
El año en que Tabasco exportó pieles de foca del Caribe
En 1909 el infome del gobernador Abraham Bandala registró la venta de 330 kilos de pieles de la única especie de foca tropical que ha existido (Neomonachus tropicalis) y que se extinguió en el siglo XX
Por: Francisco Cubas / 10 de enero de 2022
Hace más de un siglo en Tabasco, se exportaron pieles de la única especie de foca tropical que ha existido, la foca monje del Caribe (Neomonachus tropicalis). O al menos así ha quedado registrado en un libro.
Hace ya tres años, mientras buscaba información sobre la historia de la Laguna de las Ilusiones, me encontré con una gran sorpresa revisando los 14 tomos de Tabasco a través de sus gobernantes, una obra publicada por el gobierno de Tabasco en 1988, que recoge todos los informes de los gobernadores de la entidad entre 1902 y 1987.
En el primer tomo, en el informe de gobierno publicado por Abraham Bandala el 16 de septiembre de 1909, se incluyen varias tablas de actividades económicas, entre ellas una que tiene el título de “Exportación habida en el semestre”.
Ahí, junto a los cueros de res, venado, lagarto, jabalí, chivo y manatí, aparece el registro de 330 kilos de piel de foca con un precio de 660 pesos (2 pesos por kilo, el precio más alto de la lista).

Mi primera reacción fue abrir bien los ojos y revisar más de cerca la tabla, pero sí, ahí decía pieles de foca. En ese momento yo, como la gran mayoría de las personas, no sabía que había existido alguna vez una foca en el Golfo de México, ni mucho menos que su piel se había exportado desde Tabasco, ¿se habían cazado entonces en estas costas? Inicié una revisión bibliográfica para averiguarlo.
Una especie de aguas cálidas
La foca monje del Caribe (Neomonachus tropicalis) tenía un peso de unos 140 kilos, con un pelaje que iba de café a gris oscuro. Se distribuía por la costa atlántica de Norte, Centro y Sudamérica, así como en las Bahamas y las Antillas. Su memoria sobrevive en los nombres de varias islas y cayos en el Caribe y el Golfo de México, como “Isla Lobo”, “Cayos Lobos”, “Lobos Key” y “Seal Key”.

Se estima que su población histórica debe haber sido de entre 233,000 a 338,000 individuos, antes de que la caza indiscriminada acabara con ellas, sobre todo en el siglo XIX. A principios del siglo XX ya era bastante escasa, y la última vez que fue registrada con certeza fue en 1952, en el banco de Serranilla, entre Jamaica y la península de Yucatán. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés) la declaró oficialmente extinta en 1996.
Es el único ejemplo de un mamífero marino extinto en los trópicos durante la época histórica de la humanidad. Otras especies extintas en ese período son la vaca marina de Seller (Hydormalis gigas) en 1768, el león marino japonés (Zalophus japonicus) en 1951 y el delfín del río Yangtze (Lipotes vexillifer) a principios del siglo XXI.
Actualmente sobreviven dos especies de foca monje, ambas en grave peligro de extinción. La foca monje del Mediterráneo (Monachus monachus), con una población actual de apenas 300 individuos, y la foca monje de Hawaii (Neomonachus schauinslandi), de la que restan unos 1,000 individuos. Ambas especies están severamente amenazadas por la caza, las redes de pesca industrial, la competencia con los grandes barcos pesqueros por su comida, la pérdida de sus hábitats y sitios de cría y la contaminación del océano.

Anteriormente se creía que las tres especies de foca monje eran parientes muy cercanos, pero un estudio de ADN publicado en 2014 (ver bibliografía al final de este texto) indica que la foca del Caribe y la foca de Hawaii se separaron de la foca del Mediterráneo hace más de 6 millones de años. La caribeña y la hawaiana descienden de una misma especie que habitaba las costas americanas del Pacífico y el Atlántico. Al surgir el Itsmo de Panamá, hace unos 2 o 4 millones de años, las poblaciones de focas quedaron separadas y se formaron las dos nuevas especies. En ese mismo estudio se determinó el nombre actual. Anteriormente las tres especies de focas monje conocidas se agrupaban en el género Monachus. A partir de entonces se determinó que la del Caribe y la de Hawai pertenecían a un género diferente, al que se dio el nombre de Neomonachus.
