundo”.

NdM: ¿Cuál ha sido tu relación con el medio ambiente o el territorio? 

RLR: “Mi primer acercamiento más vivencial fue en el 2016 cuando descubrimos el tema del fracking, que provoca daños irreversibles a los territorios, el fracking contamina irreversiblemente los mantos acuíferos, hay una repercusión física pero también una repercusión en la memoria.También descubrimos estos proyectos de control de territorio, los llamados servicios ambientales, donde el gobierno te paga un mínimo y ya no puedes usar tu terreno, ya no puedes usar el sistema milpa y tienes que comprarlo en la Conasupo donde venden maíz transgénico y es un sólo tipo de maíz. También descubrimos los proyectos hidroeléctricos y geotérmicos, la Comisión Federal de Electricidad quiere poner una planta geotérmica en el Chichonal. También hay una lucha agraria por parte de pueblos que salieron en el 82 y reclaman sus tierras pero el estado dice que ya se las vendió a CFE. A todos estos nosotros les llamamos proyectos de muerte, y tienen una repercusión, no sólo en el agua sino también en la lengua, la música, la comida, la medicina, la educación”.  

NdM: Finalmente, tú eres una persona que se asume públicamente gay, ¿has vivido alguna discriminación por ello?

RLR: “Bueno, yo tengo una pareja, pero en casa de mis padres ha sido muy difícil ese tema, nunca les he dicho a mis papás, aunque mis hermanos sí lo saben. Yo empecé a vivir libremente mi sexualidad estando fuera del pueblo, cuando tuve la independencia para poder hacerlo, porque en los pueblos zoques todavía es tabú. Habría que pensar en ejercicios de diálogo, porque las nuevas generaciones lo toman con más normalidad, pero las anteriores no. Aquí en Tuxtla no recuerdo haber sufrido nunca ninguna discriminación por mi orientación sexual, aunque tampoco es algo que yo use como bandera, lo vivo como una cotidianidad, no participo en el activismo gay, no voy a las marchas, aunque tengo muchos amigos que sí participan, pero a mí no me nace, no sé por qué”. 


La lengua zoque

El zoque es parte de la familia lingüística mixe-zoque y se habla en el sur de México. El Instituto Nacional de Lenguas Indígenas distingue ocho variantes que se hablan en Chiapas, Veracruz y Oaxaca, además del zoque ayapaneco, lengua en fuerte peligro de desaparición en Tabasco. En marzo de 1982, el volcán Chichonal hizo erupción afectando una parte central del territorio zoque. Muchas personas desaparecieron, y miles tuvieron que desplazarse a otras partes de Chiapas, y a otros estados, como Veracruz y Tabasco. Según datos del 2015, existen en México 68 mil personas que hablan zoque. 

Para saber más:

Los zoques del volcán, Laureano Reyes Gómez, 2007.

La lengua zoque, Jan Terje Faarlund, Yásnaya Elena Aguilar Gil, 2017.


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