En el 2020 se confirmó que un fósil encontrado en Nueva Zelanda corresponde a una nueva especie extinta de foca, la Eomonachus belegaerensis, y que, al contrario de lo que se creía, todas las especies de focas monje surgieron en el hemisferio sur, desde donde se extendieron al norte del planeta.
La foca monje del Caribe apareció como especie, según el estudio de su genoma, hace unos 3.6 millones de años. Durante todo ese tiempo vivió tranquilamente en las aguas tropicales de la costa atlántica. Hace unos 2 mil años comenzaron a surgir las primeras civilizaciones americanas, con los Olmecas, pero ninguno de esos grupos humanos amenazó la existencia de estos mamíferos.
Mesoamérica, la invasión y el capitalismo industrial
Como ya mencionamos en Nube de Monte al hablar sobre el manatí, las culturas mesoamericanas no parecen haber dado mucha importancia a los animales marinos, que casi no aparecen representados en los restos que han sobrevivido de sus artes visuales, ni son mencionados en sus mitos. En las fuentes históricas recopiladas por los españoles con informantes indígenas después de la invasión, como la Crónica Mexicana de Hernando Alvarado Tezozomoc o la Historia General de las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún, no se mencionan ballenas, delfines ni focas. Por otro lado, las culturas de las islas del Caribe fueron exterminadas demasiado rápido por el genocidio español y las epidemias, sin que se haya registrado a fondo su relación con estos animales.
Sólo en dos asentamientos prehispánicos de la península de Yucatán se han encontrado algunos huesos de foca, lo cual parece indicar que los mayas sólo consumían este animal cuando podían encontrarlo cerca, en la playa. Se cree que la foca monje del Caribe habitaba casi exclusivamente en pequeñas islas y arrecifes mar adentro, lejos de la costa, y los historiadores especulan que tal vez, ante la riqueza de recursos que se encontraban en tierra, los mayas no tenían un gran incentivo para navegar varios kilómetros para poder cazar a estos mamíferos (su nombre maya fue tsulá).
El destino de esta foca, como el de otras muchas especies, cambió con la llegada de los invasores europeos a América. En el segundo viaje de Colón, en junio de 1493, ya se capturaron ocho focas para el consumo de la tripulación en la Isla de Porto Velo.
En el capítulo CLVIII de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo menciona a las focas en Cayo Arenas al hablar de un naufragio: “…cargado de lo que fue mandado pareció hubo recios nortes y dió con él, en parte que se perdió, que no se salvaron sino tres personas, que aportaron en unas tablas a una isla donde había muchos lobos marinos que salían de noche a dormir a los arenales y mataron de los lobos (…) y cavaron en mitad de la isleta e hicieron unos como pozos y sacaron agua algo salobre y también había una fruta que parecían higos y con la carne de los lobos marinos y la fruta y el agua salobre, se mantuvieron más de dos meses”.
López de Gomara, en su Historia general de las Indias, de 1552, relata: “El río Papaloapan hace muchos esteros que bullen de peces. Hay, también, manatíes, tortugas y otros peces muy grandes que aquí no los conocemos; tiburones y lobos marinos que salen a tierra a dormir y roncar muy fuerte”.
También en el siglo XVI, Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, señala una ocasión en que observó a focas luchando contra tiburones en el mar, cerca del arrecife Alacranes, al norte de Yucatán,
Finalmente, el pirata inglés William Dampier (a quien ya mencionamos en Nube de Monte al hablar de los manatíes y el árbol de castaña) describe un viaje para obtener aceite de focas al arrecife Alacrán en 1675, señalando que se podían capturar hasta 100 animales en una sola noche, ya que su aceite era de mucha demanda para lámparas.
Aparecía ya en escena el orden económico que terminaría llevando a estos magníficos animales a su extinción. Durante los tres siglos de colonia española las focas fueron la principal fuente de combustible para lámparas en estos territorios, pero aún así, el daño que se les causó a sus poblaciones no fue tanto como el que llegó con la consolidación de la economía industrial y el auge del consumo en el siglo XIX.
La despedida
Para principios del siglo XX, el daño era ya tanto que comenzaron a realizarse expediciones científicas para documentar sus poblaciones y recolectar ejemplares para su estudio en zoológicos. De una de esas expediciones sobreviven las únicas fotos que existen de esta foca en libertad, así como los únicos y muy breves apuntes científicos de su comportamiento.
Entre el 18 y el 23 de junio de 1900, E.W. Nelson y E.A. Goldman, empleados por el United States Bureau of Biological Survey, viajaron al arrecife Triángulos en Yucatán, para recolectar los cuerpos de 35 focas cuyos cráneos, esqueletos y pieles se conservan en el National Museum of Natural History, en Washington D.C.

En su cuaderno de campo apuntan que el aceite ya no se vendía para alumbrar lámparas, sino como lubricante, y registran su asombro al haber visto unas 75 focas que se pasaban los días tomando el durísimo sol tropical. Estos son unos extractos de los apuntes de Nelson, traducidos del inglés para Nube de Monte:
“Su vista es muy pobre, porque cuando caminé cautelosamente hasta acercarme a 5 o 6 pies de los individuos que dormían ellos levantaban sus cabezas y me miraban largamente antes de comenzar a encaminarse al agua. Cuando están despiertas parecen incapaces de distinguir a un hombre a más de 30 metros en la orilla. Parte de este descuido se debe a que no han sido cazadas lo suficiente como para alertarlas, pero al mismo tiempo su estupidez parece una de sus principales características. Cuando yacen dormidas en la arena se quedan tan inmóviles como si estuvieran muertas y en un caso ya estaba yo siendo engañado por la apariencia de una, hasta que uno de los hombres la hirió con un arpón y entonces, con un rugido de rabia y miedo mostró que estaba viva”.
“Eran criaturas muy inofensivas, incluso cuando estaban heridas y varadas en una bahía poco profunda. En esos momentos hacían intentos inútiles por morder, pero nunca con ningún vigor ni señas de ferocidad, incluso en las circunstancias más agravantes”.
“Después de que varias de ellas habían sido heridas en la orilla, las supervivientes siempre huían al agua en un pánico salvaje y la mayoría de ellas desaparecían, pero muchas se quedaban nadando en círculos cerca de la orilla, levantando sus cabezas fuera del agua y mirándonos con curiosidad mientras desollábamos a sus compañeras”.
Después de que varias de ellas habían sido heridas en la orilla, las supervivientes siempre huían al agua en un pánico salvaje y la mayoría de ellas desaparecían, pero muchas se quedaban nadando en círculos cerca de la orilla, levantando sus cabezas fuera del agua y mirándonos con curiosidad mientras desollábamos a sus compañeras
E.W. Nelson, 1900
Podemos ver que las palabras de Nelson, pese a ser un hombre de ciencia, están muy lejos de la sensibilidad que actualmente tenemos la mayoría de las personas hacia el sufrimiento animal. También el llamar “estúpido” a un animal no violento resulta muy característico del algunos ejemplares del Homo sapiens, que puede ser el más violento de los mamíferos.
Trágicamente, la noticia de que la foca estaba a punto de desaparecer aceleró su extinción. Los coleccionistas, los museos y los zoológicos, pagaban buen dinero por ejemplares vivos y muertos. Una expedición a México en 1911 mató unas 200 focas para coleccionistas y científicos, en lo que probablemente haya sido el golpe de gracia para la especie. A partir de entonces su cacería dejó de ser negocio y los avistamientos se hicieron cada vez más raros.

En 1984 una última expedición científica estadounidense-mexicana recorrió las islas y arrecifes y no encontraron más que un pequeño hueso, el rastro final de la única foca tropical que existió.
Un pequeño enigma
Todo lo anterior es información publicada en diversos artículos y libros. Pero lo que no he podido encontrar es la explicación de esos 330 kilos de piel de foca registrados como exportación en Tabasco en el primer semestre de 1909. La costa tabasqueña no tiene pequeñas islas o arrecifes donde hubieran podido vivir las focas. Y nunca ningún viajero las menciona, ni Grijalva, ni Cortés, ni Díaz del Castillo, ni Dampier. Tampoco lo hace ningún historiador del siglo XIX o XX, ni el célebre naturalista tabasqueño José Narciso Rovirosa. Y no aparecen en ningún otro informe de gobierno desde 1902 hasta la fecha, sólo en ese año: 1909.
La colección mencionada, Tabasco a través de sus gobernantes, es un producto editorial bastante peculiar. Fue publicado por el gobierno de Tabasco en 1988, pero en él no se da el crédito a los editores o recopiladores de los informes gubernamentales, ni se especifica la metodología (¿se editaron algunos o están transcritos íntegramente?) usada para recopilarlos. No queda claro por qué en los informes de algunos años aparecen tablas y en los de otros no, mucho menos se indica si esas tablas son transcritas tal cual fueron publicadas o si se adaptaron para el formato de estos 14 volúmenes.
Además, la edición tiene un grave error de imprenta: en el índice del volumen I aparece listada una introducción en la página 11, pero esas páginas no aparecen, el texto comienza con el capítulo 1, en la página 13. No cabe esperar que en esas dos breves páginas se resolvieran los cuestionamientos que he señalado, seguramente se trataba de una presentación de cortesía con mención al gobernador en turno. Esta colección es sin duda muy útil, y ha sido consultada y citada ampliamente por investigadores, pero la fidelidad de la información que contiene parece bastante incierta. Este es un ejemplo de cómo las malas prácticas editoriales pueden obstaculizar la investigación.
¿Habrá sido un error de transcripción ese reporte de las pieles de foca? Habría que verificar el ejemplar original del Diario Oficial en el que se publicó ese informe. Pero el Archivo Estatal de Tabasco arrastra muchas decadas de descuido y no hay ninguna parte de él en línea hasta el día de hoy. Los actuales responsables han iniciado un proceso de catalogación y salvaguarda que probablemente no podrán terminar en este sexenio, tanto es el rezago acumulado por las pasadas administraciones.
Si es que existieron, sin duda esas pieles de foca procedían de Yucatán, porque en 1909 ya no existían en otros lugares del Golfo. De hecho, en ese mismo año el Acuario de Nueva York recibió cuatro focas vivas de un distribuidor de Progreso, Yucatán. ¿Podría ser que el dueño de esas pieles por alguna razón no pudiera o no quisiera exportarlas desde el puerto de Progreso y por eso las hubiera sacado por el puerto de Frontera, en Tabasco? Podemos imaginar muchas posibles respuestas, más o menos novelescas o prosaicas, para este pequeño misterio.
Los 330 kilos de pieles registrados en el informe equivalen a unas 90 o 100 focas, un número que en 1909 probablemente representara una cuarta o quinta parte de la población restante. Es muy probable entonces que ese embarque, si es que existió, haya sido la última exportación comercial de pieles de foca del Caribe, y habría salido de Tabasco.
Esta es una de esas historias en las que uno se ve tentado a decir que la humanidad es una plaga para las demás especies, pero como hemos visto a lo largo de este artículo, no toda la humanidad es así. Las culturas americanas convivieron con las focas durante miles de años sin afectar de manera significativa su población. Fue la llegada del capitalismo europeo lo que las atacó directamente, y luego el desarrollo de la economía industrial globalizada, que en apenas un siglo, el XIX, se encargó de extinguirlas.
Vuelvo a imaginar esa escena que apunta Nelson, en la que las focas contemplan con curiosidad desde la orilla del agua como los hombres arrancan la piel de sus compañeras muertas. Podríamos suponer que así nos contemplan muchos de los animales, mientras una parte de la humanidad (no toda, ni siquiera la mayoría) se empeña en acabar con la diversidad de la vida en este planeta.
En esta ocasión en Nube de Monte tenemos el gusto de contar con el trabajo de José Pellecer. El es estudiante de biología de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Sus ejes de trabajo son la investigación sobre mamíferos en la región y su relación con los seres humanos. También practica la ilustración naturalista como un medio para dar a conocer las distintas formas de vida con quienes compartimos el planeta.
Puedes contactarlo en: Facebook: Arte Pellecer
Para saber más:
Tantas focas en tan poco tiempo… La rápida extinción de la foca monje del Caribe
La arqueofauna de Xcambó, Yucatán, México (Estudio sobre los restos de foca en este sitio maya).